La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de los policías en el Tribunal Supremo
Los agentes coinciden en el relato de lo ocurrido el 1-O en los colegios. Muchos de ellos resultaron lesionados durante los dispositivos policiales pero siguieron trabajando "no estaba la cosa como para bajas". Lo que allí sucedió les ha dejado marcados.
«¿Sabe usted que es delito de falso testimonio alterar la verdad cuando se declara en un juicio penal?», pregunta el presidente del tribunal, el juez Marchena, a todos y cada uno de los testigos que comparecen en la Sala. Los testigos en el juicio penal en España están obligados a decir la verdad. Incumplirlo puede implicar una pena de prisión de hasta 2 años y multa de 3 a 6 meses, tal y como recoge el artículo 458 del Código Penal.
«Jura o promete decir la verdad», prosigue. «Juro», responden los agentes de Guardia Civil y Policía Nacional que se sientan para declarar. Aunque ambas son fórmulas simétricas hay quienes rozando el detalle consideran que quien miente habiendo jurado está vulnerando el bien jurídico verdad, mientras que quien falta a una promesa, el bien jurídico lesionado es la propia promesa, no la verdad como tal. La realidad es que, en la práctica, son modalidades equivalentes que despliegan idénticas consecuencias en términos judiciales. Lo relevante es que se asuma con responsabilidad el compromiso adquirido para ayudar a los magistrados a desentrañar «la verdad material de los hechos» ocurridos.
La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad es que quienes intervinieron como policía en Cataluña, en el otoño caliente de 2017, han destacado, sin fisuras, la resistencia que se encontraron en su llegada a los centros de votación habilitados por el separatismo, el 1-O.
Los concentrados estaban «claramente» organizados, había ciudadanos encargados de avisar de su llegada, y en el momento en el que las unidades de intervención y la comitiva judicial trataban de acceder a los colegios todos «se tiraban al suelo, hacían sentadas y algunos gritaban ‘Somos gente de paz’ mientras daban pataditas que no se vieran o puñetazos» a los agentes. Si alguno de los efectivos trataba de responder a las agresiones, enseguida levantaban los brazos: «Gent de Pau, Gent de Pau», volvían a decir.
Un policía que intervino en el colegio donde un hombre sufrió un infarto ha afirmado que los votantes bloquearon la ambulancia que acudía a atenderle pensando que era para los agentes heridos
«Lo hacían muy bien porque te levantaban los brazos al mismo tiempo que te hostigaban y se echaban hacia ti», narran los agentes. Coinciden todos, también, en que si los accesos eran peliagudos, los repliegues fueron «lo más complicado» y lo «más peligroso» porque tenían a los congregados «encima», literalmente. Todo «era acoso y hostigamiento» y fue en esas escenas donde la mayoría de los agentes resultaron heridos.
Menores «preadolescentes», personas mayores e incluso discapacitados en primera línea de resistencia, a su llegada. Pero una vez requisado el material electoral e incautadas las urnas, la animadversión mutaba en «atmósfera violenta». En las salidas, cuando el número de concentrados doblaba o triplicaba al del comienzo de las intervenciones, el «acoso» era mucho mayor.
La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad es que los agentes de vivieron amplios momentos «de ansiedad» que los dejaron exhaustos. Forcejeraon con ellos para impedirles su trabajo y les obligaron a separar una a una a las personas que les impedían el paso, en procesos que se dilataron horas, a modo de «cadenas humanas». Tal fue la empresa que algunos de ellos recuerdan cómo llegado un punto «ya no era capaz de cerrar las manos del esfuerzo físico realizado para separarlos». Es la fotografía común a la mayoría de los relatos sobre cómo fueron recibidos y despedidos los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
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