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¿Qué sabemos de la enfermedad de Newcastle que se ha podido detectar en aves?

En las últimas semanas, distintos medios internacionales han hecho hincapié en la detección de ya varios casos de la enfermedad de Newcastle, una afección que se transmite a los seres humanos directamente desde los animales y que, como es obvio, a muchos les recuerda al coronavirus.

Sin embargo, en este caso parece que el contagio se produce al entrar en contacto con aves previamente infectadas, tanto con el animal en sí como con sus heces y secreciones nasales, o bien como consecuencia de compartir un mismo ambiente, algo que no siempre es fácil de considerar.

Enfermedad de Newcastle

Este virus, que en principio está presente en los huevos que las aves adultas ponen enfermas, tiende a expandirse rápidamente por todo su cuerpo, viéndose imposibilitadas de seguir reproduciéndose, o bien evidenciando unos huevos raros, en forma o en color.

En algunos casos, los huevos de estas aves pueden llegar a presentar albúmina acuosa, un elemento que no significa que el producto esté malo, pero que es bastante desagradable a la vista, como así también al tacto y al gusto, y que hace que la mayoría de las personas los descarten en vez de consumirlos.

Volviendo a los medios de propagación de la enfermedad de Newcastle, podemos hablar además de su transmisión mediante objetos que hayan entrado en contacto con las aves infectadas y sus heces. Incluso, hay que ser precavidos con cualquier movimiento de materiales o maquinarias en zonas donde habitan aves, sobre todo cuando los artículos permanezcan al aire libre durante todo el día.

Un detalle interesante y que diferencia esta afección de otras similares es que existe una vacuna, que se aplica a las palomas, los pollos y los pavos, y que previene el contagio de los ejemplares completamente sanos, inoculándoseles el virus en mínimas dosis en su primera semana de vida.

¿Puede ayudar a combatir el cáncer?

Por otro lado, el virus de Newcastle ha demostrado una increíble capacidad de réplica, siendo hasta 10.000 más veloz para multiplicarse en las células cancerosas que en las células normales, lo que supone que se le considere un “virus oncolítico”, como se conoce a aquellos que se replican en células cancerosas y las matan, sin que ello represente un peligro para las células saludables.

Y aunque las primeras investigaciones en torno a este virus se produjeron más de medio siglo atrás, ahora contamos con las tecnologías necesarias como para adentrarnos en sus soluciones, dejando de lado los problemas que causa y que, como decíamos, parecen de momento controlados.