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Si la cosa funciona

Cuando la Liga de Fútbol Profesional señaló para las cinco de la tarde del sábado, – «hora lorquiana» (de toros) en referencia al poeta granadino tal cual no dejaba de recordarme Pepín Cabrales a fin de preparar el Supergarcía del domingo, entonces no se jugaba tanto en sábado, nunca los viernes y los lunes solamente el partido de la tele en abierto- nadie sabía que la temperatura habría descendido e incluso podría llover según las previsiones de la AEMET. Aun así es, más que una temeridad, una verdadera barbaridad programar partidos de fútbol antes de la puerta de sol durante el tórrido mes de agosto. En lugar de llevarse la liga a Miami para sacar tajada, igual que la Supercopa a Arabia, podrían trasladarla al Tirol, los Alpes o los Pirineos, franceses si se quiere. Claro que allí no hay «pasta» que repartir.

Si la UEFA detiene sus competiciones entre de noviembre a febrero para evitar las nevadas propias de la estación invernal en casi toda Europa, el mismo sentido tendría impedirlas en todo el sur continental al menos hasta el mes de septiembre, como se hacía antes, y no adelantar fechas con el único fin de hacer hueco a las que procuran sustanciosos ingresos a las organizaciones presididas por Infantino, Ceferin y compañía. Entonces si que tendría sentido no cerrar el mercado de futbolistas hasta el 31 de agosto, no con el calendario en curso.

Es el tipo de cosas a las que tanto Jagoba Arrasate como Iñigo Pérez, el entrenador del Rayo Vallecano, se referían el pasado fin de semana. Esas de las que «todos hablamos pero nadie hace nada». «Si la cosa funciona», titulaba Woody Allen una de sus películas, mejor no tocarla. Y este entramado mercantil al servicio de la televisión que paga aunque no mande del todo, está claro que funciona. Al menos para quienes, de alguna manera, mandan, sea por decreto o «delegación».