El proteccionismo a ultranza nos pone en jaque

El proteccionismo a ultranza nos pone en jaque

Menorca, esa isla que sabe conservar sus encantos ancestrales y que parece renunciar hasta cierto punto al imparable progreso, como celosa con sus tiempos, aferrada a sus tradiciones, bañada por las aguas del Mare Nostrum, es famosa, entre otras cosas, por su incomparable langosta, por su mar, a veces bravo y crispado, por su desconocido interior, por sus calas recónditas e inaccesibles, y, sin duda, por la Tramonta que sopla a menudo con fuerza inusitada. Tal vez, se hable menos del viento del sur, ese que sacude a la costa meridional de la isla que se halla más resguardada de la enfurecida Tramontana, provocando fuertes oleajes y que va empapando de salitre y extendiendo su aroma marino por el litoral. El problema del viento del sur es que sabes cuándo llega, pero no cuándo amaina. Será cuestión de un par de días o igual más. Tarea arriesgada es la de acceder a las aguas de la costa sur cuando el viento pega frontal, ya sea de Levante o de Poniente y, cometido duro es el de encarar el sur puro que arrastra consigo esa especie de calima procedente del continente africano que, en línea recta, no está muy alejada de Menorca.

Con ese paisaje, uno medita acerca de las amenazas para una recesión global que, desde la tranquilidad y el sosiego menorquín, va leyendo y constatando, en menor o mayor medida, esa ristra de factores potencialmente perturbadores para la economía mundial que la envuelven en una niebla de incertidumbres, diría que por doquier, de alguna que otra debilidad, de ralentización comercial, por no decir que de parálisis, y, sobre todo, de una contagiosa y mala pérdida de confianza inversora en todos los planos.

Por la parte que incumbe a la China de Xi Jiping se palpa una desaceleración en su economía que responde a varios elementos. El cambio de orientación de su economía, mirando más a su interior, decantándose más hacia los servicios y reorganizando su enorme industria; su abultada deuda empresarial que, en cierto modo, también es indirectamente pública; la erosión provocada por las disputas comerciales con Estados Unidos que recortan su producto interior bruto; los replanteamientos de algunas de sus potentes fábricas que, para salvar los obstáculos arancelarios, ya hacen planes para instalarse en otras latitudes, incluso en la misma América; las necesidades de implementar estímulos fiscales y esfuerzos en inversión pública a fin de mitigar en parte las fatales consecuencias de la guerra comercial… Se configura así un cuadro más o menos complejo para la actual economía china cuyo crecimiento en 2019 podría ser inferior al 6%. Eso, en un país, cuyas tasas de crecimiento han rondado el 10% en años recientes, llegando a más del 14% en 2007, duele. Además, los mercados tradicionales y habituales de China, con especial concentración en Europa, no pasan por su mejor momento a efectos de consumo, lo que retrae sus ansias vendedoras. De otro lado, las restricciones a salidas de capitales allende las fronteras chinas para invertir – sirva como ejemplo el caso de mi Espanyol – encalla la fluidez de su vigorosa pujanza económica.

Coincidiendo con el conflicto entre estadounidenses y chinos se confirma, en el resto del mundo occidental o en el ámbito de los países avanzados, el auge de un populismo con tintes muy proteccionistas que se plasma en esos frenos a la inmigración – tal y como se advierte en Europa – y al comercio transfronterizo de bienes y a los flujos de capitales. La desglobalización es justamente lo contrario de la globalización y el proteccionismo a ultranza que se está dando pone en jaque el necesario equilibrio del sistema económico global que, considerando el entorno actual, requiere de soluciones multilaterales para encarar de la mejor manera un horizonte poco despejado.

Sumemos a ello el envejecimiento de la población que es una realidad en las economías avanzadas y que, entre otras consecuencias, entraña una caída de la productividad laboral, un aumento de los desembolsos por pensiones y un incremento en el coste social, primordialmente, en salud.

Galopa, entretanto, la tecnología que se presenta como un arma de doble filo dado que su evolución abarata los costes y cada vez es más accesible, repercutiendo en mejoras indudables de productividad, modificando los actuales modelos de negocio que de los formatos clásicos evolucionan a ritmo vertiginoso hacia hechuras disruptivas y que conllevan destrucción de empleo que por más temporal que se diga que es o será, lo incuestionable es que infinidad de empresas de distintos sectores están ajustando sus plantillas y ahí está, corroborándolo, la incesante pérdida de puestos de trabajo en el sector financiero. Será, posiblemente, temporal tal destrucción de empleo derivada del progreso tecnológico, pero el interrogante es hasta cuándo se prolongará tal proceso de eliminación de ocupación laboral y los miles, o cientos de miles, de víctimas que se acabará cobrando. Con lo cual, la población va alimentando un generalizado descontento con la clase política, que parece absolutamente ajena a lo que sucede en el mundo real, y los populismos, concretamente en la vieja Europa, arrecian.

A todo ello, los mercados financieros denotan vulnerabilidades. El dinero barato ha propiciado elevar hasta límites preocupantes los niveles de endeudamiento, tanto en términos corporativos como públicos. Y con dinero barato y prestado se han buscado y se siguen buscando rentabilidades altas, dando lugar a valoraciones que en determinados casos se antojan excesivas, cosa que entraña un riesgo de burbuja.

Mientras tanto, el Estrecho de Ormuz se va convirtiendo en un polvorín de ribetes bélicos y trasfondo económico, porque anda en juego el precio del petróleo y su impacto en los tipos de interés. A nadie le interesa el asunto. Tampoco a Donald Trump y, menos aún a Xi Jinping. Jerome Powell no quiere oír hablar del asunto y Mario Draghi desliza su mirada analítica… ¡Ay, el Estrecho de Ormuz!, por donde pasa el veinte por ciento del petróleo que se comercializa en el mundo.

Días atrás, después de los ataques a sendos petroleros, el precio del crudo empezó a subir. No obstante, su cotización se calmó al llegar el week end. Que el petróleo suba no interesa nada ni a nadie en este momento, con las aguas económicas revueltas entre Estados Unidos y China, países emergentes, Brexit… y toda la retahíla al caso. El petróleo es algo así como pólvora para la inflación. Y si ésta se dispara, los bancos centrales se verán obligados a reajustar, al alza, sus tipos de interés, algo que no entra en el guion que hoy manejan la Reserva Federal y el Banco Central Europeo. Los modestos incrementos salariales, de repente se verían absorbidos por un repunte inflacionista. Y las bolsas, si los tipos de interés subieran, sufrirían cuando ya de por sí acumulan fragilidades por sus fuertes cotizaciones… Por eso, Estados Unidos cuenta con la complicidad de Arabia Saudita y otros países productores de petróleo, para aumentar la oferta del oro negro si fuese menester… Veremos, desde la paz menorquina, qué diantre va ocurriendo. Acá seguiremos, apegados a lo de siempre, respirando el aplomo isleño, la impetuosa Tramontana o los golpes del viento del sur…

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