Deborah Colker y sus gladiadores arrasan con el espectacular ‘Vero’
Deborah Colker. Si este nombre no te dice mucho quizás lo sitúes mejor con un par de pistas. Emocionó en la ceremonia de apertura de las Olimpiadas de Río de Janeiro con sus 120 bailarines y centenares de voluntarios. Y fue la responsable de crear y dirigir el espectáculo ‘Ovo’ del Circo del Sol. Deborah acaba de visitar España por primera vez, de la mano del Grupo Smedia.
El inicio de ‘Vero’ -así se llama el espectáculo- es caótico, agónico, sorprendente. Y en ocasiones irritante: el ajetreo de los bailarines recuerda a una película proyectada a gran velocidad. La intención de la coreógrafa es mover al espectador, como quien agita la jaula del pájaro. No se puede evitar pensar qué extrañas ideas pueblan la mente de esta psicóloga reconvertida en bailarina. Pero Colker es cordura y sabe muy bien lo que hace. Según avanza el espectáculo la música, movimientos y coreografía encajan. Y el espectador comienza a entusiasmarse.
Son catorce los bailarines-atletas que llenan el escenario. Cuerpos fuertes y flexibles, alejados de la fragilidad y delgadez que reclama el ballet clásico. Ni un kilo de más ni una proteína de menos. Proceden de la danza contemporánea o del ballet clásico y no del circo, como cree quien observa sus movimientos. Son bailarines puros y esta obra les ha supuesto un verdadero desafío. Eso que algunos llaman salir de la zona de confort. «Necesito bailarines fuertes, porque expreso sentimientos e ideas y no solo habilidad. Quiero técnica para sentirme libre de explorar diferentes espacios como la filosofía, el cine o la poesía», revela Deborah Colker.
Los bailarines son lo más parecido a gladiadores de la danza, moviéndose con gran fuerza y velocidad por el escenario. La representación avanza hasta llegar al clímax con el ‘rocódromo’: una vertiginosa pared vertical de 7 metros. Se trata de un despliegue de belleza, potencia, agilidad y coordinación a partes iguales. «Refleja mi interés en el análisis del movimiento y el espacio, la energía de buscar los límites» señala la coreógrafa.
El espectador no tiene ni un segundo de descanso. La coreógrafa quiere que este sea parte del juego y trabaje con los bailarines «a través de una fuerte comunicación e intercambio de energía». Y vaya si lo consigue. En el momento que cae el telón el público en pie -como impulsado por un muelle – prodiga aplausos y esa energía que Deborah reclamaba. Colker, vuelve.
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