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Pedro y el lobo

Dice la moraleja del cuento del pastor mentiroso atribuido a Esopo que la mentira a quien más perjudica es a quien la dice. El cuento lo conocemos tradicionalmente en España como Pedro y el lobo, título de la obra musical de Prokófiev con distinto argumento.

No está muy claro que la mentira pueda perjudicar ya más al Pedro protagonista de todos los cuentos políticos que hemos venido escuchando en los últimos cinco años. Sánchez ha logrado saturar a la opinión española con tal profusión de mentiras, y siempre la que sigue más voluminosa que la anterior, que ha hecho saltar todos los resortes defensivos ante la falsedad.
El líder socialista miente cada vez que habla, con lo que hace desaparecer esa línea que el que suele decir la verdad no puede traspasar sin que salten las alarmas de su interlocutor. La expresión de la mentira en Sánchez es tan contumaz, tan insistente, tan incansable, que lo realmente preocupante será que alguna vez diga la verdad.

Ésta es una prueba más de la inversión de los valores de la convivencia democrática en que nos vemos inmersos en esta hora crítica de España. Hasta el punto en que el mayor propagador de bulos del Reino se haya proclamado paladín de la defensa de la verdad -su verdad, es decir, la mentira- contra aquellos que tratan de informar sobre la hondura de la ciénaga en que, una vez más, el poder socialista ha hundido la maquinaria del Estado.

No es casualidad que Sánchez se haya apropiado del término «máquina del fango» acuñado por Umberto Eco. En alguien tan proclive a solazarse en la captación de los reflejos de sí mismo, no sería nada extraño que la imagen del semiólogo italiano Eco le hubiera asaltado en ese trance de la autocontemplación.

Lo mismo sucede con su alerta sobre el avance de la «ultraderecha», entendida ésta como todo aquello que amenaza a su poder, que se formula como alternativa a él, que denuncia los turbios negocios de allegados y conmilitones, o que cuestiona su afán de parasitar las instituciones para, una vez succionadas, utilizarlas exangües en sus manejos serviles en favor de sus socios independentistas.

Nada importa que el PSOE en pleno formara parte, hasta un día antes de las elecciones del 23J, de la supuesta amenaza «ultra» que ahora tratan, dicen, de desafiar. Sin duda, el primer «ultra» era el propio Sánchez, decidido a no conceder, según proclamaba, ninguna amnistía a los golpistas y los corruptos del procés, y mucho menos a pactar con Bildu.

Al final se ha demostrado que la amnistía a los socios independentistas a cambio de los siete votos para la investidura no era más que un cambio de cromos apañado antes de las elecciones generales, según confesión del propio recadero de Sánchez en Bruselas, Santos Cerdán.

Pero no contábamos con que el cromo que ganaban los socialistas en el trueque de la amnistía era, además de la investidura de Sánchez, el de la propia impunidad del PSOE. Abierta la puerta al borrado de delitos del procés mediante el asalto del gobierno a las atribuciones del poder judicial, ya no costaba nada añadir el blanqueo del mayor caso de corrupción de la democracia, el de los ERE de Gobierno socialista andaluz, a través de la usurpación de las funciones del Supremo por el Tribunal Constitucional.

Desacreditación de la Justicia mediante la Ley de Amnistía redactada por un prófugo de la misma Justicia y desacreditación del Supremo mediante el intrusismo de Conde Pumpido. Ahí tenemos las dos columnas de Hércules de nuestra democracia, el Non Plus Ultra de nuestro Estado de derecho, barrenadas de la noche a la mañana para convertir el estrecho sometimiento de todos los españoles al imperio de la ley en un ancho canal de navegación hacia la impunidad reservado exclusivamente para afiliados o socios «ultras» de conveniencia.

Porque no es «Ultra», sino «Plus Ultra»  el nuevo lema que campa en las puertas de La Moncloa, desde donde se dirigen de manera extremista y radical -con declarada voluntad antisistema, pero en favor de un sistema de poder socialista que aspira a ser irremplazable- todas las operaciones de demolición de nuestro orden constitucional, mientras Pedro grita «¡Qué viene el lobo!», por enésima vez ante la creciente incredulidad de los españoles.

Incredulidad ante el pacto de investidura del líder del PSOE con la ultraderecha supremacista y xenófoba de Junts a quien el propio Sánchez, en alusión a Quim Torra, calificaba como el partido del Le Pen español.
Incredulidad ante el acuerdo de Sánchez con Bildu, coalición que lleva a asesinos de ETA en sus listas electorales y que homenajea un día sí y otro también a los criminales de la banda terrorista.

Incredulidad ante la utilización de las instituciones del Estado, como la Fiscalía General o el Tribunal Constitucional, para limpiar con sus togas incluso el polvo de los zapatos del secretario general del PSOE y de su mujer. Por no olvidar el CIS, RTVE…

Incredulidad ante la ofensiva por tierra, mar y aire contra la oposición, en una operación de deslegitimación de la alternativa democrática, como no se ha visto jamás desde la Transición.

Incredulidad ante un político que promovió una moción de censura para luchar supuestamente contra la corrupción y que ahora lucha para censurar a los medios que denuncian las sospechas de corrupción de su gobierno, su partido, sus ejecutivos autonómicos y las empresas públicas bajo su control, más la de su mujer y de su hermano, y para perseguir y acosar a los jueces que las investigan.

Incredulidad ante un Gobierno que sigue subiendo los impuestos a las familias, los autónomos y las pymes mientras se baja los pantalones para negociar una financiación autonómica que privilegie a gobiernos desleales e incompetentes, pero aliados de La Moncloa, en detrimento de la calidad de los servicios públicos que reciben los españoles en el resto de España.
En el cuento de Esopo, después de dos engaños por parte del pastor mentiroso ante una falsa presencia del lobo, los aldeanos desoyeron la tercera voz de alarma. El resultado fue que el lobo hizo estragos en el rebaño y provocó la caída del pastor por un barranco.

En el cuento de Sánchez, los españoles saben que Pedro es el lobo.