‘Belle Époque’, una propuesta de alto riesgo en el Teatre Principal
La Sinfónica de Baleares ofreció el pasado 18 de abril un concierto familiar sólido y entretenido
La temporada de abono es el sanctasantórum en cualquier orquesta de alto rango. Pero los tiempos cambian y entonces se relajan las costumbres, tal vez demasiado. No sé ahora, pero cuando en el año 2008 estuve en Praga y en mi agenda tenía previsto acudir a un concierto de la Filarmónica Checa en el Rudolfinum, ya me avisaron de que llevase en la maleta traje completo a ser posible oscuro y bufanda blanca.
La Sala Dvorak del Rudolfinum desde 1896 es la sede de la temporada musical de la orquesta, que tiene entre sus momentos cumbre haberla dirigido Gustav Mahler en el estreno mundial de su Sinfonía número 7 (1908) y, una década antes, Antonin Dvorak (1896) recibió el encargo de dirigirla en el concierto inaugural de la Filarmónica.
Aquella noche de enero de 2008 la Sala Dvorak mostraba sus mejores galas y el público perfectamente integrado en aquel ceremonial. Aquí, en cambio, la Sinfónica de Baleares, hace ya algunas temporadas, decidió colgar el frac y ponerse un traje estándar de El Corte Inglés. Pregunté a qué se debía y la respuesta fue: «Estamos en el siglo XXI». Tal vez por ello, cuando ADDA Simfònica apareció en el escenario del claustro de Sant Domingo, noche de agosto de 2021, ellos enfundados en el frac, ellas de largo, el público del Festival de Pollença les recibió con cerrada ovación. En el atril, por cierto, Josep Vicens, ex director titular y defenestrado de la Sinfónica de Baleares.
El Auditórium de Palma es nuestro particular Rudolfinum y de ahí que la OSIB desde su refundación en 1989 eligiese su escenario como sede de la temporada anual de abono. Hasta que llegó la pandemia y desde entonces, algo parecido al caos, distribuyéndose los conciertos por diferentes lugares, que es manera de querer tener a todos contentos mareando la perdiz.
Una orquesta de alto rango, como la nuestra, tiene distintas obligaciones. Por ejemplo dar difusión a la obra de nuestros compositores baleares, así como contribuir a ampliar la cultura musical de su público natural, o sea todos nosotros los residentes e incluso visitantes atraídos por su calidad. Todo ello forma parte de su temporada musical propiamente dicha que es un espacio reservado a la excelencia, es decir, «superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo», digamos que hablo de la Orquestra Simfònica Illes Balears (OSIB).
También está entre las funciones de toda orquesta contribuir a educar a los más jóvenes y en este sentido la OSIB sí desarrolla un excelente trabajo a través de Acadèmia Simfònica, Petita Simfònica, Simfojove y conciertos escolares. La pregunta es: ¿tiene cabida hacer confluir este capítulo con la temporada de abono? Porque cuando me interesó saber de qué iba Belle Époque, la respuesta fue que se trataba de un concierto familiar.
Debo reconocer que acudí con ciertas reservas al concierto del 18 de abril en el Teatre Principal de Palma y no me equivocaba: fue una noche de alto riesgo porque se tensaban demasiado los límites permitidos. Es cierto, que el Festival Internacional de Música Clásica de Pollença reserva una de las fechas de su cartel a programar un concierto familiar, sin que por ello vaya a resentirse su prestigio internacional. Daremos entonces, por buena, esta iniciativa de la OSIB, porque además está claro que se ha incrementado la presencia de público joven durante la temporada musical.
Dicho todo lo anterior el papel de Nigel Carter (trompa solista de la OSIB) como narrador fue providencial a la hora de dignificar la propuesta un tanto chapucera de revisar el fin de siecle parisino, centrado en el expresionismo pictórico y musical, siendo sus anfitriones Ravel, Debussy y Stravinski. No era casual la presencia de Carter, puesto que desde hace unos años tiene el encargo de abanderar los proyectos educativos de la OSIB. De hecho, el 18 de abril fue el creador, guionista y presentador de la propuesta y la verdad es que estuvo magnífico, incluyéndose algunas sutilezas del humor british.
El planteamiento de Belle Époque fue sólido, entretenido e incluyéndose algunas provocaciones para sacar al público de su zona de confort. Resultó especialmente hilarante la recreación de las protestas del público durante el estreno en 1913 de Le Sacre du Printemps de Igor Stravinsky. Sorprendió ver a un público tan participativo, cuando lo habitual es verle comedido. Y como broche final, los más pequeños ofreciéndose voluntarios para bailar el can-can de la obertura de Offenbach. Enhorabuena, Nigel Carter.
Ahora toca esperar al 2 de mayo, para escuchar el Concierto de piano Op. 54 de Schumann y la Sinfonía número 15 de Sostakovich. El regreso de las cositas serias y más propias de una temporada musical.
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