Opinión

Salomón en Mallorca, ¿Dabiz Muñoz en Madrid?

Salomón, seguramente el rey más sabio de la historia del pueblo elegido, zanjó en términos traumáticos una pugna entre dos madres por un bebé que ambas reclamaban para sí (el otro había fallecido aplastado mientras dormían):

—Mi hijo es el que vive y el tuyo es el que ha muerto—, apunta la primera de ellas.
—La otra le espeta sin solución de continuidad: «No, el tuyo es el fallecido y mi hijo es el que vive”.
—El rey ordena tajante: «Que me traigan una espada».
—Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una y la otra mitad a la otra—, sentencia el jefe de los jefes.

La verdadera madre del niño se rinde conmovida en lo más profundo de sus entrañas. Acto seguido, implora al rey:

—¡Señor mío, dad a ésta el niño vivo y no lo matéis—.
—Ni a mí, ni a ti; ¡partidlo!—, puntualiza la otra.

Entonces el rey, que es justo por ser tan inmensamente inteligente, responde:

—Entregad a aquélla el niño vivo y no lo matéis. Ella es su madre.

Cualquiera diría que la resolución judicial más esperada de la historia es lo que la Real Academia conceptúa como «decisión salomónica». Que no es otra cosa que cuando en una sentencia se «intenta satisfacer a todas las partes en conflicto, con propósito de ecuanimidad». El fallo de Samantha Romero, Eleonor Moyà y Rocío Martín es propio de esos bienquedas que sostienen que, por muy malo que uno sea, siempre tiene algo de razón. Y tan cierto es que la Sección Primera de la Audiencia de Palma goza de fama de «benevolente» como que nadie mínimamente imparcial entiende que la petición de un fiscal quede reducida a la tercera parte (en el caso de Iñaki Urdangarin) o a la mitad (Diego Torres) como por arte de birlibirloque. El arriba firmante da fe de que Pedro Horrach es técnicamente uno de los mejores fiscales de España. Se pudo equivocar con la infanta, que de hecho se equivocó, pero no es un piernas ni muchísimo menos. Jurídicamente es más bien un Cristiano Ronaldo (por cierto: su jugador favorito).

En el imaginario colectivo quedará per sécula seculorum la sensación de que las magistradas han optado por un fallo que les permite hacer justicia, aunque sea parcialmente, y a la vez no molestar demasiado al poder establecido. Desconozco si ésa es la verdadera intención de estas tres mujeres teóricamente justas, pero en la vida las más de las veces las cosas son como parecen. Resulta llamativo, por no decir cantoso, que tal y como desvelamos en este pedazo de papel virtual en todos y cada uno de los delitos hayan optado por imponer el tipo penal más bajo. Todos, toditos. Para muestra, un botón: el fraude a la Administración conlleva hasta seis años de prisión. Pues bien: al maridísimo le han caído 7 meses de na por este ilícito penal. Curioso… ¿no?

Tan curioso como que por comportamientos similares, unos eventos cobrados a precio de oro, los funcionarios y altos cargos de la Comunidad Valenciana se hayan ido de rositas y los de las Islas Baleares se hayan comido el marrón de la cárcel, el mayor marrón que le puede caer a un ser humano. Eso sí: un marrón sustituible por multas. Claro que a lo mejor no les quedaba otra que absolverlos toda vez que el Tribunal Superior de Justicia de su región allanó hace años el camino a Francisco Camps y a Rita Barberá soltando un tajante y meteórico «no» a su imputación y procesamiento. No podemos ni debemos olvidar que algunos de los magistrados del más alto tribunal regional son designados por el Gobierno autonómico que, en el momento de los hechos (septiembre de 2013), estaba en manos del Partido Popular.

Menos aún entiendo que por conductas prácticamente idénticas la sanción penal es distinta: el pulgar enfiló el camino del cielo con un Camps que ni siquiera fue imputado y con Matas ha mirado en dirección al suelo condenándolo. ¿O es que el dinero que otorgaron a cambio de humo a Urdangarin era de menos calidad en Valencia que en Palma? Argumentan las magistradas, en lo que se asemeja a una broma de mal gusto, que los 3,7 kilazos que trincó el balonmanista en tierras de Sorolla fue por eventos cobrados “a precio de mercado”. No han leído mal: ¡a precio de mercado! Olvidan o desconocen que más de 300.000 euros se los adjudicaron por la patilla: unos Juegos del Mediterráneo que no se consumaron porque jamás pasaron de ser el sueño de unas mentes pecuniariamente calenturientas, obsesas del becerro de oro, practicantes de ese “a robar, a robar, que el mundo se va a acabar” que se ha apoderado de nuestra sociedad. Vamos, que ni siquiera pasaron el corte. Entre otras cosas, porque el Comité Olímpico paró los pies a esta demencia.

