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La educación de calidad, pública y en catalán era sinónimo de debacle

Martí March y Francina Armengol gustaban de presentarse como los grandes pacificadores con la comunidad educativa, los artífices de haber sellado una pax educativa con un profesorado levantisco que reivindicaba «educació de qualitat, pública i en català» en su rechazo frontal al modelo trilingüe propuesto por José Ramón Bauzá.

En realidad, Núria Riera, la última de las consejeras de Educación de Bauzá, y su director general, Antonio Vera, habían allanado el camino para esta paz educativa, capitulando ante la marea verde con la retirada del TIL a un año de las elecciones de 2015. El PP trató en el último momento de llegar a las paces con los docentes, barruntando lo que se les venía encima en las urnas. Mientras Riera y Vera claudicaban frente a sindicatos y asambleas docentes, volvían a lo de siempre, o sea, a tomar el pelo a las familias que se habían mostrado favorables al TIL, contrarias a la ingeniería social y furiosas por la impunidad e inmunidad con las habían actuado los docentes.

Aunque la rendición ante las camisetas verdes fue total, Riera y Vera no lograron salvar la cabeza de Bauzá, perdiendo uno de cada tres votantes en las urnas. Era el preludio del octenio negro armengolino, ocho años fuera de las instituciones en los que los populares se fumaron un puro ocupando los mullidos sillones del Parlamento balear sin hacer ninguna oposición digna de este nombre.

La lectura entre líneas de las propuestas de mejora del grupo de expertos, disidencia controlada, que se han dado a conocer pocos días después de saber que la mitad de los alumnos de cuarto de primaria carecen de las competencias mínimas en matemáticas y las tres lenguas, no hace sino corroborar tres cosas. Una, que a la hora de juzgar la educación balear, siempre uno se queda corto en sus diagnósticos: la realidad supera siempre el peor de los escenarios imaginados. Dos, la enseñanza siempre es proclive de empeorar en manos de un catedrático de pedagogía, lo que da una idea bastante certera de cuál es el verdadero problema al que se enfrenta la enseñanza actual. Tres, detrás de la turra de la educació de qualitat, pública i en català sólo había un intento desesperado de no asumir responsabilidades por el desfonde de la educación balear. Ni de querer cambiar nada, más allá de maquillar las cifras para que no se vieran las costuras de un sistema educativo que lleva 25 años haciendo aguas por todas partes ante la indiferencia, cobardía e indolencia de una clase política acojonada, principalmente de todos los consejeros de Educación, desde Damià Pons hasta Antoni Vera, a los que la sociedad balear nunca tendría que perdonarles lo que han hecho (o dejado de hacer) contando con la ingente cantidad de recursos que han tenido.

Tras leer las propuestas de mejora que se han dado a conocer estos días, hemos certificado cómo el pedagogo March aplicó con el mayor de los entusiasmos y sin crítica alguna los presupuestos más revolucionarios de la controvertida LOMLOE. Los estudiantes de las Baleares habrían sido los conejillos de Indias del nuevo experimento. March no sólo renunció a las notas numéricas para aturdimiento de las familias sino que sustituyó además un elemento pedagógico esencial como eran las programaciones didácticas por una nueva metodología llamada situaciones de aprendizaje, un eufemismo del llamado aprendizaje basado en proyectos donde el alumno explora y descubre por sí mismo el conocimiento.

Este nuevo constructivismo donde cada alumno se construye su propio conocimiento sin apenas la ayuda del profesor que sólo actúa de guía está en la raíz de los fracasos de la pedagogía moderna. El aprendizaje por descubrimiento tiene sentido para profundizar en lo que ya sabes de antemano, pero antes debes haberlo aprendido, lo que requiere siempre un esfuerzo y que alguien te haya ayudado a aprenderlo.

El consejero March eliminó sin más las programaciones didácticas, una herramienta fundamental para la planificación de la tarea diaria del docente, donde figuran «las competencias específicas, los criterios de evaluación y los criterios de calificación, los contenidos, las metodologías, la secuenciación y distribución temporal de las unidades de programación, los recursos didácticos, el procedimiento y los instrumentos de evaluación, el plan de refuerzo y de recuperación o la aplicación de las medidas de atención a las diferencias individuales de los alumnos». Al parecer, nuestros colegios han estado funcionando estos últimos años en un vacío normativo y sin ningún constreñimiento para la sacrosanta autonomía de centro, convirtiendo los centros de Infantil y Primaria en una especie de falansterios de convivencia en los que se rechaza toda transmisión de conocimiento por considerarla «retrógrada».

