El felón Garrido es peor que su jefa Cifuentes
La secuencia de los hechos es interesante: 1.- Garrido no será el próximo candidato a la Comunidad de Madrid del Partido Popular. Lógico. Su perfil funcionarial, de permanente segundo de una persona que políticamente ha terminado tan mal como Cristina Cifuentes, no le convertían en idóneo para revalidar la presidencia regional. No era tampoco del grupo afín a Pablo Casado, tal y como se vio en las primarias del partido. 2.- El PP le busca un honorable puesto de número cuatro en las listas europeas. Mientras tanto, Garrido en todo momento muestra fidelidad y agradecimiento al PP y jura lealtad para ejercer el nuevo puesto. 3.- A cinco días de celebrar la votación de unas elecciones generales, Garrido anuncia por sorpresa, quizás para que el golpe de efecto sea mayor, que entrega el carné del Partido Popular tras 30 años de militancia y que ficha por Ciudadanos, el principal competidor del PP dentro del centro-derecha. Podría realizar el anuncio después del 28-A, para aminorar los daños, pero opta por realizarlo antes.
El diccionario define la felonía como el acto de traición contra algo o contra alguien. Resulta evidente que Ángel Garrido ha cometido un acto de felonía contra el PP. No debía una lealtad metafísica a los populares, y un político, como cualquier ciudadano, tiene todo el derecho a cambiar de partido o de ideología. Pero este derecho siempre se ejerce dentro del contexto de los tiempos, los modos y los deberes contraídos. Cuando llega el momento, hay formas limpias y honorables de terminar una cuestión, y también hay formas que denotan cálculo personal, disimulo, resentimiento y afán de venganza.
La anécdota de Garrido ofrece una reflexión en torno a la llamada ‘nueva política’, que para impulsar la regeneración y el cambio que quiere vender ficha a cuadros desgastados procedentes de la ‘vieja política’. Un partido político es algo más que una plataforma de propaganda mediática, y la ciudadanía española debería guiarse por criterios más maduros que los puramente reactivos. No hacerlo implica caer en las trampas donde los pícaros siempre buscan acomodo.