Opinión

¿Queda algo de la nueva política?

Esta semana se cumplirán cinco años desde que Felipe VI fue coronado Rey  de España. Cuando los historiadores escriban esta época, el 19 de Junio de 2014, dirán que la primera parte del reinado de don Felipe estuvo marcada por la “nueva política”. Los historiadores contarán que la abdicación del Rey Juan Carlos y la coronación del Rey Felipe vinieron precedidos de un tiempo de crisis cuyos hitos principales fueron el 15M, la crisis económica, la indignación… y la irrupción de Podemos. No falta algún politólogo que llama a este tiempo la “era Podemos”, y se habla ya de la “era PostPodemos”, en la que habríamos entrado ya, y de la que les hablaré otro día.

Hoy quería centrarme en la idea de nueva política y su disolución en el tiempo. En aquellos años críticos en que tomó posesión el Rey, la gente estaba muy cansada de la casta, el carrerismo en los partidos, la falta de democracia interna y, en suma, lo que Michels llamó “la ley de hierro de la oligarquía”. Fruto de aquel hartazgo, IU subía como la espuma y UPyD tenía enormes expectativas electorales (pese a que era partido clásico oligárquico). En medio de esas expectativas, un joven doctor en políticas llamado Pablo Iglesias planteó un nuevo método: celebrar unas primarias comunes de toda la izquierda, en las que pudiesen participar simpatizantes que no militaban en los partidos, para elegir un candidato único a las europeas del 14. IU se negó a entrar en esas primarias. Iglesias las sacó adelante, y de aquellas primarias salió la candidatura de Podemos. Un Podemos que tenía pretensión transversal, que ofrecía posibilidades de inscripción muy amplias, y que en 2015 articuló un nuevo método de organización de candidaturas llamado confluencia mediante el mismo mecanismo: primarias abiertas a un número amplio de ciudadanos, militantes o no de los partidos promotores.

A este mecanismo organizativo, se unía una pretensión exigente de regeneración democrática. Con ambos ingredientes (participación+regeneración), también se movían el centro y la derecha: Ciudadanos y Vox habían empezado ya su andadura y también se organizaban por primarias, aunque solo para militantes. Pasados cinco años, Podemos se ha convertido en un partido oligárquico tradicional, Vox ha eliminado las primarias, y Ciudadanos se va haciendo cada día más partido y menos movimiento con un líder que dura ya 13 años. El Poder Judicial lo sigue eligiendo el poder político, sin que Cs bloquease la investidura de Rajoy en 2016 para conquistar la independencia de los Jueces. Para colmo, la transversalidad y la centralidad han sido abandonadas: cada partido ha ocupado como animal pastueño su hueco en el bloque esperado.

Así las cosas, creo que queda poco de la nueva política. Pero les confieso que aun confío en ella: si alguien se atreviese a seguir optando por la transversalidad, la transparencia y la participación democrática en los partidos, tendría el hueco político asegurado (y sino, que se lo digan a Errejón, “el ultimo Jedi” de la nueva política). Sin embargo, todo parece tendente a la inercia, que es lo contrario de la novedad. La ley de hierro sigue siendo confirmada por la realidad. Pero quienes se atreven a combatirla, tienen su espacio. El problema es que los de este tiempo han agotado ya su audacia.