Episodios ciclistas: el regreso del Hombre – Tour
Su victoria en el Tour de Francia podría considerarse una sorpresa. Pogacar se postulaba imbatible. Es cierto, que a Vingegaard le precedían méritos y avales, más por el potencial que se le avistaba que por triunfos contrastados. Esto último favorecía un halo de subestimación extendida que ponía en entredicho el verdadero techo del danés.
Como se comprobó en Granon y Hautacam andaban errados los cicateros e incrédulos. En su defensa podría argüirse su condición de promesa en ciernes. Sin embargo, el anuncio de Roglic, al terminar la Dauphine, no fue un farol; Jonas Vingegaard era el caballo ganador.
Y Vingegaard ganó el Tour de Francia con veinticinco años. Una edad meridiana que le permite afrontar una madurez pletórica, con la experiencia de un gran éxito en su arsenal. Cerebral en el estudio del adversario, pertrechado de una guardia pretoriana que muchos desearían, supo esperar el momento oportuno sin aparente nerviosismo.
Mientras en Pogacar se concentraban todos los focos y se recreaba de una superioridad sin dosificador en los trámites preliminares, su compañero Van Aert trabajaba en el campo de batalla y Roglic le escoltaba en todos los movimientos, a pesar de ir mermado de facultades. Cuidaba y protegía al delfín elegido.
En la Planche de les Belles Filles, Vingegaard no se encogió cuando Pogacar mostró su poderío con un afilado ataque a lo Caníbal, cargado de intenciones intimidatorias. El polvo del sterrato no nubló la visibilidad ni la claridad de mente, a pesar de ver escaparse la etapa en un último suspiro de agonía. Aguantó la mejor rueda y enseñó al mundo y a sus rivales que sabía sufrir.
Con este primer requisito indispensable acreditado, restaba el imprescindible para triunfar. La cita señalada era el Col de Granon. Fue aquella la etapa del Tour, y, por lo tanto, la del año. La emboscada, mil veces comentada, obtuvo como rédito comprobar la humanidad de Pogacar. Vingegaard soportó mejor que nadie el calor y supo rematar a su adversario para vestirse de amarillo.
Golpe de líder
Desde aquel momento, emergió el hombre-Tour que lleva dentro. Mantuvo el liderazgo hasta el final y nos regaló la imagen más icónica de los tiempos modernos; el líder generoso y magnánimo que no se aprovecha de la desgracia del rival. Fue en el descenso del Col de Spandelles cuando Vingegaard y Pogacar retrataron la instantánea de la temporada. Los Tour y podios pasarán, la foto perdurará.
Como seguro que acontecerá, cuando el danés recuerde los multitudinarios actos de celebración, en el célebre parque de atracciones Tivoli de Copenhague. Un enfervorizado público coreaba su nombre y proclamaba que aquel joven y escuálido ciclista con su triunfo había unido a la nación. Dinamarca había sido la protagonista del Tour de Francia, de principio a fin.
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