Polémica en redes en torno al evento

Raphael y su noche de «escándalo» en Madrid: «Más seguros que en un centro comercial abarrotado»

Madrid se adelanta y retoma los conciertos en directo con medidas extremas de seguridad.

5.000 personas, un tercio del Wizink Center, "llenan" el recinto para celebrar los 60 años de Raphael sobre los escenarios.

El mundo de los conciertos y espectáculos lleva pidiendo ayuda al ministro Uribes desde hace meses ante la "agonía" de un sector del que dependen miles de familias.

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La noche prometía escándalo, pero del bueno. El de Raphael, decidido -había dicho- a celebrar, sí o sí, pero con toda la seguridad necesaria por el Covid, sus 60 años sobre el escenario. «Nos hemos sentido más seguros que en uno de esos centros comerciales abarrotados estos días», decía una pareja al salir del concierto después de dos horas y media de Raphael en estado puro. Esa «sensación» de seguridad ha sido general en todos los asistentes desde el inicio hasta el final. ¿»Sensación engañosa»?. Los días lo dirán…

La entrada ha sido tan escalonada que, a media hora de empezar el concierto había, casi, más periodistas preguntando por la «polémica» que público entrando al recinto. «¿Qué polémica?», contesta un señor de Murcia (tal cual) que ha venido con su mujer pertrechado con banderas de «Raphael 6.0». «Siempre le hemos seguido por toda España», cuentan entusiasmados. Y, ante la «polémica», contesta recitando una retahíla de lugares donde, en su opinión, es más probable coger el Covid que esta noche en el Wizink Center. Si uno se para a pensarlo, a priori, tiene razón.

Cinco y media de la tarde. Queda hora y media. Se abren las puertas del Wizink Center. Los accesos se han dividido en cuatro zonas: dos por Fuente del Berro, la principal de la plaza de Felipe II y la de la calle Goya. A esa hora empiezan a llegar los primeros espectadores. Al sacar la entrada has debido identificarte completamente, incluida la dirección. Se trata de poder hacer rastreo en caso necesario en un par de semanas. 300 trabajadores del Wizink Center están volcados en que todo salga bien. Muchos de ellos, con petos azules, se han repartido en la calle por los cuatro accesos para ir dirigiendo a cada uno por la puerta que le toca sin que haya aglomeraciones. Desde las cinco y media hasta las siete que empezará el concierto, el goteo de asistentes va a ser lento y despejado. Se ha recomendado ir con tiempo para evitar colas y concentraciones. Y los 5.000 asistentes lo han cumplido. En cualquier local de hamburguesas, de dulces redondos de esos con agujero o de comida rápida en un centro comercial, estos días, hay más colas (y más densas) que esta noche, aquí.

Ni siquiera el tercio legal del aforo se ha completado, según la organización. «Ha habido total normalidad y se han respetado todas las medidas de seguridad. El aforo ha estado en torno al 30% y sin ninguna incidencia», cuentan fuentes de la organización. De hecho, nosotros encontramos entrada por Internet apenas una hora antes de abrirse las puertas. No se ha vendido todo, aunque quedan pocas entradas. El sábado hubo 4.368 personas en los asientos habilitados, según el Wizink Center. Eso es un 25% del aforo total «cuando por normativa se hubiese podido activar hasta el 40% del aforo», dice la empresa.

Damos fe, como testigos, de que la legalidad se ha cumplido escrupulosamente. En las redes sociales un tuitero comenta: «No dudo de que se haya cumplido la ley; lo que me horroriza es que la ley autorice esto en plena pandemia». Todo un debate.  «Cualquier tarde en un centro comercial estos días -nos dice un espectador- hay más de 5.000 personas metidas en tiendas abarrotadas de techos bajos y no como aquí, que el espacio es amplio». «¿Qué hacemos?. No podemos pararnos», añade su acompañante. «Con responsabilidad, con cuidado, manteniendo distancia, mascarilla… pero hay que seguir adelante sin miedo», señala. «Yo me he dejado un familiar en el camino con el Covid», nos cuenta. «Nadie me va a contar lo que es».

