Opinión

Salir de compras para decidir a qué partido votar

Con el fin de decidir a qué fuerza política votar, este fin de semana salí de compras por diversos centros comerciales de Madrid.

En primer lugar, pasé por el Centro Comercial Podemos. Me llamó la atención que ya en el aparcamiento todo estaba lleno de banderas venezolanas, cubanas, esteladas, catalanas, ikurriñas, banderas republicanas andaluzas y del Estado español. Justo en el acceso al centro había unas matriculadas poligoneras en la facultad de prostitución moral y política de la Universidad Marxista-Complutense de Madrid; hablaban de crear un comuna-cooperativa para usar el centro académico para cultivar mariguana, todo ello gracias a un subvención del rector de turno, y mientras arrancaban unas notas musicales con acento argentino y boliviano de sus vetustas guitarras, el hedor de sus cuerpo, cuál incienso, creaba el ambiente necesario para celebrar un misa laico-atea y recitaban en voz alta los miles de mandamientos de su satánica religión.

Tras superar la puerta de acceso, vi con sorpresa que las estanterías estaban vacías, las luces del techo parpadeaban, chisporroteaban o estaban fundidas. Un azafato orondo, de gran bigote, y acento venezolano y Maduro perfil, decía que “la tienda está vacía por las conspiraciones de las oligarquías de derechas y capitalistas que tratar de acabar con la tienda del Pueblo”.

Posteriormente, se acercó un manager de apellido Monedero, por la placa que lucía en el pecho, rápidamente me explicó que en este centro comercial no se usaba dinero, y que todo se podía adquirir mediante trueque. Alucinado por su explicación, le dije: «¿Comprar el qué? ¡Las estanterías están vacías!», y me respondió diciendo que era un “cerdo capitalista-consumista”.

Una vez que me zafé de Monedero, me encontré a un vendedor de larga coleta que estaba al cuidado de una librería repleta de libros viejos. Ejemplares arcaicos de pensamiento marxista. obras que no se vendían, tan sólo podías retirarlos a préstamo para leerlos en la sala del lectura del centro, de igual manera que se lee el Corán en una madraza.

Saliendo ya de tan lúgubre lugar, pase por la zona de tecnología, donde un gran gentío se agolpaba sobre unos pocos televisores viejos, que reproducían extraños programas de televisión que jamás había visto antes. Eran programas de televisión que tenían el poder de postrar a los espectadores de rodillas, alabando a los telepredicadores que pedían lealtad absoluta al Religo-Comunismo-New Age, pidiendo a todos estar listos para “la lucha final”.

Tras mi huida del Centro Comercial Podemario seguí el consejo de un amigo y me dirigí al Centro Comercial Ciudadano, nada más bajar del coche vi los rostros de felicidad de las gentes y familias que en una mañana soleada de domingo cruzaban el parking dirigiéndose con paso gozoso hacia aquel remanso de paz y alegría. Todo el mundo sonreía, todos los cuerpos eran atléticos, las señoras era bellísimas, los hombres altos y con abundante pelo, los niños parecían haber salido de un anuncio de “Disneyland”.

Me sorprendió ver tanta perfecta homogeneidad, aquello me parecía extraño, no había ni una arruga en el rostro de los mayores, perdón, ¡no había mayores ¡ nadie tenía ni un gramo más de grasa, sentí que estaba rodeado de actores o modelos que se disponían a hacer un “flashmob».

Los lineales del centro comercial estaban repletos de comida orgánica, biológica, sin gluten, sin lactosa, sin azúcar, libre de grasas, sin calorías, sin excipientes, sin aditivos. Grandes carteles predicaban los perjuicios de las hamburguesas, comida rápida, bocadillos de calamares, patatas bravas y derivados del cerdo y demás carnes procesadas. Casi con nauseas, por el dolor de conciencia, provocada por mis malos hábitos alimenticios, abandone la zona de falsos manjares y viandas.

La boutique de la Tienda Ciudadana estaba repleta de ropa de las mejores marcas, y me provocó probarme algunos pantalones y camisas, después de varios minutos en los probadores, me di cuenta que todas las tallas, sin distinción de fabricante y estilo, me estaban muy muy muy pequeñas, hechas solos para esqueletos y deformes cuerpos de pasarela, y no es que yo este gordo, pero si no le meto a este cuerpo un poco de jamón serrano y unas torrijas, me empezarían a salir entradas en el pelo.

