Opinión

Ada Colau y la teoría del pepino

Entiendo que muchos madrileños piensen que los catalanes les odiamos. Y algo de razón tienen, aunque no es cosa de los “catalanes”, sino de los “catalanes separatistas”. Y es que las ‘plagas’ que hemos mandado de Barcelona a Madrid han sido tremendas. No hace falta recordar las de la prehistoria, cuando el juez Estevill sentó sus reales en el Consejo General del Poder Judicial y Pilar Rahola comenzó su carrera como tertuliana desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Basta con decir tres nombres para que a cualquier madrileño de pro se le erice hasta el pelo del pubis: Gabriel Rufián, Jaume Asens y Laura Borràs. Esta última ha venido de vuelta, supongo que como parte de lo pactado en la ‘mesa de diálogo’ entre Sánchez y Aragonès. No todo iba a ser concesiones para Cataluña.

Pero igual que en las películas de zombis, lo peor está todavía por venir. Cuando los habitantes de la capital de España pensaban que nada podía superar la impresora de Gabriel Rufián y las chulerías de Jaume Asens, una nueva amenaza, mucho peor que las anteriores, puede asolar Madrid: Ada Colau quiere ser ministra. El “run run” filtrado por el entorno de la lideresa, para ver como sentaría en la opinión pública que la peor alcaldesa de Barcelona haga tándem con la peor ministra de Trabajo (con permiso de Celestino Corbacho) para dirigir el izquierdismo chupiguay del postcoletismo, comienza a ser inquietante.

Colau ha dejado Barcelona llena de basura, delincuencia, bloques de hormigón para que los motoristas se la peguen, amigos y familiares enchufados a cincuenta mil euros (y más) al año a cargo del erario público, comercios y restaurantes arruinados por su insensibilidad y por su expolio fiscal a los emprendedores… Tras destruir la capital catalana, a Ada le apetece acabar con el Gobierno de España, así que se postula para ser ministra, y así llevar su sello, el de las siete plagas de Egipto, a la política nacional.

Ada Colau ha conseguido cabrear a casi todos los barceloneses, ve que posiblemente no pueda repetir como alcaldesa, así que le deja el marrón a un segundón para que se pegue la nata mientras ella se va a posturear a Madrid. Como plan de salida no está nada mal, a fin de cuentas, a cierto presunto izquierdismo que presume de ofrecer soluciones colectivas, solo le preocupa las soluciones individuales. Más concretamente el “qué hay de lo mío”. Y a los españoles nos iría fatal que una inútil como Colau fuera ministra, pero para ella y la cohorte de pelotas que colocaría a setenta mil euros anuales sería algo magnífico.

El plan de actuación en la política nacional de Colau, que sin duda se producirá más pronto que tarde, se podría resumir en la “teoría del pepino”. No dudo que exigirá el Ministerio de Agricultura, ámbito en el que la lucha feminista tiene mucho que avanzar. Su primera medida, nada más aterrizar en su despacho, sería prohibir el cultivo del pepino por sus reminiscencias heteropatriarcales. Por supuesto, también el del nabo y el calabacín, vegetales que representan la masculinidad tóxica. Las grandes revoluciones comienzan por elementos simbólicos que marcan el camino desde el inicio: así que tocaría subvencionar el cultivo de patatas, papayas, higos y brevas, frutos del campo más progresistas y adaptados a la nueva normalidad del gobierno PSOE-Podemos.

Si yo fuera José Luis Martínez-Almeida rodearía el ayuntamiento de vallas electrificadas, aunque la factura sea onerosa gracias a la brillante acción del actual inquilino de La Moncloa. Piensen que Ada Colau se conoce el camino a Cibeles desde los tiempos en que tomaba madalenas y empanadillas con Manuela Carmena en su despacho, y no sea que le dé por darle consejos al actual alcalde de Madrid. Más vale prevenir que curar, no sea que por no escucharla y que se calle le dé a Almeida por aplicar algunas de sus medidas y acabe ‘barceloneando’ Madrid. José Luis, pon alarmas anti-Colau alrededor del edificio consistorial y sé generoso con los voltios si le da por acercase. Me agradecerás el consejo.

Si Colau aterriza en el Consejo de Ministros se producirá un efecto indeseado: acabaremos echando de menos a Pablo Iglesias. ¿Qué no? En tres meses, sin dudarlo. Esta será, sin duda, la peor consecuencia de su entrada en la política nacional.