¿Sabes por qué en Mallorca se celebra el Día de las Vírgenes la víspera del 21 de octubre?
"Ya no se cantan serenatas, pero seguimos comiendo buñuelos", apuntan los artesanos
Con la llegada del otoño, Mallorca recupera una de sus tradiciones más dulces y entrañables: el Día de les Vírgenes, una celebración que mezcla historia, religión y costumbre popular. Cada año, durante la noche del 20 de octubre y el día siguiente, la isla revive una costumbre que combina serenatas, claveles y buñuelos.
El origen de la festividad se remonta a la leyenda de Santa Úrsula y las 11.000 vírgenes, una historia de la Edad Media que narra el martirio de una joven cristiana y sus compañeras a manos de los hunos. Según la tradición, Úrsula había prometido conservar su virginidad, pero fue asesinada junto a once doncellas por negarse a renunciar a su fe. Un error en la transcripción del relato convirtió esas once en once mil, dando origen a la devoción extendida por Europa.
En Mallorca, la historia adoptó un carácter más festivo. Con el tiempo, la víspera de Santa Úrsula se convirtió en una noche de serenatas y cortejos, en la que los jóvenes cantaban bajo las ventanas de las muchachas, acompañados de guitarras o llaüts. A cambio, ellas les ofrecían bunyols de vent (buñuelos de viento) recién hechos y espolvoreados con azúcar.
Aunque el romanticismo de antaño se ha ido perdiendo, la esencia del Día de les Vírgenes se mantiene viva en muchos municipios. En lugares como la capital balear, Inca, Llucmajor, Marratxí, sa Pobla o Manacor, los colegios y asociaciones culturales organizan actividades especiales: talleres de buñuelos, intercambio de claveles y cantadas populares.
«Es una fiesta que conecta con nuestras tradiciones y raíces. Estas recetas se han ido pasando de generación en generación. Es verdad que antes se cantaban serenatas por las calles con guitarra y las jovencitas invitaban a los pretendientes a comer buñuelos y un vasito de vino dulce», apuntan los maestros artesanos.
Ahora, lamentablemente, parte de nuestras costumbres se están perdiendo. Aunque ya no se escuchan tantas serenatas bajo los balcones, cada año el Día de les Vírgenes recuerda a los mallorquines que la tradición también puede ser una forma de amor. Las escuelas reparten flores, los abuelos cuentan historias y los buñuelos vuelven a reunir a vecinos y familias en torno a una mesa.
El buñuelo es, sin duda, el protagonista gastronómico del día. Hecho con patata o boniato, masa fermentada y frito en abundante aceite, es un clásico del otoño mallorquín. En muchas casas se prepara en familia, y en las pastelerías no faltan colas para comprarlos recién hechos. Junto al dulce, los claveles rojos y blancos siguen siendo símbolo de afecto y amistad.
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