Opinión

De la política de guardería a la política para adultos

Pablo Casado lo tenía todo. Fue el presidente más joven de la historia del PP, por encima incluso de un José María Aznar que llegó al puesto con un año más que él, 38 frente a los 37 del palentino. Superó dos bofetadas electorales en 2019 y un casi sorpasso de Ciudadanos en los primeros comicios de ese fatídico año en el que Sánchez rompió todos los consensos de la Transición acostándose con el delincuente de Pablo Iglesias, con el ex jefe de ETA Arnaldo Otegi y con los golpistas de ERC. El experimento no funcionaba. Las encuestas bien le daban abrumadoramente la espalda, bien le mantenían 20 escaños por detrás como mínimo del Partido Socialista. La historia cambió el 4 de mayo de 2021 cuando Isabel Díaz Ayuso, el descomunal fenómeno político y sociológico que ha resucitado la ilusión de la derecha sociológica española, se salió del mapa con un resultadón que supo a mayoría absoluta.

Aquella noche Casado perpetró un gesto que, si bien no pasó desapercibido, pocos supieron interpretar: su presencia constante en el balcón de Génova, cual cuñao pelmazo, como si las autonómicas las hubiera ganado él y no su amiga de toda la vida. Lo correcto hubiera sido soltar un protocolario minispeech y desaparecer del escenario, un movimiento táctico que le hubiera engrandecido:

—Aquí, a mi derecha, está la vencedora de las elecciones de Madrid, le cedo la palabra y me retiro porque ¡¡¡ella es la auténtica protagonista de esta noche!!!—.

Y hubiera quedado como Dios. Estas 28 palabras no salieron de su boca, Pablo Casado se quedó todo el rato pegado cual lapa a la chepa de Isabel Díaz Ayuso. Aquella larga velada intuimos que algo pasaba. No es ni medio normal ese figuroneo cuando el mérito es de otro. Algo que no esperábamos de un tipo de natural discreto, aparentemente humilde y que entendíamos cero soberbio. Los que le conocemos sospechamos que sufría unos celos patológicos de la presidenta. Y el tiempo, desgraciadamente, habría de darnos la razón.

Casado lo tenía todo a favor hasta que dio rienda suelta al que seguramente es el peor de los siete pecados capitales: la envidia

El caso es que ese 4-M fue algo más que una victoria coyuntural y estrictamente territorial porque devino en revolución estructural del panorama político español. El PP empezó a enseñar la patita en las encuestas de las generales, más tarde descolló y, finalmente, allá por septiembre, Pablo Casado era ya líder indiscutible e indiscutido con 133 escaños, metiéndole no menos de 35 al presidente del Gobierno. Los sondeos se repetían semana a semana, mes tras mes. Hasta que el todavía presidente del PP dio rienda suelta al que seguramente es el peor de los siete pecados capitales: la envidia.

Como he recalcado, soberbio no es, he conocido pocos políticos tan cercanos y poco endiosados como él. Avaro me da que tampoco. Iracundo menos aún, al menos en público, claro que la opinión de un servidor se transformó radicalmente tras presenciar su intervención el viernes de autos en la Cope. Lo de la gula puede ser porque, al igual que un servidor, se come hasta el niño Jesús si se lo ponen delante. Y le cunde más bien poco. A las pruebas me remito: continúa siendo el mismo tirillas que cuando le conocí hace una década larga. Lujurioso no lo veo yo, se me antoja más el marido sin tacha que un bala perdida o un Bill Clinton de la vida. El marido…, el hijo, el hermano, el nieto y el yerno perfecto. De hecho, la modélica pareja que forma con Isabel Torres es de portada de ¡Hola! en las formas y me da que también en el fondo. Y de igual manera nada tiene de perezoso, es un currante nato, esto tampoco me lo han dicho ni lo han contado sino que lo he certificado con mis propios ojos. Resulta obligado, además, subrayar que es de los pocos políticos por los que pondría la mano en el fuego en el terreno de la honradez.

Pablo Casado tenía, en consecuencia, todos los vientos a favor pero se metió en una guerra fratricida con Ayuso por esa envidia que igualmente son los celos. No soportaba contemplar cómo “la chica de redes” que había puesto él contra todo y contra todos como candidata a la Comunidad era la más amada, la más guapa, la más lista, la más exitosa, la más venerada y, lo que es peor, la más seguida por unos medios de comunicación que le hacían entre 30 y 50 veces más caso que a él. Para más inri, Pedro Sánchez le había conferido de facto el estatus de jefa de la oposición en un error de principiante. A “Isa” le salía todo bien. Es como ese delantero que está en racha goleadora y mete hasta de triple rebote.

