De Wall Street a Ámsterdam: ¿Qué son las SPAC y a qué se debe su éxito?
Hasta hace muy poco las SPAC eran un concepto prácticamente desconocido para el inversor medio europeo. Sin embargo, la crisis del coronavirus ha aumentado el interés por este fenómeno ya arraigado en Wall Street y que ahora se extiende hasta Ámsterdam. Protagonistas de salidas a Bolsa y operaciones corporativas a uno y otro lado del Atlántico, se incrementan las voces que apuntan a una posible burbuja. Los reguladores comienzan a inquietarse.
Detrás de las siglas SPAC se esconde el término en inglés Special Purpose Acquistion Company, vehículos de inversión diseñados para hacer operaciones de fusión y adquisición. Son conocidas como ‘compañías carcasa’ al cotizar en el mercado pero no tener ninguna actividad. Una vez cumplido el objetivo de fusionarse con una empresa privada, es decir, no cotizada en los mercados de valores, esta última pasa a hacerlo automáticamente.
Simplificando el proceso, la vida de una SPAC se divide en tres fases. En la primera de ellas, el objetivo es levantar capital a través de una salida a Bolsa que se realiza mediante un proceso más flexible y con menos requisitos regulatorios que una Oferta Pública de Venta (OPV) tradicional. En este momento, los principales activos de la compañía son su equipo de gestión, su plan estratégico y la aprobación por parte del regulador bursátil del formulario de registro. Los fondos obtenidos en el salto al parqué se depositan en una cuenta fiduciaria y comienza la búsqueda de una posible fusión.
Deben conseguir realizar la operación en un plazo de tiempo determinado que normalmente se extiende hasta los dos años. Si una vez pasado ese periodo no se produce la fusión, la SPAC debe pedir una prórroga a sus accionistas, que pueden decidir no concederla y que se les devuelva el dinero. También pueden solicitar el reembolso si la compañía no cotizada objeto de la adquisición no es de su agrado.
Axel Botte, estratega global en Ostrum AM (Natixis IM), explica que las compañías objetivo de las SPAC normalmente son empresas jóvenes de rápido crecimiento. «La oleada actual de nueva tecnología en telecomunicaciones, biotecnología, robótica o energías verdes, por ejemplo, ofrece un amplio campo para operaciones de fusión y adquisición», indica. Permitir al inversor particular acceder a un universo hasta ahora bastante restringido para ellos y hacerlo de la mano de un grupo promotor especializado en la materia es el principal atractivo de estos vehículos.
Riesgos
Que este tipo de compañías puedan a salir a Bolsa a través de un proceso «más sencillo» expone a sus inversores a riesgos mayores que los que conlleva una OPV tradicional. «En una OPV clásica, los bancos de inversión que suscriben la operación harán todos los procesos de ‘due dilligence’ antes de firmar el acuerdo y que la empresa salga a cotizar», explica Botte. Sin embargo, advierte, «en una SPAC, los bancos lo único que hacen es firmar un cheque en blanco».
Y esto puede generar ciertas dudas sobre el estudio financiero realizado y la robustez del negocio de la compañía privada. Ya ha habido casos de exceso de optimismo en las perspectivas de negocios, así como valoraciones infladas. Por otro lado, «los inversores podrían no ser plenamente conscientes de todos los costes asociados a la operación o de potenciales conflictos de interés de los gestores de la SPAC en relación con otras inversiones que puedan tener», añade Botte.
Además, entrar en una SPAC en el momento del listado en el mercado conlleva peligro de iliquidez, debido a la paralización de la inversión hasta encontrar la compañía adecuada para fusionarse. Cuando ya ha tenido lugar la operación, los riesgos son los típicos asociados a la inversión en Bolsa, es decir, la evolución del precio de las acciones, con la consiguiente volatilidad y las posibles caídas.
De Wall Street a Europa
Aunque existían antes de la pandemia, con la irrupción del coronavirus las SPAC han experimentado un fuerte crecimiento, beneficiadas por la liquidez existente en los mercados y la aceleración de las operaciones corporativas tras el parón que tuvo lugar durante lo peor de la crisis. Ahora se extienden desde Wall Street a Europa. Javier Amo, director del máster en Bolsa y mercados financieros del IEB considera que son «un producto financiero como cualquier otro, con auges y caídas», pero que, cumpliendo una función muy específica, «están para quedarse».
Tanto es así que ya se ha comenzado a hablar de una burbuja. Fuentes financieras consultadas señalan que se puede estar produciendo «cierto recalentamiento» debido al «efecto llamada» que han provocado las fuertes revalorizaciones de algunas de ellas. Con un creciente número de operaciones, el ‘boom’ de las SPAC podría frenarse debido, precisamente, a que cada vez es más difícil encontrar una empresa tradicional a la que absorber, y además hacerlo en unos términos atractivos. Por ese motivo, cada vez más SPAC estadounidenses salen de compras fuera de su país.
En Europa este mercado está en pleno desarrollo y, como suele pasar en estos casos, los países con una regulación más atractiva toman la delantera. Un ejemplo de esto es Alemania, aunque en el viejo continente la Bolsa de Ámsterdam es la que registra una mayor actividad. El creciente interés por parte de los pequeños inversores y algún que otro fracaso ponen en alerta a los reguladores a uno y otro lado del Atlántico.
Que la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC) o las autoridades europeas tomen partido en este asunto, y decidan incrementar los requerimientos de información, podría suponer el fin para este tipo de vehículos. Cada vez más reguladores llaman a la precaución, alertando de que las SPAC no son un producto para todos los inversores.
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