EL CUADERNO DE PEDRO PAN

La excelencia ha regresado a los escenarios de Mallorca con Alexandra Dovgan y ‘Ghost’

La pianista prodigio de 15 años desbordó talento, invitada por la Simfònica a su temporada de abono

El musical es una magistral conjunción de dramaturgia, diseño de iluminación y efectos

Alexandra Dovgan Ghost
La pianista prodigio Alexandra Dovgan.

Finales de marzo, inicios de abril. Dos hechos incontestables han dejado su impronta en nuestra cartelera escénica: la visita de una pianista prodigio, Alexandra Dovgan, invitada por la Simfònica a su temporada de abono, y la versión española de Ghost, reconocido el 2012 en Broadway como el mejor musical. Dos hechos de gran calado que vienen a confirmar que los teatros de Palma, el Principal y el Auditórium, vuelven a ser puertos de abrigo en el panorama internacional de las artes escénicas. También han servido para constatar que nuestra cartelera ya ha regresado a tiempos previos a la dolorosa sacudida que nos había provocado la pandemia del covid 19.

Algunos canales de televisión estatales días pasados sólo recogían el paso de la joven pianista los días 27 y 28 de marzo por el Auditori de Barcelona invitada por el festival Emergents. La conclusión: o nos vendemos fatal o en Atresmedia se documentan igualmente fatal. Sobre lo primero llevamos desde mediados de los años 90 del siglo pasado viendo las delegaciones de medios de cobertura estatal ignorando la trascendencia de algunas visitas.

Nacida el año 2007, es decir 15 años y no 13 como apuntaban en La Sexta y Antena 3, el reconocimiento mundial le llegaba a esta pianista prodigio en el 2018 al ganar el Gran Premio en el Concurso Internacional de Piano para Jóvenes Pianistas de Moscú. Grigory Sokolov afirma de ella: «Hay cosas que no se pueden enseñar, ni aprender. Su forma de tocar es honesta y de una exquisita concentración. Su talento es excepcionalmente armonioso». Son palabras mayores que la acompañan en su carrera ascendente, además pronunciadas por un maestro de la talla de Sokolov.

Un elogio mayúsculo que contrasta con la sencillez de Dovgan al definir su manera de tocar («mis dedos son instrumentos y el teclado es la orquesta») y subrayando cuál es su principal aliciente a la hora de hacerlo en público: «Cuando toco, pienso en la alegría y la ensoñación que la música puede aportar al público». Extremadamente tímida en el día a día, pero una vez se acomoda ante el teclado, emerge una insospechada fuerza de la naturaleza.

Es importante dejar constancia del significado y trascendencia de lo vivido en el Principal de Palma, además eligiendo el Concierto de piano número 2 de Chopin, compositor que admira hasta el punto de considerarle, autor de cabecera. Después de sus diálogos vibrantes con Chopin, llegando el bis eligió formas minimalistas que nos transcribían así, pausadamente, también lejanamente, la vida interior, ritmo íntimo, de las cuatro baladas de Chopin que había interpretado pocos días antes en Barcelona.

Me pareció ver en la elección un divertido guiño de complicidad hacia Joan Valent que acababa de estrenar minutos antes Simplicity 3, una partitura que en sí misma es ejercicio desde la ortodoxia del minimalismo o dicho por él mismo, «volver al lenguaje entendible y fácil de escuchar».

El concierto se presentaba a beneficio de los campos de refugiados de Cruz Roja en la frontera de Polonia. Pese a la nutrida representación del Govern, fue el propio director titular de la OSIB, Pablo Mielgo, quien nos recordó que “la cultura no entiende de conflictos, sino de unión entre los pueblos”.

Reivindicando así la nacionalidad de la solista invitada (rusa), la misma del compositor elegido para cerrar concierto: Aleksandr Borodin. Cumpliendo el protocolo benéfico, de inicio se interpretaría fuera de programa una obra corta del recientemente fallecido compositor ucraniano, Myroslav Skoryk, de quien se escuchó Melody, que estaba dedicada al músico y disidente iraní Mohammad Reza Shajarian, fallecido el 2020, precisamente el mismo año en que murió el compositor ucraniano y director de la Ópera de Kiev.

