Sánchez cerrará medios y embestirá a la prensa

Sánchez cerrará medios y embestirá a la prensa
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Atención: a ver si vamos a dar una idea a este sujeto que, por lo demás, él mismo o su escudero Bolaños la tienen pensada. Su Ministerio de la Verdad es la prueba. Lo cierto es que el dúo que conforman el citado y su patrón Sánchez, dúo que se siente heredero flamante y orgulloso de la II República, tiene en su mesa el antecedente de lo que el Gobierno provisional de Alcalá Zamora (un desastre en manos de la izquierda) perpetró cuando apenas llevaba un mes en el poder. De entrada, ingiriéndose abusivamente en los medios de la época, les obligó por decreto a insertar su respuesta al mensaje de despedida del Rey Alfonso XIII. Era sólo el embrión de lo que preparaban porque, pocas fechas después, y ampárandose en el supuesto de que ABC había animado la ocurrencia de un grupo monárquico de colocar un gramófono en un edificio para promover la Marcha Real, el ministro de la Gobernación, Antonio Maura (otro desgraciado conservador al albur de los socialistas) ordenó cerrar el periódico acusándole de «envenenar el ambiente». Se olvidó el hombre de perseguir a los energúmenos que quisieron ese mismo día, 12 de mayo, incendiar la sede del diario dinástico. Lo cuenta todo con más detalles el propio Maura en su descargo de conciencia que firmó con este título: Así cayó Alfonso XIII.

Tras la clausura del ABC que únicamente duró esta vez hasta el 5 de junio, el Gobierno le cogió el gusto a la cosa y clausuro también El Debate, el periódico de los católicos militantes. Y así siguió hasta emprenderla con otros medios, sobre todo con los vascos y catalanes que por entonces eran, para entendernos, de derechas. Azaña, tan festejado como liberal incluso por voceros ensimismados por su indudable cuerpo doctrinal, parió en buena parte la fascista Ley de Defensa de la República que, entre otras perlas cultivadas, inscribía un Primer Artículo dedicado precisamente a los que, según los gobernantes del momento, se desmadraran atacando al Estado. Decía así este artículo directamente dedicado a los periódicos: «Son actos de agresión a la República y queda sometido (sic) a la Presente Ley la difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público». Al margen de la analfabeta redacción de un Consejo de Ministros que creía absolutamente en la superioridad cerebral de la izquierda, hay que hacer notar que éste no fue un Artículo de sola advertencia; no, fue aplicado a rajatabla, porque en los cinco años que duró la República, se cerraron múltiples medios de información. Ya después de la Guerra y en México, Prieto, don Inda, se dolió de aquella razzia, escribiendo ésto: «En materia de prensa no lo pudimos hacer peor».

Se dirán ustedes: ¿puede ser lo relatado el embrión de lo ocurrirá aquí con el Gobierno rabiosamente izquierdista de Sánchez? ¿Hay algún antecedente claro que justifique esta advertencia? Pues claro que sí: el último veto que ha puesto Sánchez al citado periódico ABC para cubrir sus meteduras de pata en Gaza y territorios circunvecinos es la prueba. El Gobierno se ha arrogado la autoridad en designar medios que sí y medios que no, pero: ¿dónde se han creído que están estos censores? En ellos es lo usual: este propio octubre del 23, el ministro de todo, Bolaños, el verdugo que utiliza Sánchez, ha acusado a los medios de «polarizar a la sociedad a través de la desinformación y la mentira». Y ha avisado de algo más: «Hay que alfabetizar a los españoles para decirles qué noticias son verdad y cuáles no». Bolaños, verdugo, digo, de Sánchez, no se reprime y exige «parar la industria de la mentira». ¿Pararla? ¿Cómo? Pues fácil: creando una «herramienta nacional» (términos literalmente suyos) para detectarla. No es del caso advertir que el que avisa, como reza el dicho castellano, no es traidor, porque, claro, Sánchez y Bolaños son los jefes de la traición española, más puede apercibir a todos que, como inscribe otro proverbio, del dicho al hecho, hay un trecho, en este caso un trecho pequeñito.

Por si alguien está aún en Babia, hay que recordar que aún queda instalado en Moncloa un procedimiento (resumen del trabajo de los seiscientos asesores del jefe) para perseguir lo que Sánchez denomina la «desinformación». A lo peor tampoco se tiene memoria de que el mismo presidente del Gobierno en su penúltimo discurso de investidura aseguró que este menester seria «prioritario» para su Gobierno. Esta confesión, tan impropia en un mandatario democrático, no se quedó en agua de borraja, antes bien Sánchez lo llevó nada menos que al Consejo de Seguridad Nacional. O sea: sólo falta llevar el dicho al hecho, algo que figura en el frontispicio de los objetivos de este Ejecutivo plagado de leninistas vengativos. Los pormenores que relatamos no son especulaciones vagas sino realidades inmediatas, tanto que el pasado junio nada menos que la Federación Europea de Periodistas alertó sobre la Ley de Medios fuertemente animada por Sánchez, representaba -denunciaba- literalmente «un peligroso desprecio por los principios de libertad de prensa».

Tras lo dicho, y dada la perentoriedad en que se encuentran Sánchez y su Gobierno de truhanes, a nadie le puede extrañar que más pronto que tarde -porque será muy pronto- se tire a la piscina y la emprenda directamente con los medios desafectos que es como definía el franquismo a los periódicos no directamente entregados al Régimen. Lo curioso y preocupante es que ahora mismo son los mismos medios cantores de Sánchez los que piden, por boca de sus fans, represalias contra los objetores del plan destructor que promueve Sánchez. Hasta ese punto de maldad hemos llegado. Por tanto, volvamos al principio: ¿Se atreverá Sánchez a cerrar medios? Perdón por la ufanía argumental. Después de lo que hemos contado: ¿alguien lo duda? Lo escribo festivamente: aquí, en España, los imbéciles deberían estar prohibidos. Son los bienpensados angélicos que luego siempre se lamentan de esta guisa: «¡Por Dios, por Dios!». «¿A dónde hemos llegado?». La tonta derechorra de siempre.

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