Opinión

El problema se llama Biden

Que la llegada de Joe Biden a la presidencia de los EEUU ha dejado el mundo más inseguro que se conocía desde la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, es un hecho solamente innegable para los cortesanos mediáticos de la progresía mundial y, por supuesto, aquí en casa también para los órganos propagandísticos del sanchismo. Biden y su gobierno son una verdadera calamidad para la seguridad internacional, pero los corifeos de la izquierda siguen viviendo de Donal Trump como aquí en España Sánchez lo hace del franquismo.

Trump fue un presidente que, como todos, tuvo sus luces y sus sombras, pero su política exterior estuvo basada en la defensa de los intereses nacionales de los EEUU y acabar con la vieja manía de aquellos países europeos que se comportaban y comportan como auténticos gorrones que sólo andan buscando el paraguas protector de los estadounidenses, pero que a la hora de contribuir económicamente se ponen de perfil. Sin embargo, Trump sigue copando la atención de portadas y titulares de unos, que lo hacen a propósito, tratando de tapar las vergüenzas de la izquierda gobernante en la Casa Blanca, y de otros que se dejan llevar como miembros mansitos del rebaño pastoreado por el globalismo.

La provocadora visita de Nancy Pelossi a Taiwán sólo puede ser tildada de auténtica majadería impropia de la potencia que se postula garante del derecho internacional. Como cualquiera habrá podido deducir no ha aportado nada positivo ni para el americano medio ni mucho menos para cualquier ciudadano del mundo. Sólo ha servido para tocar las narices a los chinos. Algo así como si a la reina de Inglaterra se le ocurriera poner un pie en Gibraltar. No tanto por la reacción de Pedro Sánchez que sería capaz hasta de aplaudirla y de ponerle el contaminante Falcon a su servicio, sino por la afrenta que supondría para todos los españoles por la simbología envuelta.

Desde que Biden llegó a la Casa Blanca, su popularidad no ha hecho más que caer en picado y eso es algo que la izquierda mundial no se explica. Cómo es posible que el presidente que obtuvo el mayor número de votos de la historia tenga un índice de apoyo en la ciudadanía de su país que llega incluso a ser peor que el de Donald Trump. El actual inquilino de la residencia presidencial en Washington se llevará muy bien con los grandes exponentes del globalismo y del establishment occidental, pero tiene graves problemas de conexión con su ciudadanía porque no está resolviendo los grandes problemas que preocupan e inquietan a todos ellos.

Trump, al contrario, se llevaba muy mal con el complejo militar y de seguridad estadounidense porque no les debía nada. Es más, habían apoyado económicamente a su contrincante demócrata, Hillary Clinton, en las elecciones de 2016.

Por ello, y tras casi ocho años de parálisis en la industria armamentística estadounidense, su estado inminente de oxidación bajo el mandato de Trump está tratando ahora de reactivarse a marchas forzadas. Hace menos de dos años que el senil Biden ganó las elecciones y ha maniobrado de tal forma que está llevando al mundo al borde del precipicio.

Muy ingenuo tiene uno que ser para creerse de verdad que el presidente desaconsejó a su colega del Congreso no visitar Taiwán. Con el tiempo aparecerán las pruebas, algo que con Trump ya habría ocurrido. Cómo nos vamos a creer que el país capaz de hallar el domicilio donde se escondía Al-Zawahiri, la mano derecha de Bin Laden, no fue capaz de conocer las consecuencias de una visita impropia de un país, de una administración y un presidente que se dicen defender la paz en el mundo. Pero el rebaño mediático sanchista seguirá hablando de Trump, de Boris Johnson y de Meloni.