Sergio Ramos vuelve a casa en son de paz
Con la conciencia tranquila y en son de paz. Así vuelve Sergio Ramos al Sánchez Pizjuán, la casa que le vio nacer, crecer y convertirse en un jugador que nunca quiso marcharse del club de sus amores, pero que había nacido para ser leyenda. El Real Madrid llamó a su puerta y él prefirió no dar un paso hasta que el Sevilla, el equipo de su vida, no diera el sí, quiero. Del Nido lo dio y el resto ya es historia.
Han pasado menos de 72 horas de su última visita al Pizjuán, donde unos pocos, los más ruidosos pero los menos sevillistas, se dedicaron a hacer a Sergio Ramos la vida imposible. Fue una actitud intolerable con el que ha sido, es y será uno de los suyos. Un sevillista, pero no de boquilla. Un sevillista de verdad.
El capitán del Real Madrid, que lleva una década en el exilio voluntario de su tierra y de su casa, ya tiene callo en los silbidos. Le ocurre a él y a otros compañeros suyos en otros campos de España, pero en el Pizjuán duele más. A Sergio Ramos, sin embargo, nunca le importó que le insultaran, ni que le dijeran de todo, aunque fuera en su casa. A él no. Pero cuando una pandilla de indeseables se pasa todo el partido insultando a tu familia, es normal que uno desate su rabia contenida con una dedicatoria que, por cierto, no fue ni ofensiva ni de mal gusto: sólo se señaló el dorsal.
Este domingo Sergio Ramos volverá a su Sevilla y a su Sánchez Pizjuán. Lo hará tranquilo y sin ánimo de revancha contra nadie. Lo hará con la conciencia tranquila y la experiencia de ser uno de los jugadores que con más orgullo y honor ha paseado por todo el mundo la bandera del Sevilla y el nombre de su ciudad y de Andalucía. Lo que ocurre es que mucha gente tiene memoria de pez o toma pastillas para el olvido.
Sergio Ramos no va a dejar de ser sevillista nunca. Ni por los Biris. Ni por una directiva, puede que manejada por alguien en la sombra, que en un arranque de enajenación mental transitoria ha pedido a la Liga que le sancionen por lo que ocurrió el jueves. Y se han quedado tan anchos.
Con las que han liado los Biris dentro y fuera del Pizjuán en la última década en España y en Europa –basta con ver los actos vandálicos de los días de previa de partido de Champions de esta misma temporada–, el Sevilla tiene el desahogo de pedir una sanción para Sergio Ramos por señalarse el dorsal. Quizá haya llegado el momento de que el Real Madrid dé un puñetazo en la mesa y pida a la Federación el cierre de un campo que –sí, fue también el pasado jueves– cantó a coro «¡Ramos, muérete!» en los minutos finales del partido. Y eso sí que no se puede tolerar.
No lo hará porque el Real Madrid es un club señor, igual que lo es su capitán, Sergio Ramos, cuyos valores son un ejemplo para cualquiera que quiera saber cómo debe comportarse para triunfar en el fútbol. O en la vida. Quizá, aunque sólo sea por eso, el Pizjuán debería de ser justo con él.
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