TRIBUNA OKGREEN

Tras un incendio, la restauración depende de la biodiversidad invisible del suelo

"Sin vida en el suelo, el bosque difícilmente volverá a ser lo que era"

"En cada incendio se pierden millones de microorganismos y pequeños invertebrados"

Cuando hablamos de incendios forestales, solemos pensar en montes calcinados, árboles reducidos a esqueletos negros y animales huyendo del fuego. Es la imagen más evidente y dolorosa. Pero existe otra tragedia silenciosa, mucho menos visible y, sin embargo, igual de trascendental: la que ocurre bajo nuestros pies.

En cada incendio se pierde un patrimonio biológico incalculable que permanece oculto en el suelo: millones de microorganismos y pequeños invertebrados que sostienen la vida del bosque sin que apenas reparemos en ellos.

Son los auténticos ingenieros de los ecosistemas, responsables de mantener la fertilidad del suelo, regular el ciclo del agua y de los nutrientes, y facilitar la regeneración natural tras un fuego.

Una desaparición devastadora

Su desaparición es devastadora. Cuando esta biodiversidad subterránea se ve aniquilada, el bosque pierde gran parte de su capacidad de recuperación. Las raíces encuentran un terreno pobre, los procesos de regeneración natural se ralentizan y, en muchos casos, la reforestación fracasa.

De hecho, la experiencia demuestra que, si no se inoculan microorganismos en los procesos de restauración, el éxito de las repoblaciones puede reducirse hasta en un 50%. Es decir: sin vida en el suelo, el bosque difícilmente volverá a ser lo que era.

El papel oculto de hongos y bacterias

Los microorganismos son indispensables. Las plantas dependen de ellos para obtener nutrientes que, por sí solas, serían incapaces de aprovechar. Un ejemplo paradigmático es el fósforo.

Aunque este mineral está presente en los suelos, las raíces no pueden absorberlo de forma directa; sólo lo consiguen gracias a bacterias que lo solubilizan y lo ponen a su disposición. Sin esta colaboración, el crecimiento vegetal y en especial de sus raíces, sería muy lento.

Lo mismo ocurre con el agua. Los hongos micorrícicos forman una alianza íntima con las raíces, extendiéndolas hacia zonas más profundas del suelo y permitiéndoles aprovechar reservas hídricas que, de otro modo, quedarían fuera de su alcance.

Resistir sequías y el calor extremo

Esa relación simbiótica es la que permite a muchas plantas resistir sequías prolongadas o soportar episodios de calor extremo, fenómenos cada vez más frecuentes en un contexto de cambio climático.

Cuando un incendio arrasa un bosque, las altas temperaturas que alcanza el suelo pueden llegar a «esterilizarlo», eliminando gran parte de esa microbiota imprescindible.

El resultado es un terreno empobrecido, sin vida, donde los árboles replantados carecen de los aliados naturales que necesitan para prosperar. No basta con introducir plantones: sin hongos y bacterias que los asistan, su viabilidad se reduce drásticamente.

Riesgos invisibles tras el fuego

La pérdida de microorganismos abre la puerta a otro problema poco visibilizado: la proliferación de patógenos. En un suelo sano, la microbiota funciona como un ejército diverso que regula el equilibrio y limita la expansión de organismos dañinos.

Pero si tras un incendio se acomete una reforestación sin restituir esa diversidad, los patógenos encuentran un terreno sin competencia y pueden propagarse con facilidad, condenando los esfuerzos de restauración.

Así, lo que parecía un paso hacia la recuperación puede convertirse en un fracaso, con plantaciones debilitadas y altas tasas de mortalidad. Y el coste no es solo económico: es también ecológico y social, porque cada proyecto fallido retrasa la recuperación del bosque y aumenta la vulnerabilidad del territorio frente a la erosión, la desertificación y la pérdida de biodiversidad.

Hacia una gestión forestal más completa

La lección es clara: restaurar un ecosistema no significa únicamente plantar árboles. Es imprescindible recuperar también la vida invisible del suelo. Esto requiere una gestión integral que contemple la inoculación de microorganismos beneficiosos, el cuidado de la microbiota autóctona y la aplicación de técnicas innovadoras que permitan devolver al suelo su capacidad de sostener vida.

Algunas iniciativas ya están demostrando que es posible. El uso de hongos micorrícicos y bacterias promotoras del crecimiento vegetal en proyectos de reforestación está multiplicando las tasas de éxito, acelerando la recuperación de la cubierta vegetal y reforzando la resistencia de los bosques frente a nuevas perturbaciones. Se trata de aplicar el conocimiento científico de forma práctica, con una visión a largo plazo.

Mirar más allá de lo evidente

Resulta paradójico que, en plena crisis climática, cuando cada hectárea de masa forestal es un bien invaluable, apenas se hable de este mundo invisible que sostiene la salud de los ecosistemas. Porque el suelo no es un simple soporte inerte: es un organismo vivo, complejo, que requiere tanto cuidado como los árboles que vemos crecer en su superficie.

Sensibilizar sobre esta dimensión oculta de los incendios es esencial para comprender la magnitud real de lo que está en juego. No se trata solo de salvar árboles: se trata de preservar las condiciones que hacen posible que esos árboles puedan volver a crecer.

Biotecnología y recuperación del suelo

Hay que pararse a ver y analizar lo que ocurre bajo la superficie tras un incendio, y pensar qué herramientas tenemos ya disponibles para devolver la vida a los suelos.

La biotecnología ha avanzado mucho en este sentido y nos permite dar pasos importantes para conseguir restauraciones exitosas. Pero esas herramientas solo serán útiles si se es consciente de que la recuperación del bosque empieza por el suelo.

Entender estos procesos nos conduce a una idea esencial: la salud de los bosques y la humana están íntimamente conectadas. Es lo que se denomina enfoque One Health.

Bienestar y salud

Cuando los ecosistemas se conservan en buen estado, también se fortalece nuestro bienestar: contamos con espacios naturales donde recargar energía y relajar la mente, respiramos un aire más limpio, disponemos de agua más pura y accedemos a alimentos más sanos y nutritivos.

Proteger los bosques es, en definitiva, una inversión directa en nuestra propia salud y calidad de vida y la de las futuras generaciones.

Necesitamos un cambio cultural: aprender a mirar más allá de lo evidente, a reconocer que el futuro de nuestros bosques depende, en gran medida, de esa vida invisible que bulle bajo la tierra. Y asumir que lo que arde en un incendio no es solo paisaje. También se quema un universo oculto, imprescindible para la regeneración y la sostenibilidad de nuestros ecosistemas.

Jaime Olaizola Suárez es doctor en Ingeniería de Montes, especializado en Micología Forestal y CEO de ID Forest