Opinión

La posverdad alrededor de Nadia Calviño

La especialidad de este Gobierno es el uso de la mentira como arma de acción política en cada paso que da, en cada medida que anuncia y casi desde que Pedro Sánchez o Pablo Iglesias se levantan hasta que se acuestan. Ya lo decía Abraham Lincoln, “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Lo ocurrido esta semana con la elección a la presidencia del Eurogrupo es un buen ejemplo de ello. De entrada, la ministra de Economía España, Nadia Calviño, nunca fue la favorita de nada. Todo ello fue una invención de la Moncloa y a sus medios afectos. Para gestionar los problemas de los españoles son unos incompetentes, pero como treteros teatreros no les gana ni el personaje de ficción de Carlo Collodi.

Sobre estas mismas líneas ya escribí hace dos semanas que la posible elección de Calviño era una burda maquinación de los propagandistas del aparato de Sánchez y del propio presidente que, sin hija de ruta, sin rumbo ni dirección, sólo llevan a España a la más absoluta irrelevancia. El espectáculo organizado alrededor del nombramiento de Nadia Calviño era más propio de final futbolera que de la normalidad prevista en la actividad de cualquier gobierno. En Irlanda, país de donde es oriundo Paschal Donohoe, vencedor claro frente a Calviño, no se le dedicó más que la normal cobertura y atención que medios y políticos confieren a un asunto de estas características. Se nota que el Gobierno español y sus corifeos están faltos de oxígeno que les dé una alegría de verdad más que enaltecer a siniestros personajes como Fernando Simón, quien fuera de nuestras fronteras estaría dimitido desde hace tiempo, o al ministro de Sanidad. A falta de héroes políticos nacionales, Sánchez, Iglesias en compañía de su lavadora propagandística elevan a los cielos y blanquean a cualquier torpe mindundi.

Ni rebelión de los pequeños, ni rebelión de los medianos. La derrota de Nadia Calviño fue la misma derrota que la izquierda política europea cosecha elección tras elección hasta casi haber desaparecido de la escena en países que se rigen bajo los principios del bienestar común, que no de unos pocos, y de la prosperidad para todos. Fuera de España, los gobernantes andan más preocupados en dotar a cada economía de la competitividad necesaria que permita el crecimiento personal de los individuos, sean trabajadores o empresarios, que en mantenerlos subvencionados. Y Nadia Calviño, como ministra de Pedro Sánchez, representa precisamente todo lo contrario a lo que abunda fuera. Imagino que a Calviño no le quedará más que un año máximo al frente del departamento después de conseguir los peores datos macroecónomicos de España desde hace diez años. Es curioso, a la izquierda española cuando gobierna siempre se le van los ministros de Economía, cuando precisamente con los gobiernos del PP es todo lo contrario, nacen, se bautizan y se jubilan con el presidente.

Los órganos mediáticos acusan a la canciller alemana, Ángela Merkel, de hacer poco por la candidatura de la ministra española. La presidenta germana dirige un gobierno de coalición donde el ministro de Finanzas es socialista, quien a su vez tiene total libertad para apoyar a un representante de su corriente ideológica como hizo con la española. Pero no se le puede pedir a Merkel que haga lo mismo. Bastante ya hizo en decir que su país la apoyaba, aunque realmente lo que venía a decir es que respaldaba la decisión de su ministro de Finanzas. Lo que puedo asegurar es que Merkel sabía desde el primer momento que quien iba a ganar era el representante de su partido, es decir, el Partido Popular Europeo que para eso están gobernando en el 85% de países de la UE.

El modelo de país que han creado los socialcomunistas en España sólo goza de la simpatía de la izquierda marxista europea y de la agenda de los globalistas ansiosos de que se siga cimentando la tormenta perfecta para acudir cual parásitos a interferir en nuestros asuntos. Qué poco ha cambiado la izquierda en 200 años, cuando sus representantes de entonces, también conocidos como ‘afrancesados’, nos vendieron a Napoleón, por treinta monedas de plata, mientras el pueblo español se desgarró, luchó y combatió con todas sus fuerzas su deseo de independencia y libertad.