LA BUENA SOCIEDAD

La prima ‘mallorquina’ de Reinaldo Herrera

La prima ‘mallorquina’ de Reinaldo Herrera

Hasta hace muy pocos años un pequeño y selecto grupo de privilegiados disfrutábamos muy a menudo de la amistad y la compañía de una dama no sólo especial, estratosférica en grado máximo, más que eso incluso, pues todo en ella era fuera de lo común. Nada en su vida era ni había sido normal. Era la prima hermana del fallecido Reinaldo Herrera, marido de la diseñadora Carolina Herrera, al que quería como a un hermano pues, según contaba, se habían criado juntos en su Venezuela natal, en una propiedad inmensa donde eran los señoritos, sometidos a una disciplina espartana que les marcaría de por vida.

Cuando Mercedes hablaba de Reinaldo, siempre desde la discreción más absoluta, contaba historias sin fin que la devolvían a su Xanadú particular y eso que vivieron revoluciones, escaramuzas, intentos de agresión varios y la soledad que genera ser y saberse diferente. Contaba Mercedes que de niña vivió una experiencia traumática que la marcó de por vida. Habían asaltado la propiedad y aunque la familia no sufrió daños ni tampoco sus empleados, fueron muchos los destrozos. Olía a quemado y ese olor siempre la acompañó, habían saqueado la casa, pero la familia no le dio la mayor importancia. El domingo, en misa, Mercedes vio a una de las niñas del pueblo llevando su vestido preferido.

Reinaldo siempre estuvo muy cerca, como confidente, como modelo a seguir, incluso cuando llegó Carolina a la familia, una de su clase que aportaba mucho al clan. Hablar de clases en la Venezuela de entonces era lo habitual, casarse dentro del círculo establecido por la buena sociedad desde tiempo inmemorial, una obligación. Los Herrera pertenecían a la nobleza de sangre española y nunca olvidaron ese origen que les emparentaba con muchas de las mejores familias de nuestro país.

Mercedes Herrera.
Mercedes Herrera.

Mercedes era noble por los dos costados pues su madre, una von Uslar, descendía de la mejor nobleza alemana. De hecho, su primo Reinaldo, ya marido de la diseñadora Carolina, ostentó el título español de marqués de Torre Casa. De ahí que su mundo, desde que ambos eran muy jóvenes, fuera selecto, refinado, pero con dosis altas de rebeldía. Contaba nuestra anfitriona que desde niña quiso ser actriz y lo consiguió ya casada con un rico prohombre de la sociedad caraqueña. Se casó muy joven con el banquero Moisés Benacerraf Coriat y con él tuvo a sus tres hijos: Jorge, casado con María Gabriela; Mercedes Benacerraf, casada con Jorge Nogueroles García; y Andrés Benacerraf Herrera, casado con Diana Frank.

Los Herrera de la Sota llegaron a Mallorca en el año 1948. Quedaron maravillados con Formentor, a donde llevaron sus propios caballos de monta y un equipaje lujosísimo que todavía se recuerda. Los Herrera residían en el hotel durante largas temporadas, daban sus cenas de verano con candelabros de plata sobre las piedras de Cala Murta , con las señoras vestidas de largo y los caballeros de riguroso esmoquin mientras una orquesta amenizaba la noche. Pocos años después, su padre regaló a Mercedes la ya mítica Quinta Mercedes, el lugar donde quiso morir, disfrutando de su mar y sus pinos, de sus flores y de sus hijos Jorge y María Gabriela Obediente Benacerraf.

mercedes herrera
La Quinta Mercedes, en el exclusivo enclave de Formentor.

En esta época del año, a Mercedes Herrera le gustaba recibir a la antigua, sin prisas, con las mejores viandas y con un servicio siempre excelente y con la amabilidad propia de las señoras de antes. Mercedes era elegante en grado sumo, pero también extravagante como lo eran las antiguas estrellas de Hollywood. Dormía, más bien residía, en una habitación con vistas al mar desde la cama, con dosel floreado. Desde allí mandaba llamar a sus invitados para charlar un rato mientras disfrutaba de su canuto relajante que jamás compartía. Amaba la poesía, publicó dos poemarios delicadísimos, como también amaba el teatro con pasión y llegó a dedicarse a él en plena juventud ante la estupefacción de la conservadora sociedad venezolana.

Durante una de sus fiestas mallorquinas podía cambiarse de vestido, generalmente obra de su prima Carolina Herrera, hasta en tres ocasiones, para después regresar a su cama de princesa y disfrutar sabiendo que el resto disfrutaba. Le gustaba lucir joyas vistosas y vestidos de colores alegres. Amaba la tertulia distendida que había aprendido a practicar con los más grandes del siglo XX, entre ellos la princesa Margarita, que la visitó en su casa de Formentor, o el torero Luis Miguel Dominguín, entre muchos otros. Amó la vida con pasión, fue amada, disfruto todo lo imaginable y más sin renunciar a nada que le reportara un poco de placer.

En Mallorca estaba su casa del amor, pegada al agua de la bahía de Formentor

Tuvo casas importantes en Venezuela, Miami, Nueva York, París y Mallorca. En la isla balear estaba su casa del amor, decía, pegada al agua de la bahía de Formentor. Veía el islote desde un inmenso ventanal acristalado y bromeaba sobre Costa Rica, la zona de la península de Formentor que habían elegido para vivir los recién llegados y donde habían construido casas inmensas. Villa Mercedes es una casa elegante, bonita y cuidada, pero está construida para pasar desapercibida. Su primo Reinaldo, acompañado de su esposa Carolina, la visitó en varias ocasiones y no era difícil poder conversar con ellos pese a la fama de selectos que tenían. A su hija Carolina también la recuerdo y a tantos otros que habían tenido que abandonar su país llevándose con ellos un tipo de elegancia que en Europa ya no existe.

Hoy les hablo de Mercedes, fallecida plácidamente en su casa de Formentor en el año 2020, en su cama con baldaquino, con flores frescas en el jarrón de la mesita de noche y la televisión siempre puesta. La guardaba en un armario para que no entorpeciera la delicada decoración. Hablar de Reinaldo y no hacerlo de su prima habría sido un desperdicio, porque de ellos aprendimos casi todo. Incluso a mandar, que no es poca cosa. Se va un mundo tan refinado que hablar de él duele, decía Mercedes cada vez que escuchaba una ordinariez sin gracia.

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