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Crítica musical

Chucho Valdés, simplemente haciendo íntimo inventario

Su visita al Auditórium el 7 de marzo nada tenía que ver con los proyectos recientes; apareció sobre el escenario en solitario

El presente del pianista cubano supuestamente autoexilado Chucho Valdés no es tanto airear los contenidos recientes de Jazz & Beyond acompañado del Royal Quartet, como deslizarse en solitario para hacer balances sobre sí mismo; muy en especial su pulsión por fusionar raíces con otros contenidos ya sea de la música clásica o de la canción popular y siempre, abriéndose a la diversidad y a partir de ahí, seguir innovando en los dominios del Afro-Cuban Jazz, que tantos y tan merecidos reconocimientos le han reportado.

Su visita al Auditórium de Palma el 7 de marzo nada tenía que ver con los proyectos recientes. Apareció sobre el escenario en solitario y más parecía ser una confirmación de sí mismo y todo lo más, un imaginado recuerdo de su estancia en ese mismo escenario, el mes de octubre del año 2008, en lo que se etiquetó como juntos para siempre, que en realidad era un reencuentro a la medida de aquel momento, viendo al maestro que le dio vida artística a su propio hijo, en un diálogo emocionante de diálogos desde la distancia.

La noche de Bebo y Chucho Valdés fue mágica desde el momento en que asistíamos a un reencuentro interrumpido durante años: el padre huido de la tiranía castrista y el hijo, en cambio, siendo un icono de ella misma. 

Esta vez, en cambio, no se trataba de nostalgia alguna. No. Eran 84 años de vida transcurrida y en la mente de un público incondicional (solamente tres cuartos del aforo, siendo generosos) viendo desfilar los hitos destacados de su manera de hacer en el trayecto desde el memorable 1973 en que fundó el grupo Irakere, que revolucionó la música latina con la fusión de raíces y las tendencias contemporáneas. Pero esta vez tocaba presenciar en directo esas deconstrucciones en el cambio de notas, para acercar las otras músicas a su propia identidad como músico. Impecablemente vestido para una noche en la que era obligado alejarse de abalorios tropicales, simplemente Chucho se comprometía a ser él mismo haciendo inventario de sí mismo.

El recital fue breve, apenas setenta minutos, aunque dejando las fuentes de su maestría a flor de piel, incluyendo unas constantes variaciones que eran pura delicia para el espectador, en especial su apropiación de Chopin y Rachmaninov hasta llevarles a las fronteras de la fusión, y sin faltar su gran admiración por Thelonius Monk, ese maestro entre sus maestros, en el afán por descubrirse a sí mismo desde sus profundas raíces latinas.

Quiero suponer que ver al público puesto en pie como un resorte al final de la velada mucho más tenía que ver con su genial maestría antes que por el recuerdo del tiempo pasado. Chucho Valdés se limitó a ser fiel a sí mismo y sentado ante el piano nos ofreció poesía en las formas y precisión en cada templanza de sus manos, maravillosamente dilatadas sobre el teclado.