Este entusiasmo por el descubrimiento de su propio conocimiento que se habría impuesto en Baleares desde la promulgación de la LOMLOE en las etapas de Infantil y Primaria, como máxima expresión de este aprendizaje por proyectos, habría distraído a nuestros niños y jóvenes de aprender a leer y escribir, así como de aprender a hacer cálculo elemental. Así lo dejan deslizar al menos los expertos del Govern balear. En sus propuestas de mejora, los expertos aprietan las tuercas a los directores de los centros de Infantil y Primaria que al parecer no entienden que saber leer y escribir, así como sumar, restar, multiplicar y dividir, no son sólo fines en sí mismos, una serie de conocimientos adicionales poco menos que de la misma relevancia de los que «descubren» por su propia cuenta, sino que además son «instrumentos» fundamentales sin los cuales abordar el conocimiento de otras materias es literalmente imposible.

Algunos directores, la mayor parte salidos del centro de formación de directores (CFIRDE) que puso en marcha la vaca sagrada de Manel Perelló a cuyos cursos solo se podía acceder después de una criba previa discrecional entre todos los docentes interesados en dirigir un centro, se habrían abandonado acríticamente en brazos del nuevo dios de las situaciones de aprendizaje, aprovechándose de la desaparición de las programaciones didácticas, del aumento de horas de libre disposición de la LOMLOE, de la falta de orientaciones legislativas claras sobre cómo enseñar a leer y escribir, así como de la falta de desarrollo normativo que March, de forma deliberada, habría permitido para un mejor desempeño de la nueva moda pedagógica de aprender por exploración y descubrimiento.

Los expertos reprochan a los directores no haber tenido en cuenta las evidencias empíricas que ya existen sobre cómo enseñar a leer y escribir de forma eficaz, lo que denota no sólo que los niños no aprenden a leer de corrido y escribir con soltura, sino que lo estarían haciendo de forma ineficiente y poco eficaz.

Algunos responsables, empezando por el consejero actual volcado en todo lo accesorio y nunca en lo principal, han olvidado que la escuela existe para aprender y despertar a ser posible el afán de conocimiento del alumnado, una actitud que sólo se despierta cuando entienden lo que el profesor explica para luego pasar a dominarlo. A las personas les encanta hacer lo que ya saben hacer y los alumnos no son una excepción. Si no se les enseña nada en una materia, nunca van a tener ningún interés en aprender más de esta materia. Y si encima no se les enseña a leer bien, difícilmente luego van a coger un libro. Los expertos inciden en el papel central del profesor y en el dominio de su materia en todo proceso de aprendizaje, algo que al parecer no pocos habían olvidado.

En esta misma línea de ensalzar la investigación y la innovación por sí mismas, se habría introducido en bachillerato una asignatura llamada Trabajo de investigación, que los expertos recomiendan sustituir por otras materias de modalidad con contenido específico. Toda esta tontuna moderna por la «innovación» o por confiar desde tiernas edades en la capacidad investigadora del género humano, muy en sintonía con los signos de los tiempos donde se suele bendecir todo lo nuevo mientras se desecha todo lo viejo, nace de la superstición de creer que la tradición es mala por naturaleza o «está superada» cuando todos sabemos que difícilmente se puede innovar algo si antes no se domina por completo la tradición.

El conocimiento de la tradición es conditio sine qua non para la innovación que nunca brota por sí misma sin una profundización de los saberes de quienes te han precedido. Cualquier investigador o lector avezado lo sabe. El diálogo entre los modernos y los antiguos a través de los libros es esencial en todo aquel que quiere aportar un conocimiento incremental, por pequeño que sea, al poso de saberes de su materia, sea filosofía, teología, derecho, matemáticas, ingeniería, física, química o biología. La investigación cuyo fin ulterior es la innovación es una disciplina dura que impone grandes dosis de perseverancia, tiempo y dominio de lo que otros han hecho antes está fuera de lugar en bachillerato, máxime cuando los alumnos baleares llegan con tantas lagunas de una educación secundaria y primaria sencillamente nefastas.

Estas ideas básicas en el arte de enseñar se han olvidado por el deseo de no pocos docentes y pedagogos, imbuidos de la típica soberbia y arrogancia de los modernos, por hacer cosas distintas, innovadoras, «progresistas»  y no convencionales al calor de la superstición de creer que cualquier cambio es bueno por naturaleza sólo porque es un cambio. Queridos pedagogos, los experimentos con gaseosa y no con nuestros niños.

Referencia: Análisis de los currículos de la educación infantil, la educación primaria, la educación secundaria obligatoria y el bachillerato en las Islas Baleares y propuestas de mejora, Govern de les Illes Balears, noviembre 2024.