El primer concierto, el del sábado, suscitó críticas en las redes sociales (convertidas en jueces invisibles de la realidad) por la afluencia multitudinaria en un espacio cerrado cuando en Madrid se acaban de restringir las reuniones familiares a seis personas. Por la mañana, la presidenta regional Isabel Díaz Ayuso, destacaba que las medidas de seguridad se habían respetado. «Es el mínimo aforo posible y se ha autorizado con una incidencia acumulada baja en Madrid. Si en unos días se observa que aumenta la incidencia acumulada, lo siguiente será pensar en volver a suspender estos eventos».

El ministro missing

La Comunidad de Madrid se ha adelantado también en esto de los conciertos y espectáculos al Gobierno de Pedro Sánchez. Los profesionales han llegado a pedir, estos meses, la dimisión del ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, que lleva missing desde que asumió el cargo en enero y más missing todavía desde que se inició la pandemia en marzo. El único ‘movimiento’ que se le observó en enero al ser elegido, y a tenor de las críticas por su estado de forma siendo ministro de Deportes, fue verle entrar y salir de un gimnasio en Pozuelo de Alarcón ya caída la noche.

Uribes recibió en septiembre a un sector, que -más allá de las estrellas que brillan sobre el escenario- da de comer a miles de familias y que está -le dijeron- agonizando, como tantos otros sectores económicos. De septiembre a hoy, no han vuelto a saber nada del ministro. En la línea del Gobierno Sánchez sobre la pandemia, Uribes le pasó la pelota (o… el «marrón») a las comunidades autónomas. Hace pocos días, Uribes dijo en la televisión oficial, es decir en TVE, que «los conciertos no deben tener un tratamiento diferente al de otras actividades culturales». Y como medida ‘atrevida’ anunció: «He pedido a los consejeros de Cultura de las comunidades, de los que depende el aforo y las licencias, que si se celebran conciertos en las mismas condiciones que el cine o el teatro, que tengan la consideración de sala cultural. Y que los macro conciertos se puedan hacer con separación. Lo importante no es el tipo de acto, sino las condiciones para que se produzca». La frase «de los que dependen el aforo y las licencias» debió de ser por si no había quedado claro que el Gobierno de Sánchez se lava las manos también en este tema. Le llaman «cogobernanza». Quizá dejarse ver por el Wizink Center hubiera sido un detalle de aliento por parte del ministro de Cultura.

Con el beneplácito tácito del ministro y la aprobación también del Delegado del Gobierno, el socialista Franco (José Manuel), el ejecutivo regional autorizó el evento coordinado con el ayuntamiento de Madrid. «Las imágenes del sábado desde la grada alta engañan», decía la presidenta Ayuso. Y es cierto. Al bajar desde la grada, en el plano corto, la pista central parece más preparada para un examen de oposición que para un concierto. Como si los asistentes fueran a copiar. Hay doble distancia de seguridad entre las butacas (como en la grada) y sólo se permiten grupos de más de dos personas que vinieran ya juntos. En cada asiento (en los habilitados y en los no habilitados), hay una mascarilla. Hasta llegar al tuyo, te han tomado la temperatura, has pasado por una alfombrilla desinfectante del calzado y has tenido frotarte bien las manos con el gel hidroalcohólico que hay en cada acceso. Uno por uno, los 5.000 asistentes. Un miembro de la organización, con peto azul, ayuda con las entradas y repite a gritos el protocolo alfombra-gel por si queda alguna duda. Los bares de dentro del Wizink Center están abiertos, pero apenas hay gente en ellos.

En el interior, la vigilancia durante el concierto es extrema. Un señor se levanta a bailar, le cae la mascarilla por debajo de la nariz y un agente de seguridad, con vista de lince, se acerca para decirle que se la suba. La gente mueve la cadera sobre la butaca y poco más, cuanto menos al principio, aunque luego se irá soltando. Una chica de peto azul, entre la penumbra del concierto, nos ve «demasiado pegado» a la señora de atrás y nos invita a cambiar de asiento.

