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Trabajó como auxiliar de enfermería y ésta es la pensión que le queda con 25 años cotizados: no es justa

Durante más de dos décadas, la protagonista de esta historia, Silvia, dedicó su vida a cuidar a otros. Fue auxiliar de enfermería en distintos hospitales y residencias de Francia, un trabajo duro, físico y emocionalmente exigente. Hoy, con 67 años y cinco de jubilación a sus espaldas, confiesa que, pese a todo lo que dio, la recompensa económica no está a la altura. «Mi pensión de jubilación es de 1.790 euros brutos al mes, unos 1.625 netos. Y sinceramente, me parece insuficiente», resume, teniendo en cuenta el esfuerzo de su trabajo durante décadas.

Su historia refleja la realidad de miles de profesionales sanitarios que dedican su vida a cuidar, pero que, llegado el momento de su jubilación, sienten que el sistema no les devuelve con justicia lo que entregaron. En su caso, fueron 25 años cotizados en hospitales públicos y privados del oeste de Francia, siempre con el mismo compromiso, pero con una pensión que no refleja ni el esfuerzo ni la responsabilidad del cargo. Silvia se jubiló en 2020, poco antes de la reforma de las pensiones. Asegura que tomó la decisión con ilusión, dispuesta a empezar una nueva etapa más tranquila. Pero el entusiasmo inicial dio paso a una reflexión amarga: “Si comparo lo que cobro ahora con lo que me dejé por el camino en noches sin dormir o turnos dobles, no puedo evitar sentir que algo no encaja”.

Trabajó como auxiliar de enfermería y ésta es la pensión que le queda con 25 años cotizados

Natural de Sarthe, una región del oeste de Francia, Silvia se acostumbró pronto a vivir de un lado para otro. Su marido era vendedor y cambiaba de empresa con frecuencia, lo que les obligaba a mudarse una y otra vez. Eso la llevó a trabajar en distintos centros: hospitales en Le Mans, Laval, Angers o Rennes, y también en varias residencias de ancianos. «Si me hubiera quedado siempre en el mismo sitio, me habría aburrido», reconoce. «Pero al cambiar de departamento cada pocos años, aprendía cosas nuevas y conocía otros métodos de trabajo».

Durante tres años formó parte del servicio de neonatología en un hospital privado de Rennes. Aquella etapa la recuerda con especial cariño. «Cuidaba de bebés prematuros. Era una labor delicada y muy exigente, pero también la más gratificante de toda mi carrera», explica. Su experiencia en distintos ámbitos de la atención sanitaria le permitió adaptarse con rapidez a cualquier entorno, y siempre fue bienvenida en los equipos donde llegaba. «Sabían que podían contar conmigo», afirma con orgullo.

Una jubilación con sabor agridulce

En su último empleo, en una residencia pública de ancianos en Angers, ganaba alrededor de 2.300 euros brutos al mes, unos 1.900 netos. No era un sueldo alto, pero suficiente para vivir con cierta estabilidad. Al jubilarse, sin embargo, las cifras cambiaron. «Ahora recibo 1.625 euros netos mensuales entre dos cajas de pensiones: la Agirc-Arcco y la Caja Nacional de Jubilaciones de Empleados de Gobiernos Locales», detalla. Pese a que se trata de una pensión completa, ella la considera injusta, dado que es un trabajo que exige mucho.  Físicamente, mentalmente y emocionalmente. Y el reconocimiento, tanto social como económico, es mínimo.

Lo que explica esta jubilada ponen sobre la mesa un problema estructural: la falta de valoración del trabajo asistencial. Los auxiliares de enfermería son quienes limpian, cambian, acompañan y alivian el día a día de los pacientes, pero su salario y su pensión no reflejan ese peso invisible. «Las largas jornadas, el trabajo físico, las noches sin descanso y la falta de reconocimiento pesan mucho con los años», lamenta.

Aun así, la jubilada intenta mirar hacia adelante. Disfruta de su tiempo libre, viaja, pasa más horas con sus hijos y trata de cuidar de sí misma. «Después de tantos años cuidando a los demás, ahora me toca a mí», dice. Pero la sensación de que el sistema le ha fallado sigue latente: «Recibo una pensión completa, pero no me parece justa en comparación con el esfuerzo y la responsabilidad que implica este trabajo».

El espejo de lo que ocurre también en España

La historia de Silvia no es muy distinta a la de miles de auxiliares de enfermería españoles. En España, un Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería (TCAE) cobra entre 1.400 y 1.600 euros brutos al mes, dependiendo de la comunidad autónoma y los complementos salariales. Su salario base es de apenas 716,98 euros, al que se suman trienios, pluses por nocturnidad o destino, y otros conceptos variables. La cifra puede mejorar ligeramente en hospitales públicos o grandes ciudades, pero en ningún caso se corresponde con la responsabilidad real del puesto.

Si a esto se añade que la mayoría son mujeres y que muchas han trabajado en condiciones precarias o con contratos temporales, el resultado es claro: sus futuras pensiones serán reducidas. Y, como en el caso de Silvia, esa desigualdad se hace más evidente al llegar la jubilación. La dureza del trabajo contrasta con la modestia de la pensión, especialmente si se compara con otros sectores con menor carga física o emocional.