La ensalada de zascas que Casado tendría que haber dirigido unánimemente a Pedro Sánchez se centró en Abascal y en Ayuso

A través de ese mafiosete paleto que es Teodoro García Egea, se puso a pegar a su correligionaria como si no hubiera un mañana. La ensalada de zascas que tendría que haber dirigido unánimemente a Pedro Sánchez se centró en Santiago Abascal y en Isabel Díaz Ayuso. Unos celos comprensibles en un niño de ocho años, tal vez en un adolescente, pero no en un individuo hecho y derecho que ha cumplido ya los 41. El mejor presidente de la democracia, José María Aznar, me anticipó en diciembre con su laconismo habitual lo que iba a pasar por culpa de una guerra fratricida que le pone de los nervios: “Vamos al abismo”. Y en el abismo estamos.

El efecto bumerán no se hizo esperar, y el declinar de los sondeos tampoco: de las 133 actas en la Carrera de San Jerónimo que le concedían en septiembre pasó a las 83 del domingo pasado, adelantamiento por la derecha de Vox incluido. La promesa de dimisión y la supuesta llegada de Feijóo, y eso que ni lo uno ni lo otro se ha consumado, han provocado que en la encuesta publicada anoche el PP vuelva a ser la cara A del disco y Vox la B. Eso sí: el partido continúa más abierto que nunca con un Abascal que, como Nadal, no comete errores no forzados y que prosigue con su hoja de ruta como si nada, ajeno a las puñaladas que día sí, día también, le dedica ese pensamiento único que es mayoritario en los medios de comunicación.

Los celos se hicieron patentes con esos intentos del aldeano de García Egea de que Isabel Díaz Ayuso no fuera la candidata del PP el 4-M. Quería sustituirla por una tal Ana Camins a la que deben conocer en su casa y alrededores y poco más. Como aquello era una demencia total y absoluta, y como quiera que la presidenta se salió del mapa, optaron por putearla con el Congreso regional del PP después de que ella anunciase que concurriría. ¿Cómo la ganadora por goleada de las autonómicas, y que encima es un auténtico hit internacional, no va a ser presidenta del partido en Madrid? ¿Estamos todos locos? No pusieron fecha al cónclave, se pasaron por el arco del triunfo los Estatutos y volvieron a dar la matraca con esa paja mental que supone que Ayuso “no sea la foto del cartel en mayo de 2023 [sic]”. No miento ni exagero un ápice. Es la crudita realidad hasta ante, ante, ante, anteayer. Hasta el martes por la mañana para ser exactos. En ésas estaban. La mismita estrategia del dúo Sánchez-Redondo con idénticos resultados. Con una diferencia: ellos eran unos novatos en la guerra antiAyuso; Pablo y Teodoro, no, porque contaban con ese ejemplo a no seguir que es La Moncloa, que organizó la mayor campaña ad hominem que he visto en 30 años de profesión.

Lo de Abascal fue otra imbecilidad más propia del celópata que es, que del individuo cortito que no es. Echar en cara al presidente de Vox que “mancha el tributo de sangre” de las víctimas del PP que se cobró la banda terrorista ETA, ¡como si Ortega Lara, que se pasó 532 días bajo tierra, fuera del PSOE o de Podemos!, es una miseria moral. En lugar de pasar de los verdes, les hizo permanentemente unos hombres. Mucho mejor le hubieran ido las cosas aplicando la hoja de ruta de Ayuso, que ignora a Vox y dedica el 100% de sus fuerzas a una izquierda socialcomunista que es la más radical que ha existido en España desde el Frente Popular. Así le ha ido al uno, así le va a la otra.

Con Casado y, sobre todo, con Egea, ha pasado lo que tantas veces vimos en política: que asumieron roles para los que no estaban preparados

Sus aceradas críticas a la actuación policial en Cataluña fueron más propias de un caganer que de un político de fuste. Con tus correligionarios, como con la familia o la patria, hay que estar con razón… o sin ella. Sucumbió a una tentación a la que un constitucionalista jamás debe sucumbir, irse a cenar con el independentista conde de Godó, dueño de la secesionista, podemita y subsidiada La Vanguardia, y pasó lo que pasó. Que el rol de los antidisturbios durante el golpe de Estado fue legalísimo, no hay duda alguna, que no era lo más adecuado porque teníamos a todas las cámaras del mundo mundial echándonos el ojo, tampoco, pero el único español que sólo podía suscribir la primera parte del silogismo pero no la segunda es el presidente del PP.

Con Pablo Casado y, sobre todo, con Teodoro García Egea, ha sucedido lo que tantas veces vimos en la vida pública: que asumieron roles para los que no estaban preparados, que empezaron a usar una talla XXL cuando no pasaban de la S, que hacían política de guardería cuando lo que hay que implementar cuando aspiras a La Moncloa es esa que da título al último e interesante libro de Mariano Rajoy: Política para adultos. Ni los celos ni el odio a tu compañero de filas pueden ni deben tener cabida en el alma ni en el coco de un aspirante a ese “lo más” que es la Presidencia del Gobierno.