Salomón ha tirado por la vía de en medio: si a los barandas valencianos la macabra broma de regalar dinero público les ha salido gratis total cómo vamos a cobrársela a los machacas. El espíritu del fallo a nivel balear es idéntico: prisión para el boss, Jaume Matas, y menos prisión para los obedientes funcionarios y altos cargos (el campeón olímpico Pepote Ballester, Juan Carlos Alía et altri) que se limitaron a cumplir milimétricamente y sin cuestionamiento alguno las instrucciones dadas por un tipo que entonces era dios y que incluso salía en todas las quinielas como vicepresidenciable del Gobierno de España.

Más incongruencias de un mazazo judicial (en sentido metafórico y en sentido real): ¿por qué por conductas idénticas y casi indisociables Diego Torres paga el pato más que su compañero de golferías? Si esto es heavy, que diría un castizo, ¿qué me dicen de la conclusión que extraen las magistradas, que poco menos que dibujan al ex duque de Palma como un tonto útil en manos de su malo-malísimo amiguete? Uno, que conoce el asunto mejor que nadie excepción hecha de Castro y Horrach y sus dos grandes protagonistas, puede dar fe y da fe de que Iñaki Urdangarin no era ni mucho menos un border line de familia poderosa al que un listillo maneja en provecho propio. El antaño muy yernísimo y ahora nada cuñadísimo era tan proactivo o más en la captación de dinero público, en el engaño y en la venta de humo que el vendemotos menorquín. Así fue en Baleares donde Torres ni estuvo, ni apareció, ni se le esperó durante el proceso de negociación con el Govern. Proceso que, dicho sea de paso, duró lo que el partido de pádel en el que se cerró la mangancia: algo menos de dos horas.

Es más: cuando se celebró el Illes Balears Fórum, yo estaba allí como ponente en compañía de invitados tan ilustres como Samuel Eto’o, el grandísimo y entrañable Rafa Nadal, el gran Sergio Sauca y la campeona del mundo de gimnasia Elena Gómez (manacorí como el tenista). Presidía el ínclito Urdangarin Liebaert. Y, por tanto, a mí nadie me va a contar quién mandaba, quién desempeñaba el rol de jefe y quién el de subalterno. Diego Torres era un «sí, bwana» permanente, mejor dicho, un «sí, Iñaki» permanente. Daba la sensación de que no supiera hilar más frases.

Cuando el 17 de febrero de 2006 destapamos el caso en EL MUNDO/El Día de Baleares se hizo rápidamente luz de gas. El diputado socialista que se encargó de pedirnos por vía parlamentaria el presupuesto de un acto que duró dos días y que tenía como objeto analizar «la relación entre el turismo y el deporte [sic]» nos avisó al poco tiempo que tenía que olvidarse del asunto por órdenes de arriba. Al parecer, José Luis Rodríguez Zapatero, a la sazón presidente del Gobierno, había llamado al entonces secretario general del Partido Socialista de las Islas Baleares y le había conminado a decir «Diego» donde habían pronunciado claramente «digo». Y aquí paz y después gloria. O eso barruntaban ellos. Paralelamente, Iñaki Urdangarin nos llamó para quedar. Y el no muy tonto pero sí muy desahogado yerno del Rey nos mandó a una tropa de 10 tíos que se dedicaron a soltarnos un rollo patatero intentándonos convencer de las bondades de un foro que no era más que un cuento chino. El que llevaba la voz cantante era un Diego Torres de cuya boca no salieron los nombres malditos, «Iñaki Urdangarin” o “ Cristina», en las casi dos horas de cara a cara.

Y que los 1,2 millones de euros fueron un atraco a mano armada no hace falta que me lo diga o me lo cuente Doña Justicia. Basta con compararlo con lo que nos salía cada foro de EL MUNDO/El Día de Baleares que se celebraba en el mismito escenario que el Fórum del dúo Iñaki-Diego: el mejor hotel de Palma, el Meliá Victoria. Un acto mensual que, al estilo del renacido Club Siglo XXI, consistía en una conferencia de un personaje relevante de la vida nacional y una posterior cena restringida con preguntas. Lo inauguró Mariano Rajoy, le siguió Pepe Bono y un tan largo como impresionante etcétera en el que se incluyen actores de la vida pública de la talla de Florentino Pérez, Joan Laporta, Luis Aragonés, Albert Boadella, la inigualable María San Gil, Esperanza Aguirre, Federico Jiménez Losantos, Adolfo Suárez Illana, Jaime Peñafiel o Ana Botín. Cada noche nos costaba unos 3.000 euros. Si la factura de cada cinco horas era ésa, ¿me puede explicar alguien cómo la de dos días y medio son 1,2 millones de hace 12 años? Obviamente, era el timo de la estampita.

