Terremoto informático: China crea un superordenador con IA no más grande que una maleta y un 90% más eficiente
La inteligencia artificial podría superar al ser humano antes de 2027
Google logra con la computación cuántica ejecutar programas 13.000 veces más rápido
Este problema desafía incluso a los superordenadores
El reciente desarrollo en China de un superordenador con IA compacto marcaría un punto de inflexión en la relación entre eficiencia energética y capacidad de procesamiento. La tendencia mundial en inteligencia artificial había girado hacia el uso de enormes centros de datos, dependientes de grandes cantidades de energía y sistemas de refrigeración costosos.
Pero este sistema, de tamaño reducido, logra rendimientos propios de infraestructuras que tradicionalmente ocupan salas enteras. Al ser un superordenador con IA pensado para funcionar con una toma de corriente convencional, abre el camino hacia una computación más descentralizada y sostenible.
¿Cómo es el superordenador con IA compacto que lanzó China?
El superordenador con IA que desarrollaremos a continuación es el modelo BIE-1 y quien está detrás es el Instituto de Ciencia y Tecnología de la Inteligencia de Guangdong. El BIE-1 representa un cambio de paradigma y demuestra que la potencia de cálculo no tiene por qué implicar un gasto eléctrico desmesurado ni requerir instalaciones complejas.
El secreto detrás del rendimiento del BIE-1 está en su arquitectura neuromórfica. Inspirado en el funcionamiento del cerebro humano, el dispositivo utiliza redes neuronales que procesan información de forma adaptativa y eficiente. Esto le permite manejar grandes volúmenes de datos sin depender de refrigeración activa ni servidores externos.
El sistema integra 1.152 núcleos de CPU, 4,8 terabytes de memoria DDR5 y 204 terabytes de almacenamiento. Gracias a esta configuración, puede alcanzar velocidades de hasta 500.000 tokens por segundo en tareas de inferencia.
Este rendimiento lo sitúa a la altura de los clústeres equipados con múltiples GPU de gama profesional, pero con un consumo energético aproximado de 150 vatios, un 90% menor que los sistemas equivalentes.
Además, su temperatura operativa no supera los 70 °C, incluso bajo carga máxima, lo que elimina la necesidad de refrigeración adicional. En términos prácticos, esto significa que el dispositivo puede funcionar en entornos domésticos o empresariales sin requerir adaptaciones eléctricas o de ventilación.
Sin exclusividades: un superordenador con IA pensado para uso cotidiano
El BIE-1 no está destinado únicamente a laboratorios o centros de investigación. Su diseño permite integrarlo en entornos cotidianos donde la inteligencia artificial empieza a tener aplicaciones reales. Oficinas, escuelas, clínicas o incluso viviendas inteligentes podrían beneficiarse de su capacidad de procesamiento local.
Esta computación en origen evita la dependencia de servicios en la nube, reduciendo costes y riesgos de seguridad. Al no necesitar enviar información a servidores externos, se mejora la privacidad de los datos y se disminuyen las vulnerabilidades frente a ciberataques.
En sectores como la educación personalizada o la sanidad digital, donde el tratamiento de información sensible es constante, esta ventaja resulta fundamental. Empresas vinculadas al GDIIST, como Zhuhai Hengqin Neogenint Technology o Suiren (Zhuhai) Medical Technology, ya investigan su implementación en diagnóstico médico y aprendizaje adaptativo.
El ejemplo de BIE-1 para generar cambios en el modelo energético global
El auge de los grandes centros de datos ha generado un aumento notable en el consumo eléctrico mundial. Muchos de ellos dependen todavía de fuentes de energía fósil, lo que eleva su huella de carbono. En este contexto, un superordenador con IA como el BIE-1 plantea una alternativa viable: computación distribuida y eficiente, con menor impacto ambiental.
Este enfoque encaja con los planes de descarbonización impulsados por la Unión Europea, que a partir de 2025 aplicará normas más estrictas de eficiencia energética en infraestructuras digitales. Sistemas descentralizados como el BIE-1 podrían contribuir de forma directa a cumplir esos objetivos sin frenar la innovación tecnológica.
El ahorro energético no es el único beneficio. La reducción del calor generado y de los costes operativos convierte a esta propuesta en una opción económica para instituciones de menor presupuesto, ampliando el acceso a la inteligencia artificial avanzada más allá de los grandes conglomerados tecnológicos.
Implicaciones y futuro de la computación local
La aparición del BIE-1 sugiere un futuro donde la supercomputación deje de estar concentrada en pocos centros y pase a formar parte del tejido tecnológico cotidiano. Entre sus implicaciones destacan las siguientes:
- Menor demanda energética global, gracias al reemplazo de sistemas centralizados por dispositivos locales.
- Acceso democratizado a la IA, con equipos más asequibles y fáciles de mantener.
- Reducción de la huella de carbono digital, al eliminar la necesidad de refrigeración intensiva.
- Mayor resiliencia tecnológica, al evitar que un fallo en la nube afecte a múltiples sistemas.
Comparado con equipos tradicionales como la NVIDIA DGX Station A100, el BIE-1 ofrece un consumo diez veces menor y un volumen 90% más reducido, lo que permite su instalación en espacios ordinarios sin complicaciones.
Este tipo de desarrollos también puede impulsar economías locales mediante la creación de nuevas aplicaciones basadas en IA descentralizada: talleres con sistemas de control inteligente, clínicas rurales con diagnósticos inmediatos o escuelas conectadas sin depender de grandes servidores.
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