Opinión

Podemos convierte al comisario Villarejo en el oráculo de la verdad

Ahora resulta que el comisario Villarejo se ha convertido para el populismo podemita en el oráculo de la verdad. Caramba: el hombre que guardaba las llaves de las cloacas del Estado para Pablo Iglesias es ahora la fuente del saber, la luz del faro que ilumina a la ultraizquierda más sectaria. Villarejo se ha convertido, por ensalmo, en el gran referente podemita. Ahora ya es creíble, ya es el guía que alumbra el camino de la formación morada. Ver para creer: de enemigo público número uno de Pablo Iglesias, Villarejo es ahora su única fuente del saber, su mayor aliado. Como siempre se trata de esparcir basura y revolver la porquería para erigirse en víctima de una pérfida estrategia de demolición política y personal.

Pero Pablo, si has llegado a ser vicepresidente primero del Gobierno de España. Y has manejado a tu antojo los resortes del poder. ¿Víctima de qué y de quién? Tú solito has cavado tu propia tumba política y vuelves ahora por las andadas arrimándote a Villarejo, al mismo Villarejo al que no hace tanto acusabas de conspirar en tu contra, para convertirle en colaborador necesario de tus delirios de ahora. Podemos ya no es lo que era, pero vuelve por sus fueros para intentar esparcir su inmundicia a la cara de quienes como OKDIARIO y su director, Eduardo Inda, le han ganado todas las batallas judiciales con la verdad por delante, entre ellas la demanda de Iglesias por las informaciones publicadas por OKDIARIO sobre el pago de 272.000 dólares de la dictadura venezolana al ex líder podemita en Granadinas, informaciones que dos sentencias judiciales calificaron de «veraces». Que sigan esparciendo su bilis y su rabia, pero eso de que Villarejo sea ahora su fuente de inspiración es la demostración más palmaria de su impotencia. Iglesias se sube al tándem con el comisario Villarejo. Pues que siga pedaleando. Por nuestra parte pueden seguir ladrando. Es lo que les queda antes de que lo españoles les manden definitivamente al infierno. De querer asaltar los cielos al averno en un suspiro. Qué terrible paradoja.