Opinión
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Trump renuncia a dirigir el mundo y Europa tiembla

  • Pedro Fernández Barbadillo
  • Columnista de Internacional. En la editorial Homo Legens ha publicado 'Eternamente Franco' y 'Los césares del imperio americano'. Su último libro es 'Eso no estaba en mi libro de historia del Imperio español' (Almuzara).

En su segundo discurso de investidura, Donald Trump elogió a uno de sus predecesores, William McKinley (1897-1901), por la implantación de unos aranceles a los que atribuyó la prosperidad posterior del país. En su Estrategia de Seguridad Nacional, conocida el día 5, citó a otro presidente, James Monroe (1817-1825), por la doctrina de política exterior que hizo su nombre conocido, “América para los americanos”, y que constituye una de las guías permanentes del actuar de Estados Unidos: la exclusión de toda potencia ajena en el hemisferio occidental.

En esta ocasión, Trump ha repetido la conducta que siguió en su primer mandato. En diciembre de 2017 publicó su Estrategia de Seguridad Nacional. La segunda recoge algunos de los factores anteriores, como la amenaza del terrorismo, el desencanto con China, o la recuperación de la fortaleza económica de Estados Unidos. Sin embargo, justo ocho años después, se ha producido un giro radical. Se instaura, sin ambages, “la diplomacia de Estados Unidos primero”.

En mi opinión, el punto fundamental es la renuncia por parte de EEUU a su autoconcepción como vigilante del resto del mundo, protector del libre comercio y paladín de la democracia. El criterio imperante desde ahora deberá ser el equilibrio entre las grandes potencias y sus esferas de influencia.

Se trata de una ruptura con el mundo construido a partir de 1945, cuando las dos superpotencias nacidas de la Segunda Guerra Mundial, con ideologías opuestas, se enfrentaron en todo el planeta y el presidente Truman enunció la doctrina que lleva su nombre de apoyar a las naciones que se oponían al comunismo, una de cuyas manifestaciones fue la formación de la OTAN (1949), la primera alianza militar permanente de Estados Unidos.

Reproducimos varias de las frases de este documento, cuyas bases se encuentran en la anterior Estrategia de Seguridad, en la experiencia de los últimos ocho años y en el discurso que pronunció el vicepresidente JD Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero.

El Gobierno de Trump reserva los mayores reproches para las élites nacionales y los aliados hasta ahora más fieles, después de Israel, los europeos.

A la clase dirigente de EEUU se le recrimina que se decantara “por el globalismo y el llamado libre comercio”, porque debilitó la clase media y la base industrial; y, además, que arrastrara al país a conflictos “fundamentales para sus intereses, pero secundarias o irrelevantes para los nuestros”, las personas ajenas a esa oligarquía.

A la Unión Europea se le acusa de “socavar la libertad política y la soberanía” de los ciudadanos y las naciones, de desarrollar una política migratoria que está transformando el continente y creando conflictos, de reducir la libertad de expresión y reprimir la oposición política, y de permitir el desplome de las tasas de natalidad y la disolución de las identidades nacionales.

La Casa Blanca adopta el discurso de los partidos identitarios (Chega, VOX, AfD, FPÖ, Fratelli d’Italia, RN…) hasta afirmar que Europa puede ser “irreconocible en 20 años”. La debilidad económica y militar de los europeos, añade, les podría conducir a dejar ser “aliados fiables”. Y por eso admite que priorizará “la resistencia a la trayectoria actual de Europa dentro de las naciones europeas”.

No sorprende que el grupo de agitadores y académicos que ha dirigido la política exterior de EEUU desde los años 90 haya puesto (otra vez) el grito en el cielo. Se trata de los mismos que animaron las intervenciones “humanitarias» en Somalia y Yugoslavia, la invasión de Irak tras el 11-S, el derrocamiento de Gadafi en Libia y el incendio de la guerra civil Siria. También llevan años reclamando la guerra contra Irán y la implicación en Ucrania hasta la derrota de Rusia y el derrocamiento del régimen de Putin.

La mayoría de estos planes belicistas acabaron en desastres y provocaron el caos, así como oleadas de emigraciones a Europa y los propios Estados Unidos, donde ahora Trump quiere expulsar a los miles de somalíes que llegaron después de la intervención humanitaria, porque se ha descubierto un enorme fraude a la Seguridad Social con identidades inventadas y hasta financiación de terroristas islamistas.

El neocón Bill Kristol acusa a la actual de Administración de “adoptar las políticas exteriores que condujeron a Pearl Harbor” Y Anne Applebaum, del mismo grupo, ha tuiteado que no se le ocurre “otro ejemplo de una potencia global que queme su capital y destruya su influencia de manera tan ostentosa, en un solo documento”.

Los gobiernos europeos no han comentado aún la Estrategia. Sólo el presidente de la Comisión, el portugués Antonio Costa, ha hecho este comentario: “Debemos respetar la soberanía de cada uno. Los europeos no comparten la misma visión que los estadounidenses en diversos temas. Es natural. Lo que no podemos aceptar es la amenaza de interferencia en la vida democrática europea”.

La relación entre la UE y Estados Unidos se está debilitando tanto que los dirigentes europeos empiezan a tomar medidas pensando que tienen que apoyarse entre ellos, sin esperar que los norteamericanos acudan al rescate o les presten su paraguas. Y en esa línea de adquirida sensatez van las últimas decisiones, como la petición de Alemania a la UE de que levante la prohibición de los coches con motor de combustión para 2035; la deportación de inmigrantes ilegales a terceros países; y el aumento del gasto militar al 5% del PIB.

El único gobierno europeo obcecado en mantener todos los sueños y las matracas de los años de Biden y Obama es el español. Sánchez rechaza cerrar fronteras, aumentar el gasto en defensa y frenar la descarbonización. ¡Cómo Washington no va considerar a Marruecos como su aliado más seguro en el estrecho de Gibraltar!