Rivera, a lo loco
Ciudadanos se desangra en medio de una profunda desorientación política. Por un lado, está sufriendo una hemorragia de cargos por la izquierda ante su negativa a favorecer un gobierno de centro-izquierda que pudiera dotar de un marco de cierta estabilidad a España, alejando el riesgo de los pactos con populistas e independentistas. Pero, además, la abrupta salida de Arrimadas de Cataluña, vencedora en las elecciones, ha sumido al constitucionalismo en una nueva fase de orfandad en pleno órdago independentista. Por último, en el PP asisten atónitos a la estrategia de desgaste puesta en marcha por Ciudadanos en Madrid, único contrapoder visible al gobierno de Sánchez, que va camino de convertir la política de la región en una barra libre de presunciones de inocencia pisoteadas para disfrute de la izquierda. Es difícil romper más platos en menos tiempo. Pudiera ser que Rivera y su corte de adeptos estén dotados de una visión estratégica de la que adolecemos el resto, pero las encuestas no apuntan en esa dirección.
“Si el PP se piensa que gobernar con Ciudadanos es tapar su basura, se equivoca”, ha dicho el líder de la formación naranja. Una afirmación que cuestiona su propia honorabilidad e inhabilita la política de pactos puesta en marcha por la formación que dirige. ¿Cómo es posible que Ciudadanos suscriba gobiernos en coalición con miembros de un partido dispuestos a “tapar su basura”? Como he dicho, la estrategia de desgaste que, desde el primer minuto, está exhibiendo Ignacio Aguado en Madrid, no es sólo una deslealtad institucional, es una inmensa torpeza. ¿Por qué, si no, acogen entre sus filas a tres días de unas elecciones al vicepresidente de uno de esos gobiernos que han nadado en la “basura” y miembro prominente del PP de Madrid durante años?
La dirección de Ciudadanos da la sensación de estar sobrepasada por la realidad. Rechazan el proyecto de España Suma porque creen que la unión debilita. Se acomplejan de ser lo que ellos mismos han decidido ser, atenazados por el qué dirán. Alguien debería advertir a Rivera que las elecciones se ganan por desgaste del contrario. Sánchez va a ser presidente, no por sus cualidades políticas ni por su capacidad de seducción hacia el centro, sino por la agonía de un gobierno, el de Rajoy, enfrentado a una crisis institucional sin precedentes. Pero este nuevo ciclo cambiará y, cuando llegue ese momento, España tiene que tener una alternativa que concite la adhesión de una amplia mayoría social.
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