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RAMÓN TENÍA RAZÓN

El barcelonismo patológico

Madridismo sociológico, ése fue el término acuñado por Jan Laporta y que fue eufóricamente jaleado por gran parte de la afición culé, sin atender al hecho de que escondía una indisimulable redundancia en sí mismo. El madridismo es sociológico por definición, porque si no fuera sociológico no sería madridismo. El madridismo es un hecho social, igual que el tabaquismo o el cristianismo. A nadie se le ocurriría decir islamismo sociológico y a continuación esperar llevarse aplausos por el hallazgo. No obstante, la improvisación de Laporta no ha sido en vano ya que nos ha permitido confirmar otro hecho social incuestionable y creciente: el barcelonismo patológico.

El barcelonismo patológico es un síndrome que impulsa a una parte de la afición culé a pensar que todo lo que es despreciable en esta vida se debe a la influencia o mera presencia del Real Madrid. Resulta un fenómeno social más concreto que el antimadridismo, puesto que este último es más global, supera las fronteras culés y a veces simplemente obedece a la querencia natural de todo aficionado de ver caer al más fuerte. A ojos del antimadridista, el Madrid siempre va a ser Goliath y eso está bien y vertebra el mundo del fútbol desde el Real Madrid. No deja de haber un gran respeto y pasión del antimadridista hacia el Madrid, lo que pasa es que está mal enfocado.

Contra treinta años pagando al segundo de los árbitros, Laporta hábilmente le ofreció a su gente una redundancia tan obvia que a Florentino sólo se le ocurrió como respuesta que al menos fuese de calado universal. Porque sí, Laporta pretendía hacernos creer que el Madrid se sirve de los centros de poder de la capital y no de su masiva implantación en todo el mundo, entre otras cosas, porque siempre ha deseado ser un club sin fronteras territoriales o ideológicas. De hecho, la camiseta del Madrid no conoce banderas ni símbolos identitarios, con la excepción de la reducida etapa de Calderón.

El madridismo sociológico de Laporta, o barcelonismo patológico como prefiero llamarlo, es una buena metáfora de lo que está siendo su mandato: demasiados fuegos artificiales, muchas bombas de humo que sólo pretenden distraer la atención. Laporta, al que sólo protege la prescripción, ha sido incapaz de darle una explicación razonable a su gente de por qué su club pagó durante treinta años a Negreira.

El gran drama es que el barcelonismo patológico ya no espera explicaciones de su presidente porque los malos siempre estarán en Madrid y justifican absolutamente todo desde el convencimiento de que el caso Negreira es una maniobra macabra de Florentino, «que no se está portando bien». Como respuesta a los presupuestos no cumplidos, a las palancas no cobradas y con tintes ficticios (otro hallazgo para evitar el término venta de activos) y a la crisis deportiva, el barcelonismo patológico siempre encontrará una coartada en el Real Madrid.

La simple sospecha alimentará un relato de hechos que después no encontrará conciliación alguna con la realidad. No hay enemigo más temible y despreciable que el que no existe, pero imaginamos. Pero qué más da la realidad si Laporta, mientras de puertas adentro pide ayuda Florentino para sacar al Barcelona adelante, ya ha señalado públicamente al verdadero culpable de todo: ese madridismo sociológico contra el que es tan difícil pelear y además adultera la competición que el Barça nunca pretendió adulterar teniendo a sueldo al vicepresidente de los árbitros durante las tres décadas más exitosas de su historia de resistencia honorable ante el imperio blanco.