¿Qué necesitamos del nuevo Papa?
La opinión de este periódico sobre lo que ha significado el papado de Francisco es tan sumamente conocida que no merece la pena incidir de forma expresa sobre ello. En primer lugar, por respeto al fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio. En segundo, por respeto a la pérdida del Papa como máxima autoridad de la Iglesia que representa la fe de la inmensa mayoría de españoles.
Sería una irreverencia imperdonable que habláramos hoy sobre sus ideas políticas o sobre alguna encíclica que bien podría repudiar Pablo Iglesias por ser demasiado radical de izquierdas, porque lo cierto es que lo que criticamos en vida no merece ser recordado el día de su muerte. Hemos discrepado de prácticamente todo, excepto de lo único importante: su amor a Dios sobre todas las cosas con independencia de que este axioma signifique una cosa muy distinta para nosotros que para él.
Con independencia de que la base social católica haya repudiado muchas de sus ideas y de su forma de entender la Iglesia, lo cierto es que sí ha permitido acercar la religión a un sector social que la rechaza con fervor. Ojalá que Yolanda Díaz haya llamado “Santo Padre” al Papa hubiera significado algo más que un ejercicio de peloteo inmisericorde por parte de la líder Sumarita, porque puestos a acercar a la izquierda al respeto a la llamada de Dios habría sido bastante más conveniente que se dejara de llamar fascista a todo aquel que va a misa en vez de que hubieran sido sumisos con el poderoso. Pero es cierto que algo es algo.
El problema es que la Iglesia católica ahora mismo no tiene un reto de legitimación exógena, sino una crisis de fe endógena. Cada vez hay menos varones ordenándose sacerdotes, cada vez hay más evangélicos en Hispanoamérica, cada vez hay menos europeos acercándose a la fe. El número de católicos no desciende gracias al inmenso impulso que sigue ofreciendo el continente africano, que con su superioridad numérica mantiene a flote al conjunto de una Iglesia que cada vez pierde más influencia.
El Papa Francisco ha sido un inmenso pontífice para acercar a la Iglesia a todos aquellos que no la respetaban por puro estereotipo, pero no ha sido un líder que haya generado consensos entre los que sí viven su vida alrededor de Dios. Si se me permite la frivolidad, extremadamente frívola, ha sido el Borja Semper y la Margarita Robles de la iglesia: maravilloso para los de enfrente y un problema enorme para los de dentro.
En el próximo cónclave hay 136 cardenales susceptibles de elegir y ser elegidos, de entre los cuales 110 han sido nombrados directamente por el Papa. Muchos de ellos vienen de arzobispados muy pequeños y han sido ascendidos, precisamente, para garantizar una línea de continuidad directa en la forma de entender la iglesia.
No seremos nosotros los que critiquemos la apertura de la Iglesia con sectores tradicionalmente excluidos de ella, como es el caso de los homosexuales; pero la intromisión directa del Papa en asuntos de política nacional de muchos países (pienso en las concertinas de Ceuta y Melilla, por ejemplo) ha sido un jarro de agua fría hacia todos aquellos fieles que buscan en el Santo Padre una guía espiritual, no un mitin de Podemos sobre cuestiones en las que nada tiene que ver la fe.
El próximo Papa no hablará español, así que estará mucho más alejado de nosotros: ni veremos a Yolanda Díaz peregrinar ni habrá una sucesión de Ministros o Presidentes autonómicos yendo cada dos semanas a regalarle las naranjas o los limones de turno. Es una pérdida de influencia pero también una oportunidad: la que tienen los católicos de reconectar con una figura que debe servir como nexo de unión con Dios y no como altavoz político de unas ideas propias que, en muchas ocasiones, chocan diametralmente con las de aquellos que rezan por su alma.
La Iglesia tiene una oportunidad en el próximo cónclave. Como dato curioso, por amenizar la espera, el candidato más ultraconservador de todos los que tienen opciones de alcanzar el liderazgo de la Iglesia es un cardenal negro. ¿Jugarán los progresistas a la inclusividad o esta vez su color de piel será menos importante que sus ideas? Veremos.
En cualquier caso, recemos por el alma del Papa. Que Dios le tenga en su gloria.
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