Y lo de la infanta es sencillamente una tomadura de pelo a la ciudadanía. Aquí poca culpa tienen las magistradas porque el partido se decidió antes de jugarse vía Fiscalía y vía Agencia Tributaria. La primera institución actuó descaradamente como un abogado de la defensa. Para empezar, hizo lo nunca visto: recurrir una imputación (la de Cristina Federica de Borbón). Una actuación jamás vista en la historia procesal de España. Y, para terminar, esa Hacienda que no somos todos admitió facturas falsas a la hija de Don Juan Carlos para que no incurriera en delito fiscal. En fin, que la trataron como a cualquier otro contribuyente.

Como quiera que en España rige el principio acusatorio, la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Palma tenía casi imposible oponerse a la determinación del ministerio público. Eso sí: yo pregunto en voz alta por qué en situaciones idénticas la Justicia actúa de forma tan escandalosamente distinta. Uno pensaba que esto iba de dar a cada uno lo suyo, de ante comportamientos distintos resolver distinto y ante cuestiones iguales juzgar por igual. Los Reyes Magos no existen, los niños no vienen de París y, visto lo visto, no todos somos iguales ante la Ley. A Pantoja por blanquear el dinero corrupto de Julián Muñoz la enviaron al hotel rejas y a la infanta y a Ana Mato les zanjan el problemilla con una mera responsabilidad civil. Cosas veredes…

No menos burlesco resulta el machismo que destila el fallo. Eso de que las mujeres no vean incrementos patrimoniales salvajes, no se enteren de lo que hacen sus maridos cuando comparten sociedades al 50% con ellos (Aizoon) y les pasen desapercibidos dos Range Rovers y un Jaguar aparcados en el garaje de casa (Ana Mato) es para mear y no echar gota. Nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino, como si las mujeres del Siglo XXI fueran la Mercedes Alcántara de los primeros tiempos de Cuéntame: una ciudadana que no sale de la cocina más que para cuidar a los niños, hacer la compra y servir la cena al pater familias. ¡Venga ya!

La suerte de la infanta quedó echada a principios de 2012 con el bautismo de la llamada Operación Cortafuegos. Aquel día en Zarzuela se congregaron Don Juan Carlos, el jefe de la Casa del Rey de la época, Rafael Spottorno, Mariano Rajoy, Alberto Ruiz-Gallardón y el fiscal general del Estado y determinaron que la infanta era intocable. Dicho y hecho: Anticorrupción jamás le tocó un pelo y se transformó en el perro guardián no del interés general sino del muy particular interés de la no menos interesada Cristina. En fin, la vuelta al medievo siquiera por unos meses.

Y ahora… ¿ qué? Cómo se conducirá el Tribunal Supremo. ¿Será amable, implacable o incontrovertible? Dicen que el destino está escrito en las estrellas. Espero que el que nos ocupa no esté ratificado en una servilleta. Que no haya atajos para Iñaki Urdangarin. Que no estrujen tanto el fallo mallorquín que acaben dejando la pena en menos de dos años. Y, consecuentemente, que eso no impida la entrada en prisión del delincuente de Zumárraga. Entre bastidores se da por hecho que el más alto tribunal cocinará el fallo definitivo con una pericia que ni el mejor chef del mundo: el diferente y genial Dabiz Muñoz. Quiero pensar que no es más que un bulo. Mantengo la convicción de que los magistrados del Supremo son la crème de la crème, amén de incorruptibles e insensibles a las sugerencias que llegan del poder ejecutivo. Sean churras o acaben saliendo merinas, lo cierto es que la ciudadanía no tragará una nueva jibarización de la pena al consorte de la sexta persona en la línea de sucesión de la Corona. Una resolución sospechosa serían toneladas de gasolina para los extremistas de Podemos.

Y, mientras tanto, a la par que conocíamos una de las sentencias más amables de la historia contemporánea, la misma Audiencia de Palma ratificaba la condena a tres años a un pobre muchacho que robó una bicicleta. Puño de hierro donde a otros se les acaricia con guante de seda. Tan cierto es que este proceso ha cambiado la historia de España y ha supuesto un gran salto adelante en la modernización de nuestra democracia como que un paso atrás supondría deshacer todo lo andado. En resumidas cuentas, dar la sensación a la opinión pública de que seguimos de alguna manera en esos 70, 80, 90 y dosmiles en los que estaba prohibido hablar de la Familia Real y menos aún tocarles un pelo en los tribunales. Menos mal que el mejor Rey de nuestra historia, Felipe VI, cuenta con ese sentido común que visto lo visto es el menos común de los sentidos. Y menos mal también que el jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín, es la sensatez hecha carne, lo mejor que nos ha ocurrido a los españoles en mucho tiempo. Rezo todo lo rezable para que esos políticos que son más papistas que el Papa dejen las cosas como están. Que una cosa es tomarnos por tontos y otra bien distinta llamarnos gilipollas.