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LA BUENA SOCIEDAD

La mejor madre del mundo

Según su hijo Bernat Oliver Jaume, su madre, doña Rafaela Jaume Crespí, es la mejor madre del mundo, como lo son todas aquellas que han ejercido su función con pasión, inteligencia y seguramente mucho sacrificio. Rafaela es hoy a sus ochenta y pocos una mujer llena de vida que disfruta de sus hijos, nietos y de la vida que junto a los suyos le ha procurado un destino privilegiado no exento de momentos complicados, nada distintos de los que vivimos el resto de los humanos que nacemos en una parte del mundo donde el privilegio, afortunadamente, no es sólo patrimonio de unos pocos.

La señora, que es como la llamo en su presencia, llena de luz cualquier estancia y, aunque se ayuda de una muleta tras una rotura de cadera hace dos meses, no para quieta. Su pasión es la familia, la casa con historia donde habita, recibir a sus familiares y a los amigos de sus hijos y últimamente la Llatra, que trabaja con sus finas manos y con ella crea cestos para la leña dignos del mejor de los artesanos.

La Llatra es dura, no como el palmito mucho mas fácil de trabajar, como lo es la mujer de la que les estoy hablando, pero también manejable y útil. Rafaela es fundamentalmente útil, está para lo que se la necesite, disfruta con la cocina, que aprendió de una maestra cualificada, y sobre todo disfruta leyendo libros, devorando libros, una afición que ha inculcado a sus tres hijos.

Nació el 24 de abril de 1942, hija de Fernando Jaume Torres, médico estomatólogo y odontólogo, y María del Milagro Crespí Álvarez-Quiñones, la mejor abuela del mundo, según afirma su nieto Bernat Oliver Jaume, prestigioso arquitecto que ha trabajado en la construcción de algunos de los edificios más emblemáticos y caros, la casa más cara del mundo situada en Son Vida, por ejemplo. Es uno de los buenos y se nota. Ya les hablaré de él en profundidad.

Esteban Mercer, Rafaela Jaume Crespí y Bernat Oliver Jaume.

Los Jaume son una dinastía peculiar que ni el tiempo ni las circunstancias han podido separar. El fundador hizo fortuna en América y regresó a la isla con una única misión, formar una familia y comprar propiedades para poderlas disfrutar con ellos. La casualidad quiso que el tren que le llevaba parara en Sa Pobla, donde debía tomar un coche que le llevara a Pollença donde quería ver una magnifica finca. Cuando el tren paró y ya camino del coche que le esperaba, se fijó en una bella joven vestida de negro que estaba paseando. Preguntó a un pobler de quién se trataba y le contestó que era ni más ni menos que la hija del notario y que iba de luto porque hacía poco que había perdido a su madre.

Sin pensárselo, Jaume se dirigió a casa del notario, se presentó y le contó su más que desahogada situación y su voluntad de formar una familia, y que nada más ver a su hija, había decidido que sería, si ella lo permitía, la madre de sus futuros hijos. El notario, entre sorprendido y agradecido por la franqueza de aquel señor tan raro y exótico, le presentó a su hija y ella, sin pensárselo demasiado, accedió. Llegaron a ser propietarios de la emblemática possessió de Raixa, que vendieron para disgusto de toda la actual generación, la de nuestra protagonista de hoy, junto a sus primos y hermanos.

Nacida en Pollença, de padre mallorquín y madre madrileña, otra historia de amor a primera vista, Rafaela se crio entre Pollença y Palma. Tiene un hermano, Antonio, al que adora, casado con una señora de Menorca. La señora que hoy nos ocupa, en estas crónicas de la buena sociedad tan agradables de contar, se casó en 1967, el día de su cumpleaños, con José Oliver Ferrer, que falleció el 28 de octubre de 2024, hace demasiado poco tiempo para que la herida haya cicatrizado. La boda se celebró en Raixa, ni más ni menos que en la capilla que hizo construir el Cardenal Despuig.

El vestido de novia pasó la noche anterior a la boda vistiendo una de las estatuas romanas que se había traído de Italia el Cardenal Despuig. Hoy se pueden admirar en el Castillo de Bellver.

Rafaela Jaume Crespí y Esteban Mercer.