Raphael

Cuando Raphael empezó en esto, uno no había ni nacido y eso que ya pintamos canas. Y ahí sigue. Más de dos horas cantando y sin parar. Una canción tras otra. Incombustible. Arranca puntual a las siete con «Renacer», canción con mensaje: «Renacer -dice- frente a las penumbras… como el Ave Fénix». Pantalón y camisa negra, la voz de Raphael invade por completo este Wizink Center, hoy, en realidad, más vacío que lleno. Sólo un gran artista, con letras excepcionales, es capaz de algo así: conseguir que, por dos horas, la «nueva normalidad» de Sánchez parezca que fue sólo un mal sueño.

«Me olvidé de vivir»… Raphael se atreve con todo. Hasta con Gospel («¡Aleluya!»). También le canta a «la vida loca, loca, loca …» y a la «Nostalgia». El público sigue contenido en los asientos, pero disfrutando. Alguno, de pie, baila, pero todo en orden. Después de nueve meses, una extraña sensación nos recorre a todos tan sólo por estar de nuevo en un concierto, por escuchar música, por vernos bailar y sonreir… aunque sea con mascarilla. Los ojos delatan. La música es un bálsamo y es salud también, si esto, al final, no resulta ser un foco de contagio masivo del Covid. El público es variado, de todas las edades, pero, sobre todo, ya maduro sin duda alguna. Un concierto, sobre todo, para un público de riesgo. Bastantes de los asistentes superan con creces los 50, los 60 y hasta los 70 años…

Cuando Raphael confiesa que «tengo el corazón en carne viva», casi nadie se acuerda ya del Covid. Por unas horas, esas 5.000 almas han vuelto a la «vieja normalidad», pero responsablemente. «Estar enamorado es… olvidar la muerte y la tristeza» canta Raphael. «Se nos rompió el amor de tanto usarlo, de tanto abrazo sin medida… «… y la pareja de delante decide seguir al pie de la letra la canción. Por la intensidad y duración del abrazo, o son «convivientes» (que se dice ahora) o Raphael ha hecho, esta noche, el milagro en ellos.

«Las cosas tan hermosas duran poco… Jamás una flor dos primaveras…», aunque -a esas alturas- el concierto ya parece eterno porque Raphael no ha parado entre canción y canción. Apenas algún trago de agua entre canción y canción y esos silencios sobre el escenario que domina como nadie para que, por ejemplo, entendamos la tragedia de Alfonsina: «Te vas Alfonsina con tu soledad vestida de mar…».

«Que sabe nadie», «Yo soy aquel» y, cómo no, «El tamborilero», momento en que el Wizink Center se llena de mecheros… perdón… de móviles… que los tiempos han cambiado. Después, cuando Raphael arranca el «Como yo te amo», Rocío Jurado sobrevuela los altísimos techos del recinto por donde -dice la organización- cada 12 minutos el aire se está renovando completamente.

Raphael para, por fin, al cabo de dos horas y habla en vez de cantar: «Gracias Madrid. El artista debe estar frente a su público siempre… hasta el final…», dice. «Volveré, Madrid, el año que viene. ¡Esperadme!. ¡Feliz Navidad a todos!» … y el de Linares (Jaen) se marcha por donde vino andando como solo él sabe hacerlo (con permiso de Josema Yuste). A su manera.

Antes de irse había llegado el éxtasis con «Escándalo». El público ya no puede más y se pone en pie. El Wizink Center, ahora sí, tiembla. Notas el suelo vibrar. Como en los viejos tiempos. Hay ganas de vivir. Los días dirán si esto ha sido o no una enorme irresponsabilidad. Lo cierto es que Madrid no se detiene. Al salir a Goya, hay vida, hay luces, hay terrazas y restaurantes (con distancia, pero vivos), hay tráfico y ahí están también las luces de siempre de esos grandes almacenes que, en si mismos, son la Navidad para tantas generaciones de españoles.

Dentro, despejándose el recinto por sectores de manera controlada, aún resuena el «escándalo» de Raphael. Leemos en las redes sociales que Ayuso ha autorizado el concierto «para poder llenar el Hospital Zendal». Perversa idea difícil de imaginar salvo en una mente enrevesada. Los días dirán… Por lo pronto, para las 5.000 personas que «llenaron», hasta donde el Covid les dejó, el Wizink Center, no hubo escándalo por ningún lado. Porque el escándalo era él. Raphael. 60 años sobre el escenario.

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