Opinión

Abriendo mercados para el cava catalán

Nunca ha dejado de sorprenderme la tendencia que tenemos los catalanes al suicidio. Institucional y colectivo. Debe tener, sin duda, raíces históricas. E, incluso, psicológicas. Basta repasar un poco la historia. Al menos sin edulcorantes.

Hay que remontarse, de entrada, a la guerra civil durante la Edad Media (1462-1472). Seguro que les suena: la Generalitat contra el Rey. En este caso Juan II.

El monarca acabó ganando la contienda, pero después de empeñar los condados del sur de Francia para poder pagar a sus tropas. Se arrepintió toda su vida

Los franceses acabaron devolviéndolos, previo pago de la devolución del préstamo. Pero ya habían probado el caramelito. No en vano siempre fueron partidarios de las fronteras naturales. En este caso los Pirineos.

Tras la Guerra de 1640-1652 se los quedaron definitivamente. Incluía entonces la segunda ciudad del Principado, Perpiñán. Y el diez por ciento del territorio.

Como se sabe, este conflicto empezó por las exigencias del conde-duque de Olivares. Y los desmanes de las tropas castellanas.

La Generalitat proclamó la República. Duró una semana. Para terminar encomendándose al rey de Francia, Luis XIII. Solo para descubrir que los atropellos de las tropas francesas eran mucho peores.

El tercer órdago fue la Guerra de Sucesión (1701-1713). Siempre se lamentan del Decreto de Nueva Planta y la pérdida de instituciones catalanas.

Lo que no dice la historiografía oficial es que las Cortes catalanas juraron fidelidad a Felipe V y luego apoyaron al archiduque Carlos. No había peor delito en esa época: alta traición.

Me ahorraré los dos últimos ejemplos porque son más conocidos. Uno, el del 6 de octubre de 1934. Personalmente, nunca he entendido el apoyo de Companys a … ¡los mineros de Asturias!, que supongo que lo querían era instaurar una república a semejanza del modelo soviético.

Gaziel, el director de La Vanguardia, dejó escrito en una crónica personal como el consejero de Gobernación, Josep Dencàs, iba haciendo llamadas por la radio a los anarquistas. A ver si les echaban una mano.

Finalmente, no voy a incidir en el último episodio, el del 2017, porque es de sobras conocido. Pero ha terminado con una amnistía. Para eso evitábamos todo el follón y nos ahorrábamos los daños políticos, económicos, sociales e incluso judiciales.

Todo esto viene a cuento de lo que ha pasado en Vilafranca del Penedès durante el pregón de la Fiesta Mayor. El alcalde, Francesc Romero, del PSC, parece que no tuvo mejor idea que elegir de pregonero a un ex concejal de la CUP (2003-2009). Haber preguntado a Artur Mas, que se fio de ellos y lo acabaron mandando a la «papelera de la historia».

Otger Amatller, que es como se llama el ex concejal en cuestión, hizo un llamamiento a «celebrar la fiesta, el placer y la libertad». Hasta ensalzó el «arte, la música y el folklore». E incluso hizo un llamamiento al «respeto».

Pero terminó con un «puta España». Como en los mejores tiempos de TV3. Entre la algarabía del público asistente, que irrumpió en gritos y aplausos.

A mí me parece una idea fantástica para abrir mercados al cava catalán. Al fin y al cabo, Vilafranca es conocida como la «capital del cava».

Yo, por supuesto, no estoy a favor de los boicots. Ni de un bando ni de otro. Pero entiendo perfectamente que gente que se haya podido sentir herida en sus sentimientos prefiera ahora el cava extremeño. El consumidor manda.

Además, el orador ni siquiera está vinculado al sector. O sea que le da igual si suben o bajan las ventas.

Psicólogo de profesión, es coordinador del departamento de prevención de la fundación Salut i Comunitat, una entidad vinculada a la Universidad de Barcelona que se dedica a las problemáticas sanitarias de colectivos en riesgo de exclusión. Con fondos públicos, supongo.

Vilafranca me recuerda, en este sentido, a otra localidad cercana: Sant Sadurní d’Anoia, también especializada en la producción de cava.

A las puertas del ayuntamiento tenían una placa conmemorativa de la visita de los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía en los años 80. Con el proceso, la quitaron.

Y, tras la sentencia del Supremo, la plaza del consistorio parecía un parque temático. Se llenó de lazos amarillos. Incluso de carteles recordando a cuántos kilómetros estaba la prisión de Estremera. Otra manera fantástica de promover la venta de cava en el resto de España

Como conozco el sitio les pondré un último ejemplo. En este caso de la localidad turística de l’Ametlla de Mar (Tarragona), cerca del Ebro.

Con alcalde de ERC -ahora es de Junts-, también se llenó el municipio de lazos amarillos y pancartas a favor de los “presos políticos”. Incluso acabaron nombrando al primer edil, con semejantes méritos, presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia.

Tienen suerte porque, de momento, el turismo francés es mayoritario en la población. Sin embargo, si este flaquea será difícil que venga turismo del resto de España.

Eso sí, en cuanto perdió las elecciones al alcalde en cuestión, Jordi Gaseni, lo recolocaron en el Senado que, como saben, es una institución del Reino de España.