Rafaela, según me cuenta mientras observo con detalle una foto de ese día, notó cómo la cara no ha cambiado. Fue una boda preciosa, elegante, para no olvidar, con la casa todavía sin destruir por los ineptos arquitectos que la vaciaron de su contenido arquitectónico anterior, la llenaron de corten, paneles horribles y una cocina que parece lo que no es ni nunca ha sido, ni será. La piedra que cubre la mesa es inenarrable. En fin, dejemos ese episodio horrible de ambición desmedida de nuestra historia reciente y olvidemos también a los que destrozaron un patrimonio histórico y cultural irrecuperable. Vuelvo con la señora, que tuvo tres hijos: Bernardo, Carmen y Fernando. Una orgullosa madre que no lo disimula.

Su infancia la pasó durante el curso escolar en Palma y cuando llegaba el verano toda la familia Oliver Jaume partía al puerto de Pollença, coincidiendo con toda la familia Jaume o casi toda (la parte americana también veraneaba en Pollença, pero menos tiempo). A los 15 años Rafaela se fue a estudiar a París, regresando o al cabo de un año. Ese viaje de privilegio se nota en su elegancia de hoy, nada afectada. Tras regresar, ayudó a su padre en la consulta de odontología y cuando se casó cuidó de sus hijos como madre ejemplar. Cuando los niños eran ya un poco más mayores, volvió a ayudar a su padre por un corto periodo de tiempo hasta que ya no pudo trabajar más como odontólogo y cerró la consulta.

En 1974 la familia Oliver Jaume empezó a vivir los fines de semana en Cas Frares, un predio cercano a Palma que había sido residencia de verano de frailes, de ahí su nombre. Se establecieron en la casa acompañando a sus padres junto con la familia de su hermano Antonio, hasta que decidieron trasladarse a este mágico lugar a vivir durante todo el año. La familia al completo seguía veraneando en Pollença, se acababa el curso escolar y se desplazaban a Pollença, aunque sus padres seguían estando unos días en Palma e iban los fines de semana a Pollença. Los nietos se iban con sus abuelos al puerto de Pollença a pasar un veraneo de tres meses.

Rafaela Jaume Crespí y Esteban Mercer.

Falleció el abuelo Fernando en 1984, la aristocrática abuela María siguió viviendo con la familia Oliver Jaume y fue un puntal muy importante en ella durante muchos años más, hasta el año 2012. A partir de los 95 años doña María abuela empezó a caer en picado hasta que falleció en 2016 a la respetable edad de 99 años. Según me cuenta su nieto, fue el día más triste de su vida y sé de qué me habla. Su madre, nuestro cisne de hoy, tomó el relevo y fue otra vez el punto de unión de la familia.

Las familias mallorquinas: un matriarcado de señoras listas e inteligentes

Ya se sabe: las familias mallorquinas suelen ser un matriarcado de señoras listas e inteligentes que manejan los asuntos de la familia haciéndole creer al hombre que es el que manda.

Su hijo Bernat me contaba ayer lo que ha aprendido de su madre, que es todo lo que es fundamental para sobrevivir en el mundo y sobre todo en Mallorca. En primer lugar, a ser discreto, a no presumir, a ser amigo de los amigos, responsable, cabezota, compartirlo todo, a se generosos, aprender a cocinar (no siempre sale bien), a se correcto y educado. Otras cosas que le intento enseñar pero que no aprendió aunque le digo que todavía esta a tempo es a ser diplomático, a hablar francés , se confiesa un desastre para los idiomas, a ser más tolerante y menos rencoroso.

A todos les ha marcado vivir en el campo, trabajar incluso en Cas Frares y en Raixa. Raixa la sienten mucho por la proximidad y porque quisieron recuperar lo que era y porque fueron la parte Jaume junto con los Jaume Vidal los que más se implicaron en la recuperación de las casas y los jardines. Doña Rafaela tuvo experiencias divertidas, muy divertidas y únicas con las filmaciones de películas, spots publicitarios, eventos, visitas, conoció a gente de todo el mundo, de distintas culturas y educación mientras ponía todo su interés por conservar lo que valía la pena.

Ella podía llegar agotada después de un día entero de rodaje, la imagino en el rodaje de la película Bearn de Jaime Chávarri, de trabajar físicamente allí, pero satisfecha porque se veía un objetivo o unas mejoras cumplidas. Lo mismo ha sucedido en Cas Frares, donde se respira todavía el señorío de Raixa, el de la elegancia relajada, la falta de pretensión y el respeto por la historia de Mallorca. Rafaela no para de trabajar en el jardín o en el campo, ayuda en lo que sea necesario con tal de hacer algo productivo. Solo se relaja cuando lee un libro, ése ha sido el otro pasatiempo de la familia.

Me despido besándole la mano, igual que he hecho nada más verla. Me lo agradece con una sonrisa sabia, porque sabe lo que supone ese gesto simple pero tan lleno de significado.