Todo lo visto en este centro comercial parecía un resumen de “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley, donde todos los que vi parecían consumir de manera regular su dosis de “Soma” o Vivian sin dolor en los fotogramas de “La Fuga de Logan”

Viendo que mi día de compras iba por mal camino, decidí encaminarme hacia el centro de la ciudad, buscando saciar mis deseos de compras en un centro comercial urbano, histórico,  tradicional, “de toda la vida”, lo que algunos consumidores llamarían tiendas de la “Casta”

Centro Comerciales Socialistas Obreros y Españoles (CCSOE) fue en el pasado la cadena de distribución más importante  de Ex-Paña, estaban por todas partes, a través de su sistema de franquicias de Casas del Pueblo.

Recuerdo siendo un niño, cómo un antiguo director general de CCSOE con marcado acento Sevillano salía al balcón de su oficina principal en la Calle Ferraz, allá por el año 1982, para celebrar los éxitos en ventas de CCSOE.

Ya me habían comentado que este centro comercial estaba de “capa caída” pero había recuerdos de mi infancia que pasaban por los pasillos llenos de productos de todo tipo, a buenos precios, y abiertos a la economía de mercado.

Al cruzar la puerta de acceso observe que lo que antes era un espacio diáfano lleno de boutiques sin paredes y sin obstáculos, ahora estaba fragmentado y dividido, y lo que antes era una próspera tienda unida ahora estaba dividida en pequeños comercios dentro de una gran edificio. Cada “tiendecita” tenía una denominación diferente, no entendía nada, CCSOE se había “taifaizado” en CCSOE.cat, CCSOE.esk, CCSOE.val, CCSOE.and, CCSOE.ext, CCSOE…

Caía ya la tarde, y mis bolsas de la compra, estaban como el estómago del ‘Lazarillo de Tormes’, vacías. Me dirigía ya para mi casa, cuando al pasar por la calle Génova, me acordé, había olvidado visitar el Centro Comercial Popular un sitio que te permitía abonar tus compras en “efectivo, con tarjeta de crédito, en dinero B y en sobres”, a mejor conveniencia de sus clientes.

Sin duda, el Centro Comercial Popular ganaba a sus competidores por muchas razones, por un lado, todos sus empleados era funcionarios por la mañana y vendedores por la tarde, sus pasillos estaban lleno de registradores de la propiedad, notarios, abogados del estado, inspectores de hacienda, jueces y fiscales. Aunque, curiosamente, la mayoría de sus clientes son empresarios.

El Centro Comercial Popular siempre destaco por su amplio repertorio de productos, tenían de todo y para todos: artículos para liberales, conservadores, democratacristianos, socialdemócratas, carlistas, monárquicos, republicanos, ateos. Un joven director general, con gracioso bigote y divertido acento vallisoletano, había convertido al final de los 90 una pequeña tienda en una cadena de ámbito nacional.

Con la firme convicción de comprar algunos artículos para una cena especial, dirigí mis pasos hacia la bodega de vinos, donde buscaba una botella de Rioja o Ribera del Duero. De repente, dos extraños personajes me abordaron. El primero de ellos era un señor alto, con barba blanca, gafas y acento de Pontevedra. La segunda era una mujer bajita. Ambos agarraron mis hombros y con voz dictatorial me dijeron: «¿Dónde vas? ¿Qué quieres comprar?». A lo que conteste: «Una botella de vino». Ellos respondieron: «¿Acaso puede beber el vino que tú quieras, y en la cantidad que gustes?». Mi respuesta, cómo liberal que soy, fue: «¡Siiiiiiii!.

Moraleja: cada español debe recordar en las próximas elecciones generales el contenido del artículo 6 de la Constitución Española, y ante el paupérrimo servicio que nuestros políticos están prestando al bienestar común de todos los españoles, prefiero seguir votando por ideología y por sentido común.

Aquellos que seguimos creyendo en España debemos de reclamar un papel de mayor relevancia ciudadana dentro de las cerradas estructuras de los partidos políticos, con el fin de evitar que sanedrines llenos de incompetentes, que no superarían ni una sencilla entrevista de trabajo, sean los que dirijan los destinos de una nación con 500 años de historia, por tanto, en estas próximas elecciones votaré por ideología y no por personalismos. Por cierto, cuidado con los populismos.