Todavía estábamos en shock ante la belleza inmensa nacida entre los dedos de Dovgan, cuando llegó Ghost, musical inspirado en la película de 1990 dirigida por Jerry Zuckern, un segunda fila que arrancó con la parodia un tanto estúpida de Aterriza como puedas y después del éxito de Más allá del amor, como se tituló Ghost en España, continuaría con algo de mejor factura: El Primer Caballero. En Ghost primaba la relación amorosa de Sam y Molly, a mayor satisfacción de Patrick Swayze y Demi Moore, sus principales, aunque al final iba a llevarse el gato al agua Whoopi Goldberg, que hizo de su encarnación de Oda Mae Oscar a Mejor Actriz Secundaria.

El estreno mundial tuvo lugar 21 años después en el West End londinense, como referencia, acto seguido Broadway. La adaptación para España data de 2019 y tiene al ilusionista Paolo Casta (efectos especiales) y a Valerio Tiberi (diseño de luces) como auténticos artífices del éxito. No es casual, desde el momento en que se levanta desde una adaptación, fidedigna, del relato cinematográfico (la duración viene a ser prácticamente la misma), de tal manera que salvar determinadas escenas lo que exigía era un ejercicio de imaginación impresionante, que, traducido, era ingeniárselas con sacarle máximo provecho a los efectos especiales y la iluminación.

Resulta difícil equiparar en la versión teatral la terna actoral que reinó en la pantalla, en especial porque ahora el público –haya visto o no la película- donde en realidad repara es en la fantasía del relato, en especial esa fuerza dramática que trasciende sin más. Es igual que Bustamante haya debutado en los musicales porque idéntico papel juega la alternancia venga de donde venga, en este caso reciente (2022) Ricky Merino. Tal vez, sí que el papel de Molly, que interpreta Cristina Llorente, tenga su trascendencia porque las señas del amor incondicional, eterno, le llegan al público y en el caso que nos ocupa esta actriz sí encarna esa melancolía y la transmite con una admirable naturalidad hasta el punto de seguir enamorando al espectador.

Aunque desde el punto de vista estrictamente teatral es el personaje de Oda Mae, aquí interpretado por una muy solvente Ela Ruiz, en el que descansa y además necesariamente, la coartada escénica.

El mérito de esta versión es la magistral conjunción de dramaturgia, diseño de iluminación y efectos en manos de quien recibe el encargo de la dirección, y no es otro que Federico Bellone, reputado maestro de escena. Desconozco si la franquicia española sirve a pies juntillas las indicaciones originales o si por un casual tiene el mérito de aportar elementos de una originalidad sobresaliente. No dudo del papel providencial del ilusionista Paolo Casta y su ingenio para engañar al público con sus efectos especiales. ¡Magistral! Como observador a lo largo de décadas de la evolución del teatro musical, sí puedo afirmar que este Ghost es todo un hallazgo en el sentido de hacer visible el encuentro secreto del presente con el más allá que está en la raíz del argumento.

Los musicales en ocasiones buscan epatar (el helicóptero en Miss Saigón) y en otras, recrear una potente dramaturgia (Los Miserables, en su cuarto de siglo desde el estreno); pero aquí el magisterio tecnológico lo único que persigue es hacer creíble el sustrato fantasmagórico, un imposible racional: el bis a bis con el más allá. Un dato: señoreaba a sus anchas el leit motiv de la banda sonora, es decir la canción de 1955, Unchained Melody, nacida para banda sonora, después popularizada en 1965 por Righteous Brothers y usando en la película de Zuckner la versión de Elvis Presley en 1977.

Dos veladas conectadas por dar legitimidad a un máster en excelencia en el diseño de un concierto y la construcción de un musical. La excelencia ya se ha instalado convenientemente en nuestros escenarios.

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