El PP rozando el palo

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De entrada, quédense con esta fecha: 3 de diciembre, domingo. Es el día que barajan los analistas de Moncloa para que su jefe convoque elecciones generales. Sabido es que Sánchez-Castejón pretende alargar hasta el último minuto una legislatura que puede ser la última para su soberbia, pero no se atreve a dilatar hasta enero la convocatoria porque eso produciría un escándalo descomunal en las mentes de los electores que, en su mayoría -lo vamos a constatar- están hartos de su pérfida gobernación. Y en diciembre sólo cabe esa elección, porque dejar las urnas para siete días después supondría una semana más marcada por el acueducto, siempre lo es, de la Constitución y la Inmaculada. Más tarde supondría acabar con las Navidades. No se diga que la elección de esta fecha es precipitada porque al aún presidente le han convencido de que puede salvar si no todos los muebles, sí algunos (un par de regiones, ciertos ayuntamientos grandes) en los comicios de mayo. Lo que le han dicho es tanto como ésto: «Que no se crean los de enfrente que tienen todo el pescado vendido».

Pues bien: ¿creen realmente en el Partido Popular que la cosa está hecha?, ¿piensan que es irremediable su doble victoria en este año electoral? Pues lean esto porque tiene su miga: unos de los demóscopos de cabecera de Feijóo han respondido de esta guisa cuando en el PP les han preguntado sobre el presunto triunfo electoral de su partido: «Lo que podemos asegurar es que en enero de 2024 Pedro Sánchez ya no será presidente del Gobierno de España». Parece una contestación oblicua para no comprometer demasiado la profecía y en realidad lo es porque, ¡atención!, cabe una posibilidad, tan real como desagradable, para que este individuo permanezca en La Moncloa: que el PP no obtenga un escaño más que toda la izquierda Frankenstein unida. No es probable, pero sí posible, porque incluso los que construyen la prospectiva electoral próxima, no descartan un tsunami que dé al traste con el cambio que las tres cuartas partes de España ambiciona. Aquí en nuestro país hemos sufrido erupciones volcánicas de todos los colores.

Pero por tranquilizar a todos estos votantes que ya rechazan de forma visceral al tipo que todavía dice gobernarnos: les encuestas más actuales retratan a priori esta realidad: ahora mismo el PP aventaja -dicen a este cronista en la cúpula del partido- en siete puntos consolidados. Literalmente. La foto del día en que se publicita esta crónica denuncia (son datos, repito, del PP) el siguiente pronóstico: PP, por encima del 31% en estimación de voto y una atribución de escaños que varía entre los 140 y 144; PSOE, a mucha distancia con esos siete puntos adelantados, tiene como mayor techo los 100 diputados y como suelo más probable, diez menos: 90. Ésa es la profecía para las dos grandes formaciones políticas del país que, ¡ojo al dato!, se van a consagrar como artífices de un nuevo bipartidismo imperfecto. Es así porque detrás de ellos, en los vagones supletorios viaja, por ejemplo, Vox que no parece aprovechar episodios como el del aborto de Castilla y Léon. Todo avienta que la estrategia de Vox retando a sangre al PP, por ejemplo, en la Asamblea de Madrid, no le está deparando demasiadas satisfacciones.

Los sondeos fiables, como los que recoge de tiempo en tiempo este periódico, pueden ser más o menos cautos, más ajustados en cuanto a la adivinación de los logros populares, pero algo es indiscutible: todas las muestras (hablamos de las serias, rigurosas e imparciales no de las bochornosas del Centro de Investigaciones Socialistas, antes Sociológicas) coinciden en que en el estado actual de la vida política el PP está en condiciones muy seguras de derrotar al Gobierno social-leninista de Sánchez. Un Gobierno que, dígase lo que se diga, no se va a romper, entre otras cosas, porque no existe nadie que atribuya a Podemos un porvenir halagüeño: antes bien lo contrario, ni siquiera se le pronostica la mitad de la representación que ahora poseen en el Palacio del Congreso de los Diputados.

Es decir, que la gran tendencia del momento es la que apunta a una fuerte victoria del PP y esto -dicen los técnicos- por una razón indiscutible: porque el partido de Feijóo se «come» (es su expresión) casi todo el voto, por no decir todo, de Ciudadanos. Dentro de esta tendencia se constata lo siguiente: todo el electorado a la derecha de Sánchez-Castejón está muy activado. La resistencia de la nueva dirección de Ciudadanos a extinguirse como opción propia es sólo un deseo irrealizable. Son ya casi doscientos los ex dirigentes del que fue partido de Rivera los que han firmado la ficha del PP; se trata de ex alcaldes como el de Badajoz, de consejeros regionales como Víctor Serrano en Aragón, de concejales, de diputados autonómicos y de cargos partidistas que ya han cambiado de carnet político. Estas fugas son el síntoma de una lisis que, sin embargo, los nuevos dirigentes no se atreven a encarar: es más, señalan que tienen suficientes medios como para encarar dignamente las dos convocatorias electorales que se nos vienen encima.

El título de esta crónica responde adecuadamente al perfil que se hace hoy de nuestra realidad política. El PP roza el palo de la victoria, pero ya se sabe que, como en el fútbol, un sólo centímetro desata la euforia o llora la decepción. Aquí trata el PP de asegurar su deseo más entonado: sumar por lo menos un escaño más que toda la coyunda que viene gobernando este país desde la moción de censura contra Rajoy. Y una ‘coda’: todo al parecer avienta a que regresa una situación en la que las mayorías absolutas no deparan ya miedo al votante. El temor viene desde luego del fracaso de Ciudadanos como interlocutor moderado y del desastre leninista de un Podemos, cuya referencia ya ni siquiera es Sánchez porque éste le ha pasado por la izquierda. Regresa el bipartidismo y bienvenido sea.

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