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Palma 30, ja

A la entrada de Palma por la autopista de Llucmajor, junto al Palacio de Congresos, desde hace años luce esplendorosamente un letrero que reza así: Palma 30. Pero a partir de aquí la ciudad se convierte en un gran caos circulatorio donde en cada vía se puede circular y, claro, se circula a una velocidad diferente o, en todo caso, a la velocidad que le pete a cada cual y, evidentemente, alejada de una Palma 30 que, excepto en el casco antiguo, donde existen los acires -áreas de circulación restringida-, o sea, prácticamente peatonales, no tiene objeto ni se puede cumplir. Pero así tiene a bien el Ayuntamiento mantener esta cuestión.

Pero hete aquí que este mismo Ayuntamiento, que mantiene en toda la ciudad una circulación caótica, va y justifica la colocación de varios radares en la avenida Adolfo Suárez, a la altura de la Catedral, de escasamente varios centenares de metros de longitud, por la elevada siniestralidad que ha presentado en los últimos años ya que es, como unión de dos autopistas, una de las principales arterias de entrada y salida de vehículos a Palma.

Pero hay que recordar que desde siempre, y por esto ponen ahora los radares, la velocidad ya estaba y estará limitada a 50. A partir de ahora, por tanto, circular a más de 50 por este tramo de avenida será duramente castigado y los radares allí instalados se encargarán de multar adecuadamente a los conductores que superen el límite de velocidad. O sea que, oído al parche, que esto va ahora en serio.

Lo que en realidad ocurre es que tanto rigor con un pequeño tramo de la ciudad, en comparación con el resto de la urbe, supone establecer una serie de agravios comparativos que en modo alguno es posible obviar. Porque en muchas calles o avenidas de Palma, haya o no señal de limitación de velocidad, que ésta es otra carencia, se permite circular a 50 por hora, aunque no haya radares que lo controlen y generalmente se suele circular a velocidades superiores o incluso muy superiores, cuando sería muy necesario limitarlas para pacificar un tráfico, lo que convierte la ciudad en muy peligrosa en determinados tramos. Por ello sería conveniente tratar de que cumplan los límites con señales de circulación.

Y hete aquí el ejemplo más paradigmático de toda Palma: las Avenidas. Circundan todo el casco antiguo de Palma y, como se ha dicho alguna vez y ante la falta de limitaciones y controles adecuados es necesario repetirlo, por estas avenidas, se circula a velocidades inadecuadas que convierten este circuito, que es el que vertebra el tráfico la toda la ciudad, en peligroso, mucho más cuando lo permite su red semafórica. Y esta es, entre otras, la consecuencia. Veamos, y ya se ha dicho anteriormente, los autobuses de la EMT andan a velocidades superiores a la que debería circular cualquier autobús en el interior de la ciudad, primero por prudencia y luego para la seguridad del pasaje que lleva en su interior. Y esto resulta absolutamente inadmisible. Así que le correspondería al Ayuntamiento moderar la velocidad de un tráfico absolutamente inadecuado.

Consideración final. En Palma hay demasiadas vías en las que se circula a velocidades inadecuadas y ya se sabe: por correr más por las calles de una ciudad no se suele llegar antes. Afortunadamente la red semafórica pone freno a las prisas.