España
Se les adoctrinará en la Abadía de Montserrat

La Iglesia catalana abre un ‘campo de reeducación’ para frailes y monjas llegados del resto de España

  • Agustín de Grado
  • Subdirector y responsable del Área Política en OKDIARIO. Antes jefe de área en ABC, subdirector en La Razón y director de Informativos en Telemadrid.

La Iglesia catalana abrirá un ‘campo de reeducación’ en la abadía de Montserrat para que los frailes y monjas que lleguen a Cataluña desde otros lugares de España «conozcan bien el contexto cultural y eclesial donde tienen que inculturar su vida y misión». La iniciativa parte de la Unión de Religiosos de Cataluña (UCR), que agrupa a los superiores y superioras de los Institutos de Vida Consagrada con casa y comunidad en Cataluña.

La caída de las vocaciones está obligando a la unificación de las congregaciones religiosas en una única provincia, de ámbito generalmente español. La desaparición de provincias territorialmente limitadas a Cataluña ha hecho saltar las alarmas. En su asamblea general, la UCR ha constatado el problema que para la identidad de la iglesia catalana supone la unificación de los institutos religiosos en una única provincia cuando ésta queda ubicada en Cataluña. En este caso, las congregaciones se ven obligadas a recibir religiosos y monjas del resto de España, Europa e Iberoamérica, lo que, en opinión de la UCR, desnaturaliza la identidad de sus centros.

Para atajar el problema, los superiores y superioras de las órdenes religiosas instaladas en Cataluña implantarán «un curso para religiosos y religiosas destinado en Cataluña provenientes de otras partes de la península [eluden la palabra España], de Europa u otros continentes». Lo llaman proceso de inculturación, pero en realidad recuerda a los ‘campos de reeducación’ de la China maoísta. Y no hay mejor lugar para este adoctrinamiento en la realidad social, cultural e histórica de Cataluña que la Abadía de Montserrat, entregada sin ambages a la causa independentista.

Se trata de una «necesidad pastoral», aseguró el claretiano Máximo Muñoz, presidente de la URC, que en ningún momento ofreció alternativa alguna para el problema de fondo de la iglesia catalana: el desplome de las vocaciones religiosas.

Màxim Muñoz, presidente de la URC (Foto: Catalunya Religió)

Máximo Muñoz nació en Zarza de Capilla (Badajoz), pero, según informa el portal Germinans Germinabit, su ascensión en la orden de los misioneros de San Antonio María Claret fue pareja a su proceso de inculturación, o lo que es lo mismo, de asunción del discurso nacionalista. Por el camino se le cayó la O y de Máximo pasó a Màxim. En 2011 alcanzó la presidencia de la URC e involucró a la organización en el denominado “Pacto del derecho a decidir”, convirtiendo así a las monjas y religiosas en arietes del independentismo.

En la misma asamblea que aprobó los ‘campos de reeducación’, Muñoz hizo suyo el argumentario de los partidos que lideraron el golpe del 1-O al destacar que «en Cataluña existe un problema político de primer orden» y denunció el encarcelamiento de los líderes del procés con estas palabras: “Hay juristas de mucho prestigio, nada sospechosos de independentismo, y entidades internacionales como Amnesty Internacional que consideran esta situación como una clara vulneración de los derechos humanos».

El padre Máximo Muñoz cerró su intervención destacando el papel que la vida religiosa tiene en la realidad política catalana, «puesto que nuestra proximidad a la gente y nuestro arraigo en el territorio, nos permiten hacer red y establecer relaciones y contactos entre personas y colectivos diversos, empezando lógicamente por nuestras comunidades y congregaciones».

Sea como fuere, el independentismo religioso se muere por la falta de vocaciones. Antes, en sus noviciados y centros de estudio se les formaba en catalán, religiosa y políticamente. En un ambiente propicio para ello. Lengua, profesores, compañeros, familia en no pocos casos… Y así salían hasta que han dejado de salir porque ya no entran. El ‘campo de reeducación’ que ha puesto en marcha la URC es la respuesta desesperada, no por ello menos aberrante, del nacionalismo religioso a una muerte anunciada por la falta de vocaciones.