La Justicia, el único dique de contención
No es necesario profundizar en la lógica filosófica para comprobar que España no va bien. Sólo los necios y los poseedores de encefalograma plano pueden continuar afirmando lo contrario. Este Gobierno, con Sánchez I el Traidor, nos está llevando a la ruina nacional, internacional, democrática e institucional.
Es también lógico deducir que ante esta situación hay una falla democrática, pues cuando ya no hay resortes de la más mínima ética y moral política que, en esa lógica mencionada, llevaría a Sánchez a dimitir y convocar elecciones, no hay posibilidades de que esta situación mejore. Más al contrario, tal como reza una de las leyes de Murphy: «Cualquier situación, por negativa que sea, es susceptible de empeorar».
Como estamos comprobando, los gravísimos hechos que en una democracia pueden suceder se acumulan: corrupción sistémica del partido que gobierna, fiscal general del Estado procesado, la esposa y el hermano del presidente del Gobierno imputados y la mayor corrupción política, la amnistía, amparada por un Tribunal Constitucional puesto al servicio de Sánchez para seguir contando con los nacionalistas, enemigos de España, que están sacando rédito a esta cobardía y traición de un presidente del Gobierno que carece de cualquier barrera moral y política y que sólo aspira a permanecer en el poder por el poder.
Ante esta deriva, surge la gran pregunta: ¿qué defensa le queda a la democracia cuando la política ha renunciado a la ética, cuando la corrupción se normaliza y cuando el poder se blinda frente a la voluntad de los ciudadanos? La respuesta es inquietante: prácticamente ninguna. El sistema electoral sólo se activa cuando al Gobierno le conviene y el Parlamento, lejos de ser contrapeso, se ha convertido en cómplice de los atropellos.
Queda, por tanto, un único dique de contención: la Justicia. Es ella, y sólo ella, la que todavía puede frenar el abuso, depurar responsabilidades y marcar límites a un Ejecutivo que ha dinamitado todos los consensos y todas las reglas no escritas de la democracia. Pero si la Justicia también cae bajo el control del poder político, España quedará indefensa, a merced del capricho de Sánchez y de sus socios rupturistas.
La historia enseña que ningún régimen sobrevive indefinidamente cuando corroe sus propios cimientos. Y España no será la excepción: más temprano que tarde, esta farsa tendrá un final. La cuestión es si llegaremos a ese desenlace con una nación aún reconocible o si, por el contrario, Sánchez habrá consumado su obra de demolición.
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