Menos aún las investigaciones sicilianas a alguien que te ha dado tanto como la primacía en las encuestas. El problema es que García Egea es tan malo como tonto, imagínense pues si es tonto. Encargar un trabajo sucio a un detective y que ese mismo detective te acabe delatando con unas copas de más es para mear y no echar gota. Para ser bueno, más aún para hacer el mal, hay que ser relisto. Lo suscribe alguien que ha sufrido en carne propia las calumnias, las injurias y las campañas de delincuentes cibernéticos contratados por un ex secretario general del PP que nada tiene que ver con ese general secretario que fue Francisco Álvarez-Cascos. Es como comparar a Mbappé con el crack del equipo de mi pueblo.

Quien con niños se acuesta, meadito se levanta. Como dice Mariano Rajoy en su última obra, “la madurez no es tanto cuestión de años como de asunción de límites, los límites que nos pone la realidad, los que nos marcan las leyes y también los de nuestra propia contención”. Pablo Casado no respetó uno solo de ellos cuando acusó en el programa de Don Carlos Herrera a Ayuso de “corrupción”, “tráfico de influencias” y no sé cuántas lindezas más. La realidad asevera que no es una corrupta, la ley prescribe que la carga de la prueba es de quien acusa y de la contención personal mejor no hablar porque ese viernes para olvidar el presidente del PP la mandó a tomar viento. Nos sorprendió con una versión maki que desconocíamos.

Feijóo en la antítesis de un Casado que es un gran orador y un político razonablemente bien formado, pero que se rodeó de ineptos

Pablo Casado debería haber leído esa otra enseñanza de Mariano Rajoy: “La política para adultos como yo la entiendo es una política capaz de ver más allá del próximo cuarto de hora, que sabe expresarse en algo más que un tuit, que se basa en la racionalidad y no en las puras emociones, que es capaz de mirar a la realidad cara a cara y que, sobre todo, puede servir para que los adversarios se entiendan cuando la realidad del país así se lo exige”. “Tampoco es tan difícil”, apostilla en una sentencia que parece redactada pensando en el hombre que presidió el PP tres años y seis meses.

El baby president olvidó siete principios que deberían ser para un político lo mismo que para un cristiano Los Mandamientos de la Ley de Dios: sagrados.

1.-Los trapos sucios se lavan en casa.

2.-El enemigo está fuera, no dentro.

3.-El partido está por encima de uno mismo.

4.-Si sospechas de un compañero, investígalo, pero con externos que no sean tonettis de la vida.

5.-Dedica al grande todas tus fuerzas, al más pequeño, ignóralo porque de lo contrario conseguirás hacerlo grande.

6.-Nunca juegues con las cosas de comer —léase unidad de España o terrorismo—.

7.-Nunca te rodees de facinerosos porque acabarás enmarronado tú mismo.

Llegará Feijóo si no le hace ninguna de las suyas ese Teodoro García Egea al que se ha dejado demasiado tiempo, las cinco semanas y media que discurrirán entre el martes y el 3 de abril, para hacer el mal. Para sembrar mierda en el camino del de Orense a la séptima planta de Génova 13 e incluso para construir una candidatura alternativa que tendría menos posibilidades de victoria que yo de conquistar Wimbledon, pero que jodería un rato la marrana. El presidente de la Xunta es un político de fuste, que se rodea siempre de gente tan buena o mejor que él, que detesta a los aduladores, que no es desconfiado pero sí precavido en grado infinito y que se aplica a rajatabla ese tan galaico aforismo que advierte que “uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”.

Dios me libre de poner nota a su gestión porque ya lo han hecho sus verdaderos jefes: esos 2,7 millones de gallegos que le han otorgado cuatro mayorías absolutas consecutivas. Un tipo serio, que se viste por los pies, que sabe lo que es la política de altura, con sentido de Estado, que aprendió el oficio de quienes diseñaron y ejecutaron la Transición y que ha conseguido el no va más, que ni Ciudadanos ni Vox hayan tenido representación en el Pazo del Hórreo, la imponente sede del Parlamento de Galicia. La antítesis de un Pablo Casado que es un excelente orador y un político razonablemente bien formado, pero que se rodeó de ineptos varios y de la peor escoria habida y por haber, los Teo, Carroñero y cía, además de dejarse llevar por ese cóctel de envidia y cainismo que es el camino más directo al apocalipsis. Lástima que su único gesto de grandeza llegara tarde, muy tarde, tan tarde como en esa madrugada del miércoles al jueves en la que por primera vez dio sensación de hombre de Estado al aceptar elegantemente la realidad que él mismo había fabricado.