Los reyes del mambo
Por favor: ¿de dónde sacan los Windsor esos abrigos formidables, esos maquilladores, esos peluqueros, esos estilistas, esos médicos estéticos y esos corceles? ¿Por qué los españoles no gozamos de nada semejante?
La inmortal Isabel II ha vuelto a deslumbrarnos. Ella (y su alargada marca, que no sombra) y su equipo, nos han dado una clase magistral acerca de lo que hay que ser, hacer y, sobre todo, parecer para que la humanidad te venere, y, en definitiva, porque el pueblo no es tonto, para que sienta que es representado por sus gobernantes, tanto más si han heredado su posición.
Porque los ciudadanos, como es natural, miran con recelo a los que ostentan el poder, y el dinero de todos. Porque saben que esos que, asistidos por toda clase de asistentes, viajan en Rolls-Royce o en Falcon, se deben, a su propio beneficio, que consiste en la perpetuación de sus privilegios, se mire por donde se mire y se exponga como se exponga…
Y es en esto en lo que los ingleses son verdaderos artistas. ¡Artistas de la comunicación!*. Por algo la Commonwealth incombustible rinde pleitesía a su reina.
Con respecto a nosotros … Nuestros gobernantes y monarcas (vaya si son aparentes, lucidos, modernos…), y sus respectivos departamentos de comunicación e imagen, son… Iba a decir desmañados, pero, seamos benignos y dejémoslo en divertidos. ¡¡Cuánto hemos de comentar de este mitiquísimo sepelio!!
Veamos: ¿Por qué la Reina Letizia estaba malhumorada? Dicen que la proximidad con su archiconocido enemigo el Rey emérito no le hizo mucha gracia. Miren, como si es la Metatarsalgia, o déficit de carbohidratos: una reina no debe proyectarse tan frágil. Mostrar enfado e ira en condiciones distintas a la más estricta intimidad, para cualquiera, es grotesco, primitivo y poco inteligente porque denota poca tolerancia, poca paciencia, poca humildad y algo más importante, falta de dominio propio… (A Carlos III y sus enfaditos desorejados, lo estarán aleccionando en estos momentos).
Y luego, que en este evento han puesto en su sitio a Biden, por chuleta, y a Macron, por grosero. No se puede asistir al funeral de la Reina Isabel II (ni al de nadie) en zapatillas, en un intento nada ingenuo, por minimizar la importancia del evento y disminuir de paso a sus anfitriones.
En fin, me sofoco yo, que a Lilibet le habrá hecho gracia la gamberrada, donde el chauvinismo paleto choca frontalmente con el pragmatismo british. Por no hablar del exquisito sentido del humor inglés.
Pero volvamos a la excelencia formal y narrativa de la Casa Windsor. Cuánta belleza, cuánto tino… Por algo son los únicos creíbles bajo una corona y sobre un trono, a pesar de los múltiples renuncios en la personalidad y la conducta de varios de ellos. Contradicciones, yerros, ¡sí! pero… ¡Ay! Esas imágenes cinematográficas, artísticas, de la familia: decorosa y solemne, respetuosa y lúgubre; y a la vez tan luminosa y expresiva….
Los plisados de Kate, el pulido de los coches y carruajes, el lustre de los caballos y cabellos… Los estiletos negros, los sombreros, los ceremoniosos niños haciendo reverencias… Tanta hermosura y elegancia produce, al menos en mí, que soy sensible, estremecimientos cardiacos y espirituales y muchas dudas.
Si es que hasta Meghan llorando bellísima; que ha llorado más en este funeral que toda la familia real británica junta desde la muerte de Shakespeare; y daba gusto verla interpretar su serie particular, como quien observa un Rothko.
Por descontado, mi serie favorita es Downton Abbey. Y no es que no me enternezca lo latino, Terele Pavez o Carmen Maura. Me enloquecieron Los Soprano, ese vodevil transformado en manual trascendente de mafiosos italoamericanos en chándal. O… Narcos, tanto en su versión USA como en la colombiana, puedo disfrutar sin límites de los bajos fondos de Medellín e incluso enamorarme de su protagonista psicopático y barrigudo.
Pero Downton Abbey versus Aquí no hay quien viva, Downton Abbey versus La casa de Papel o Vis a Vis. Ja ja ja. No es una crítica, es una observación.
La elegancia inglesa, que no tenemos, es medular, celular, flota en el aire; y su impronta, pesa en la retina de los que no estamos ciegos desde la primera vez que vimos Mary Poppins.
*Llevo 25 años trabajando en comunicación y RRPP.