Opinión

El tenebroso Sánchez homenajea a ETA

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

El 19 de junio de 2009, el asesino de ETA Daniel Pastor acribilló y mató al Policía Eduardo Puelles. Sólo catorce años después, este pavoroso criminal no sólo está en la calle, a pesar de haber sido condenado a casi tres mil años de cárcel, sino que esta semana ha recibido un homenaje en Bilbao por parte de todos sus cómplices y de una población cercana a Bildu y también probablemente al PNV, el partido del árbol y las nueces que -ya se debe decir- fue durante mucho tiempo encubridor y hasta cómplice de los facciosos de la banda.

El Gobierno de la Nación ha justificado el homenaje en función de que «nosotros no podemos hacer nada para impedirlo». Mentira clamorosa. Se refugian Pedro Sánchez y su tenebrosa galería de acólitos en una Directiva Europea que, en su artículo 10, proclama que no existe delito de enaltecimiento del terrorismo si, en consecuencia, no se produce una acción terrorista subsiguiente.

Durante años este Gobierno no ha tenido la menor intención, como se le ha pedido desde todas -subrayo «todas»- las asociaciones de víctimas que presionara al Parlamento de la Unión para cambiar esta norma que protege fielmente a los asesinos. Nada de nada. Sánchez y sus corifeos, sobre todo el indigno Marlaska, no se han dignado montar un procedimiento en Bruselas para cambiar la Directiva.

Pero es que, además, sin necesidad de viajar hasta Bruselas, el Gobierno de la Nación ha tenido y tiene en sus manos los resortes para impedir que acciones como las que se han vivido en Bilbao no puedan producirse. La Ley que protege a las víctimas del terrorismo incluye en su articulado, concretamente el 61, la posibilidad de que, por la vía administrativa, sin la precisión de acudir a la penal, este tipo de homenajes que ofenden la decencia pública, se organicen como si fueran realmente una parte más de cualquier feria pueblerina, las más, o urbana, las menos.

Desde que Sánchez y su tropa han liberado a los más viles homicidas, ya se han cumplimentado no menos de doscientos homenajes en el País Vasco para recibir a sus pistoleros de cabecera. Todo sin que Sánchez y su cuadrilla de cuates pusieran el menor reparo. Es más: cuando los familiares de los casi mil muertos por ETA han protestado y exigido que el Gobierno actuara, han recibido una respuesta miserable: ETA ya no mata, que es tanto como decir que los criminales no nos ejecutan del todo, aunque no nos dejen vivir.

Recientes están las palabras del delegado del Gobierno en Madrid (ni sé cómo se llama, ni me importa) que no sólo encubrió las actuaciones de los facciosos, sino que les catalogó de patriotas que han hecho más por España que algunos estúpidos de la banderita en la muñeca. ¿Ha ocurrido algo con él? Tampoco, nada, un leve pellizco y el sujeto sigue en el puesto que le regaló Sánchez y desde el cual, diariamente, perpetra, desde un cargo institucional, fechorías contra la oposición, y más concretamente contra la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Ahora mismo quedan en España 379 atentados de ETA por resolver y tampoco pasa nada. La Justicia, salvo cuando se nota fuertemente espoleada, se llama andanas y no reabre sumario alguno, los fiscales y los jueces se han contagiado de la doctrina oficial que consiste en que, como «ETA no mata», hay que mirar a otro lado. Un despropósito, un bochorno. Si no existieran movimientos como el de «Dignidad y Justicia» de Daniel Portero, ETA ya estaría figurando en los libros de presunta Historia, y más grave todavía, en los de texto para nuestros escolares, como una compañía de judería que se lanzó a la «lucha armada» para liberar al pueblo vasco del yugo de Madrid. Afortunadamente, en los últimos tiempos se están multiplicando las acciones de grupos que, como el citado, han puesto -dígase así- la tragedia que causó ETA de moda.

Desde luego que con este Gobierno, fuertemente sustentado por los asesinos y sus herederos, nada se puede avanzar, por eso, muy fundamentalmente por eso, es preciso que la ciudadanía tome conciencia y envíe a Sánchez y a sus conmilitones a las tinieblas exteriores. Son buenos síntomas los que estamos percibiendo respecto a la posibilidad de que ETA pague al fin todo su espantoso terrorismo, pero queda mucho, por ejemplo, que el país en general se desprenda del tóxico «vamos a olvidarlo todo» que ha pervivido durante tantos años

ETA existe porque existen sus criminales homenajeados, algo que a una buena parte de la población española le trae al fresco. Es más: no comprende ni el dolor, ni la protesta de los damnificados, es como si estos molestaran, como si rompieran la tregua permanente que han impuesto los etarras sencillamente porque ya no necesitan asesinar para conseguir sus propósitos.

Es estupendo que la Fundación de Víctimas que preside Tomás Caballero, algunas veces alejado de las reivindicaciones más exigentes, haya tomado la decisión de procurar que los delincuentes sin arrepentir que han causado tanto espanto en toda España, no puedan presentarse a las elecciones. Todavía ellos gozan de mayores prerrogativas que las nulas que pueden recibir los quinquis más elementales de nuestra sociedad.

Ha bastado con que se conozca esta idea de la Fundación, apoyada por el PP y Vox, para que, de nuevo, los socialistas del sanchismo hayan acusado a sus promotores de enfrentarse contra el sentido de la Historia, y que buscan venganza. Incluso dicen -y lo dicen en toda su crueldad- que quienes patrocinan/patrocinamos esta iniciativa somos personas llenas de rencor que ni siquiera practican/practicamos la virtud cristiana del perdón. Por mí, que se vayan a hacer puñetas. Forman claramente el club de fans de Sánchez, como les denomina el formidable Luis del Val. Son babosos que acarician diariamente el lomo del tenebroso Sánchez. Son los flautistas de un individuo que pasará a la Historia General de España como el gobernante más felón de toda su trayectoria milenaria. Y mira que por España han pasado unos cuantos indeseables. Como este, no.