Opinión

En la ONU preparan el futuro a nuestras espaldas

Para tener un interés generalizado, toda información debe ser local. Lo que importa es lo que me afecta, y por eso la sección de Internacional ha tenido tradicionalmente algo de afición especializada, de materia remota que saltarse para llegar a páginas de contenido más cercano para el lector. Sólo que, en un mundo crecientemente globalizado, lo que se decide a miles de kilómetros tiene consecuencias cada vez más inmediatas y fatales para el lector.

Lo vivimos desde hace años con lo que se decide en Bruselas. Lo vivimos durante dos años y pico absolutamente orwellianos con la pandemia, cuando gobiernos alejados entre sí en todos los sentidos -geográfico, cultural, político- adoptaban idénticas medidas ineficaces y sin precedentes como si respondieran a un conjunto de instrucciones inapelables. Lo vivimos hoy con un Cambio Climático (marca registrada) y su concomitante Agenda Verde que nos lleva a la ruina y a la pérdida de libertades.

Motus in fine velocior, dice el clásico: el movimiento se acelera hacia el final. Llevamos décadas de cambio de paradigma en las que el espectro tradicional de derecha e izquierda se difumina en el mundo, se desdibuja, sustituido por otro eje, el que enfrenta a globalistas y soberanistas. Las líneas están cada día más claras, pero una gran parte de la humanidad sigue anclada en el viejo esquema, para su mal.

La semana pasada sucedió algo que ha pasado desapercibido y que, sin embargo, quizá se consigne en los libros de Historia del futuro como una fecha ominosa. Las Naciones Unidas y sus gobiernos miembros, con el apoyo decidido del Partido Comunista Chino (PCCh), adoptaron un acuerdo histórico para otorgar al organismo internacional más poder e influencia en los asuntos mundiales.

Con el nombre de Pacto para el Futuro, el nuevo acuerdo describe 56 acciones que los gobiernos y las instituciones internacionales deberán adoptar en los próximos años. Entre las disposiciones clave se encuentra la «transformación de la gobernanza global» y un mayor empoderamiento de las instituciones internacionales en una variedad de temas, incluidos «el desarrollo sostenible y la financiación para el desarrollo», así como «la ciencia, la tecnología y la innovación, y la cooperación digital».

El pacto incluye un Pacto Digital Global para restringir la «desinformación» y una Declaración sobre las Generaciones Futuras que abarca los objetivos climáticos de la Agenda 2030 que incluyen la eliminación gradual de los combustibles fósiles. También es parte de la transformación de la ONU en lo que la organización promociona en sus materiales promocionales como ONU 2.0.

Los líderes de la ONU y altos funcionarios del PCCh celebraron el pacto como un esfuerzo histórico para crear un futuro mejor para la humanidad y aumentar la cooperación global en problemas internacionales.

Pero si la globalización es una realidad, y una realidad inevitable y llena de oportunidades positivas, el globalismo es una ideología, una doctrina política que se enfrenta también a una contestación ciudadana cada vez mayor.

Salimos esta semana de unas elecciones en Austria que han dado la victoria al Partido de la Libertad, el FPÖ. La consigna en la prensa convencional es que han ganado «los nazis», en una desconcertante renuncia de los medios pretendidamente serios a cualquier atisbo de objetividad.

En Alemania avanza con fuerza imparable el demonizado Alternativa para Alemania (AfD), con el mismo objetivo de que el poder público siga en manos de los ciudadanos afectados directamente por las decisiones de los gobernantes y la pretensión de que la nación siga siendo soberana. En Holanda gobierna otro Partido de la Libertad, el de Wilders. En Francia, la Reagrupación Nacional de Le Pen es desde hace años el partido más poderoso, que obtuvo una espectacular mayoría del voto en las últimas legislativas, sólo frustrada por un peculiar sistema electoral.

En otras palabras, el ciudadano despierta poco a poco a una nueva realidad en la que la élite mundial maniobra para imponerle un futuro muy distinto del que conoce. Las palabras son siempre muy bonitas, pero lo que él ve es que le piden que acepte ser cada día más pobre, estar sometido a un control cada vez mayor, ver recortadas sus libertades -muy especialmente, la libertad de expresión- y apenas conocer a las personas que gobiernan su vida.

Casi podría decirse que la batalla que tenemos por delante es el combate para que sigamos abriendo los periódicos (sensu lato) por la sección de Nacional, porque esa sea la que siga condicionando nuestra vida diaria.