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Crítica teatral

‘La colección’, con José Sacristán y Ana Marzoa, reflexiona sobre un final de ciclo político

El Teatro Principal acogió la representación de la obra más reciente de Juan Mayorga, estrenada en los Teatros de La Abadía

Estamos ante una excelente obra para editarse en un libro y solo reservada para monstruos de la interpretación

Ocho meses después de su estreno absoluto en los Teatros de La Abadía, ha llegado ahora en función única al Teatro Principal de Palma La colección, que es la obra más reciente de Juan Mayorga subida a las tablas, aunque en realidad se trata de un texto que hunde sus raíces en el duro confinamiento del año 2020. Salvo que burlase la imposición yéndose de copas al estilo de Francina Armengol, aquella forzada reclusión tuvo que dejar huella en Juan Mayorga, como en tantos otros artistas, por ejemplo Ara Malikian, que hizo autocrítica de sí mismo y dejándonos esa maravillosa Nana arrugada.

Ciñéndonos a la representación de La colección en Palma, me pregunto el porcentaje de espectadores acudiendo al llamado de José Sacristán y Ana Marzoa y cuántos, atraídos simplemente por la referencia del dramaturgo de izquierdas. Todos ellos, lo que sí se encontraron fue una obra difícil de seguir y de una complejidad que nos frenaba para entrar en su recorrido.

La sinopsis objetiva nos muestra a un matrimonio mayor, Berna y Héctor, que llegados a una edad avanzada y sin hijos, empiezan a pensar qué hacer con la colección. Así pues, buscan encontrar a alguien afín a la filosofía (sic) que les ha acompañado a reunir esa colección de la que no sabemos absolutamente nada, dado la calculada ambigüedad en el recitado de frases aparentemente desconectadas unas de otras. Entonces, Juan Mayorga acude a auxiliarnos ante tanto desconcierto, asegurándonos que «se trata de poseer cosas, como dice uno de ellos, pero se trata de poseer el mundo».

Y para aclarar tanta confusión, añade Mayorga: «Dice Héctor: Nuestra colección es una protesta contra este tiempo entregado al dinero, la velocidad y los espejos», aludiendo así a una frase de Goethe. Siendo, como subraya Juan Mayorga, «una de las colecciones más valoradas a nivel mundial», entonces como espectador no cabe otra que confirmar que esto va de teatro político.

Porque lo que en realidad subyace es el poder; la palabra oscureciendo su significado una vez sometida al discurso político; el deseo, encarnado en la ambición, y por encima de todo, la toma de conciencia de un final de ciclo que a todos nos concierne, como pone de relieve el alegato final, mientras Susana y Carlos, los secundarios en la trama, abandonan el escenario por el patio de butacas, descubriendo que en realidad los objetos somos nosotros.
Esa afinidad en la filosofía que llevó a coleccionar, unido al final de ciclo, no deja de ser el interrogante de un hombre de izquierdas preguntándose por la alternativa ante el derrumbe de las ideologías, en pleno siglo XXI.

Dice Juan Mayorga que La colección trata sobre «el deseo, el amor y la muerte». Pero todo ello convertido en un torrente desbordado de palabras; en un incesante dictado de flashes que solamente encuentran coherencia en la propia musicalidad del lenguaje. La palabra transformada en herramienta para la reflexión de un doctor en Filosofía, además académico de la lengua.

Debo reconocer que me costó entrar y después de algún que otro bostezo y cabezadita llegué a una primera aproximación: pero si esto es en realidad el remake por libre de la obra cumbre del dramaturgo Edward Albee escrita el año 1962, ¿Quién teme a Virginia Wolf? Aquí son Berna y Héctor, como protagonistas centrales. Allí tenemos a Martha y George. Del mismo modo, que si aquí van de secundarios Susana y Carlos, allí están Nick y Honey. Es hora de recordar que Susana y Carlos están encarnados por Zaira Montes e Ignacio Jiménez. Además del paralelismo entre Héctor-Berna y George-Martha, también la salida de escena de Susana y Carlos viene hermanada con la salida de cuadro, igualmente, de Nick y Honey. Demasiado paralelismo.

Bromas aparte, o no (el confinamiento puede tener efectos secundarios), lo cierto es, al menos así opino yo, que estamos ante una excelente obra para editarse en un libro y solo reservada para monstruos de la interpretación. Y es que la musicalidad del lenguaje, auténtico hilo conductor de esta obra, lo que verdaderamente atesora es un recital, continuado, de sutiles matices.