La política como farsa

La política como farsa
La política como farsa

Lo habitual es que al principio del otoño se inicie en Madrid la temporada de teatro con interesantes y esperados estrenos, pero este año nuestros políticos están ofreciendo varios espectáculos que han opacado cualquier novedad de la cartelera.

Desde hace tiempo no habíamos tenido una comedia de enredo como la que se representa en el Teatro de la Moncloa con el título de La Reforma Laboral. Todo es muy cómico, y las actuaciones, en su mutabilidad e incoherencia, son tan convincentes que no nos damos cuenta de que tratan con frivolidad y engaño un tema tan serio. Y es que estábamos pendientes del fondo de la cuestión, y no caíamos en que lo mollar es el guion; efectivamente, como en las obras de Jardiel Poncela, lo importante son los juegos de palabras y las confusiones semánticas de los términos y expresiones. Desde luego las actrices están teniendo una actuación muy divertida, pero los momentos estelares de la obra llegan cuando, para optar entre una u otra, aparece en el escenario el galán Sánchez con sus diálogos escritos en bustrófedon (ese sistema de escritura que consiste en escribir un renglón de izquierda a derecha y el siguiente de derecha a izquierda).

En la Carrera de San Jerónimo se representa una obra neo-noir con la trama de un latrocinio colectivo. En el primer acto de esta función una actriz andaluza explica, con un discurso cantinflesco y pronunciación imposible, como, con poco disimulo y mucho descaro, van a levantarles la cartera a los espectadores.

Ya en el segundo acto, el actor principal, que hace doblete con la obra anterior, discute con sus compinches como se van a repartir el dinero. Algunos de estos aliados ya están pagados con el simple hecho de actuar en la función, como le ocurre a la actriz gallega que también actúa en Moncloa y que, en su papel, nos recuerda a aquellos viajes de nuestra infancia en que nuestro padre nos sentaba sobre sus rodillas y nos dejaba poner las manos en el volante haciéndonos creer que conducíamos el coche; pero los personajes más exigentes son los que vienen de otras regiones periféricas que incluso, en algunos casos, son o representan a facinerosos que hace poco salieron de la cárcel o que están huidos de la justicia. Así que cada uno exige una parte desproporcionada e injusta del botín y van haciendo mutis con amenazas y actitudes desafiantes. Pero todos saben que sin acuerdo no hay función, y sin función el teatro va a tener que cerrar y contratar una nueva compañía. En fin, que al final la sangre no llega al río y todos se avienen y se abuenan, porque, en primer lugar, consiguen casi todo lo que piden y, después, porque se dan cuenta de que ellos no pierden nada, ya que, como Paul Newman haciendo trampas a Lonnegan en El Golpe, están jugando con dinero que previamente nos han robado.

Donde indudablemente sí va a correr la sangre es en el terrorífico drama que se está exhibiendo en el Teatro de la Calle Génova. Claro que en esta representación los actores tienen la condición de meritorios y ninguno ha tenido papel de protagonista en una obra importante, si se excluye a la actriz principal que luce desde hace un par de temporadas como rutilante estrella de la cartelera madrileña y que ensombrece con sus actuaciones valientes y creíbles a cualquier actor que se le enfrenta en el proscenio político. Como es obligatorio en la tragedia, al final la insidia de sus aparentes amigos los llevará a acabar con ella, aunque sea a costa de representar papeles rastreros que les condenarán a penar como secundarios durante algún tiempo, como antesala de su desaparición definitiva del mundo del espectáculo.

Pues sí amigos, no parece haber muchas diferencias entre la dramaturgia y las principales actuaciones de nuestros políticos. Con poca vergüenza representan el papel de dignos mandatarios, cuando son mediocres arribistas con egoístas e inconfesables intenciones. Y no es lo peor que representen esa farsa, ni siquiera que después intenten convencernos de que su actuación obedece a la búsqueda del bien común, lo trágicamente insólito es que a la mayoría de los desavisados españolitos continúen engañándonos.

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