Opinión

¿Qué me importa a mí Laura Borràs?

Lo mismo que debería importarle a cualquier catalán con dos dedos de frente: nada. Otra talibana más, con su supremacismo apestoso y sus infalsables razones políticas. Exdirectora de la Institució de les Lletres Catalanes (ILC), se dejó seducir con pobrísima resistencia por Puigdemont cuando supuestamente no quería saber nada de política. La vimos incorporarse enseguida en las listas de Junts per Catalunya como “independiente” para pasar a ser número uno y encontrar su lugar natural en el Parlament. Más tarde, Lluís Puig “tocó el dos” hacia Bruselas dejando la Conselleria de Cultura y ella corrió a ocupar el puesto. Ahora es candidata a la presidencia de la Generalitat por Junts per Catalunya. Me da igual que haya participado de joven en anuncios de refrescos (Kas) orientados al público español. Ada Colau también quiso mostrar su encanto y carisma en programas de TVE.  Lo que sorprende es esa ambición, ese espíritu oportunista que explora el entorno para encontrar el mejor nicho para medrar. Por eso no tengo más remedio que estar atenta al personaje. Pues su negociado es el independentismo más montaraz, que lleva al extremo el discurso de la antigua Convergencia con una carga emocional y sin el menor interés por las consecuencias sociales y económicas de sus posturas.

No era la favorita. Los presos Turull, Rull y Forn preferían a Damià Calvet, Conseller de Territorio y Sostenibilidad. Se dice que en el submundo de Waterloo querían más fanfarria independentista. Y ella estaba dispuesta a ponerla. Y de qué manera. Hasta Àngels Chacón, ex Consellera de Empresa y Conocimiento, también nacionalista y “procesista” pero con más fuste profesional decía de Borràs: «A mí este purismo me da miedo, no me suena a integración ni a suma, me suena a exclusión, a verdad absoluta». Como dice un conocido periodista, Miquel Giménez: “Para que diga esto alguien del PDeCAT, muy gordo lo tiene que ver”.

Sí, hay motivos para salir del hastío y prestar atención a la iluminada. Porque lo más escandaloso de todo ello es que Laura Borràs ya viene con sus necesidades hechas: ya llega imputada. Si ya ha salido de casa con las manos sucias, ¿qué no estará dispuesta a hacer? Y no es cualquier cosa. Se habla de falsedad documental, prevaricación y malversación de caudales que se investiga en el Tribunal Supremo. Sucedió así: en sus tiempos de presidenta de la ILC maniobró mediante el fraccionamiento de contratos para eludir su obligación de gestionar con el CTTI (Centre de Telecomunicacions i Tecnologies de la Informació de Catalunya) determinados servicios que otorgó de manera poco clara a un conocido. El organismo de la Generalitat hacía por algo más de dos mil euros lo mismo por lo que su amigo le cobró más de veinte mil. Según el líder de Ciudadanos en Cataluña, Carlos Carrizosa, este sobrecoste está acreditado en documentos de la propia Generalitat por lo que Borràs no puede volver a recurrir a lo manifestado anteriormente, o sea, que «es víctima de una conspiración de la judicatura española y de la Guardia Civil».

Pero tiene condición de aforada.  Y aquí la tenemos de flamante candidata de unas personas a las que esta carga presuntamente delictiva no les resulta el menor problema. ¡La Ley a ellos! Así que nos tiene que importar porque es otra potencial vuelta de tuerca al delirio y a la decadencia. Los catalanes no independentistas nos las vemos como Sísifo, empujando la roca de la razón, la igualdad y la justicia mientras aventureras como Borràs pueden disponer en un futuro cercano de recursos y medios a porrillo. Y son aliados preferentes de Pedro Sánchez.  Ese estadista.