Puigdemont, héroe por accidente
Corría el 26 de octubre del 2017. El día de la República de los ocho segundos.
Carles Puigdemont consumó su huida hacia delante y yo salí de los estudios de Telecinco hecho un flan. Sabía que, en el fondo, Cataluña se iba a la mierda. Lo sabíamos todos. Hasta sus líderes.
Hay que decir que juego con cierta ventaja porque al ex presidente de la Generalitat lo he seguido desde hace años. Desde que irrumpió como diputado en el Parlament en el 2006.
Convergencia solía incluir a dirigentes locales en sus listas. Para redondear el sueldo oficial -o pillar el más alto porque no se puede tener dos- y foguearse en la cámara antes de pisar el territorio.
Puigdemont fue uno de ellos. Cuando Mas ganó con 62 diputados en el 2010 había muchos que venían de la política municipal. Recuerdo, entre otros, a Lluís Corominas (Sentmenat), Lluís Guinó (Besalú), Dolors Batalla (Valls), Albert Batalla (La Seu d’Urgell), Xavier Pallarès (Horta de Sant Joan), Carles Pellicer (Reus), Francesc Sancho (L’Ampolla) o Pere Regull (Vilafranca). La mayoría se los ha llevado ahora el procés.
El ahora líder de Junts empezó a mentir cuando llegó a presidente. A mí siempre me pareció un hombre superado por las circunstancias. Un héroe por accidente. Como aquellos protagonistas de películas de accidentes aéreos o de tragedias.
Quizá la trola más gorda fue, cuando aquella jornada fatídica, suspendió la declaración de la República. Aseguró que había diferentes «iniciativas de mediación». «A nivel nacional, estatal e internacional», añadió.
No era verdad. Si hubiera habido alguna seria nos habríamos enterado siete años después. Habría salido el Centro Carter, o un abogado suizo, o incluso el Vaticano como pretendían, diciendo: nosotros lo intentamos. Nada
El único intento fue el del lehendakari Urkullu. Pero es evidente que uno no media si dos no quieren. Y Rajoy dejó claro en el juicio del Supremo que no había intermediación alguna.
Me parece lógico: un presidente del Gobierno, para hablar con el presidente de una comunidad autónoma, no necesita otro presidente. Basta descolgar el teléfono.
Luego hubo más. En las elecciones del 2017 dijo que, si ganaba, volvería. Técnicamente, no ganó porque venció Ciudadanos. En la práctica sí porque tenía los votos de Junts, ERC y la CUP. Lo dijo hasta su directora de campaña, Elsa Artadi. Ahora también desaparecida en combate. No volvió.
Cuando salió elegido eurodiputado en el 2019, anunció que se presentaría en Estrasburgo a tomar posesión de su escaño. Incluso a pesar de que se lo desaconsejaba su abogado, que no las tenía todas consigo. Los franceses no son como los belgas.
Al final se quedó en Alemania, al otro lado de la frontera, y no cruzó. Haberlo dicho antes. Más de 10.000 de sus seguidores hicieron los casi mil kilómetros entre Barcelona y la capital de Alsacia en peregrinación. Deben de ser doce horas en autocar.
En las últimas elecciones también volvió a jugar con los sentimientos de la gente: dijo que iba a volver a casa. Era una manera de plantear un plebiscito personal y, de paso, arrastrar voto de ERC. Sigue en Waterloo. Bueno, lo hizo brevemente. Para darse a la fuga delante de las mismas narices de los Mossos. También anunció que, si no era presidente, dejaría la política. De momento, tampoco ha cumplido.
Hasta recuerdo que unos días antes de las elecciones del año pasado dio una entrevista a un periodista de la cuerda, Antoni Bassas, del diario Ara.
Una de las preguntas era: «¿Quién gobernará España el día después del 23 de julio?». Y el ex presidente contestó con toda la sangre fría del mundo: «Sánchez no será presidente, con los votos de Junts». Ya saben cómo acabó la cosa.
Sin embargo, no querría quemarme. Con él nunca se sabe. Por eso estoy de acuerdo con Eduardo Inda en otra cuestión: puede mandarlo todo al carajo. Es imprevisible. Funciona a salto de mata. Y lo único que le interesaba -la amnistía- permanece encallada.
En el fondo, Sánchez y Puigdemont son vidas paralelas. O incluso cruzadas. De lo que sí estoy seguro es que, si han de morir, morirán matando. A ver si hay suerte y uno se lleva al otro por delante.
Aunque me sigue pareciendo más artero el primero que el segundo. Pedro Sánchez no miente. Simplemente cambia de opinión. Puigdemont, en cambio, ya solo le queda tocar los cojones. Lo ha vuelto a hacer con el impuesto de las energéticas.
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