Abandonados en Valencia
Los vecinos de la calle Libertad de Sedaví (Valencia) se sienten abandonados. Llevan cinco días achicando agua de los garajes. «Aquí no hemos visto un uniforme», me confiesa una señora. De hecho, el primero que han visto son policías locales de Montcada i Reixac, Santa Susanna, Palafolls y Sant Iscle. Cuatro municipios catalanes que han organizado una expedición conjunta para lo que haga falta.
A ella se han añadido mossos y ADF (asociaciones de defensa forestal). Los mossos van por su cuenta y riesgo. Y sin uniforme. La Generalitat no ha autorizado enviar un contingente. Las versiones son contradictorias: una, que no ha querido. Otra, que la Generalitat Valenciana no lo ha pedido. Como si estuvieran las cosas para ir pidiendo permiso.
Pero el gobierno de Salvador Illa ha perdido una oportunidad de oro para mejorar la imagen de los Mossos, que no es que ande muy alta después de se les escapara un conocido personaje. Le habría ido bien al cuerpo, incluso como inyección de autoestima.
Además, veo ayuda de Aragón, de Galicia, de Andalucía, de Extremadura. Pero ningún vehículo logotipado de la Generalitat de Cataluña. Me sorprende. No es que tengamos tampoco los catalanes la imagen muy alta en el resto de España después del lío del proceso.
Los de Montcada hasta se han traído maquinaria pesada. Están despejando las calles. Hay montañas de escombros. Y de coches destrozados. Los vehículos se apilan de tres en tres en descampados fuera del centro.
Tanto reciclar en casa y aquí es imposible separar nada. En los montones de basura se mezclan electrodomésticos, osos de peluche, muebles destrozados, colchones y somieres. La excavadora solo puede apilarlos en un rincón. O meterlos en la caja de un camión cuando venga. Los llevará a alguna zona -un parque infantil, un aparcamiento, un descampado fuera del centro- donde volverán a amontonarlos hasta nueva orden.
«Venga, venga», me dice una señora que casi me coge del brazo. La acabo de entrevistar y lo primero que me dice es que «estamos abandonados». «Gracias a los voluntarios», añade. Ha venido a ayudar a su hermana, que ha perdido su casa, su negocio y sus dos coches. «Lo ha perdido absolutamente todo», insiste. Reparte culpas. «El Gobierno central, sin comentarios porque es un ….». «Ha venido a hacerse la foto de rigor», continúa.
Me lleva a hablar con su cuñado, pero está tan encendido el hombre que no quiere. En cambio, su marido me explica los orígenes de la catástrofe. «El problema viene del barranco del Poyo desde hace muchos años, ¿por qué no lo arreglan?», se pregunta.
Le pregunto incluso si es ingeniero agrónomo. «No, no, qué va», me aclara. Es carnicero. El negocio también se ha ido a la mierda. Mejor dicho. Se lo ha llevado el agua. «Si Franco no hubiera desviado el Turia, Valencia se va a la mierda», añade. Y juro que no hace pinta ni de falangista ni de fascista. Solo un ciudadano quemado. Aunque, con tanta agua, lo de «quemado» tampoco encaja en el paisaje.
Luego me doy una vuelta por Sedaví. Me encuentro a unos jóvenes de Teruel, a unas mujeres de Alicante, a una bombera forestal. «Esto es peor que una guerra», confiesa. Al día siguiente, en Catarroja la cosa está peor. Mucho peor. Por aquí pasa el barranco citado. Separa esta localidad de Masanasa. Luego vienen Benetúser, Paiporta. La zona cero. El nuevo cauce del Turia separa el área más castigada al sur de Valencia del resto.
En Catarroja llevan siete días sacando fango, aunque ahora ya es visible la presencia del Ejército. He visto incluso Infantería de Marina, enviada desde Cádiz. «En Masanasa hay mucha gente que se ha quedado sin casa, gente mayor», me advierte una vecina. Porque, en efecto, muchas de las casas son de planta baja. He visto portales donde el agua ha dejado una marca a dos metros del suelo.
El impacto humano y emocional es brutal. Pero el impacto económico está todavía por evaluar. Yo no sé si el Consorcio de Compensación de Seguros tiene fondos para tanto coche para el desguace. Las cifras varían: de 100.000 a 400.000 vehículos.
Ni siquiera sé si el Estado tiene fondos para tanto desastre. Al fin y al cabo, la deuda externa es de más de 1,6 billones, rozando el 110% el PIB. Unos 32.000 euros per cápita.
Y, por cierto, tampoco he visto ninguna banderita de la Unión Europea. Tanto que le gusta a Von der Leyen viajar, quizá convendría que se diese una vuelta por Valencia. O van a salir euroescépticos como setas.
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