Opinión

No cabe un «fascista» más

Pablo Iglesias llamó “fascista” a Rivera. Lambán a Quim Torra. La CUP llama “fascista” a Rajoy. El PP llama “fascista” a Puigdemont y además están los “fascistas” de Le Pen, Salvini y Orbán. No cabe un fascista más.

Resulta singular como una ideología es utilizada como insulto al que no opina como quien lo emite, cuando, teniendo la más mínima cultura, el parecido entre nuestra opinión y los postulados de Benito Mussolini sean pura coincidencia. Dicho denuesto se maneja por la izquierda, extrema o menos extrema, como por la pseudo derecha pusilánime y acomplejada.
La izquierda lo utiliza de forma sibilina. Crea, desde tiempos inmemoriales de “papa Stalin”, una acostumbrada asociación entre violencia y fascismo, entre dictadura y fascismo, entre fanatismo y fascismo.

Con tal “estrategia del lenguaje” se deja a salvo el comunismo que ha sido, y es, la falsa creencia política que más terror, muerte y destrucción ha provocado a lo largo de la historia. Una forma hábil, no desenmascarada, de eludir responsabilidades históricas de una izquierda fraudulentamente progre. Y sobre todo de engañar. Es la utilización del mensaje, por encima de absurdos o embustes. La izquierda, tanto la extrema como la progre callan de forma inmediata al disidente con el epíteto de “fascista”.

Es “fascista” quien defiende la unidad de España. Quien cree en la familia. Sin duda aquel que considera esencial para el desarrollo y verdadero progreso la propiedad privada. “Fascista” es quien entienda, desde el respeto más extremo, que solo existen dos sexos y “premio al fascista del año” puede recibirlo quien ponga en jaque el “calentamiento global” y la posible extinción del “myleus pacu” o “pez corta bolas”. Vieja y apolillada forma de dominar la masa iletrada mediante la demagogia, sutil método de tiranizar al ciudadano señalándole con el gran dedo acusador por ser “fascista”, por discrepar, por no ser de izquierdas, con derecho a ser proscrito y condenable.

Mayor bochorno es la utilización que se hace desde la pseudo derecha. Vergonzante por acomplejada y cobarde y por sus perversos efectos. Para esta derecha, la izquierda no realiza conductas censurables, lo hacen los “fascistas” por lo que el rechazo social irá dirigido hacia estos, no hacia los verdaderos culpables, ubicados en la izquierda más radical y extrema.

Arriesgarse a llamar a ETA movimiento marxista fue mucho y ETA era denominada “fascista”. Atreverse a tildar a Podemos y su fárrago como comunistas es demasiado compromiso, por lo que son tachados de “fascistas”. Cuando esta pseudo derecha igualmente iletrada utiliza el término “fascista” como insulto solo consigue dar la razón a la izquierda, la legitima en todos sus comportamientos y actitudes, generando el rechazo social hacia quienes ya la izquierda señaló como tales. En definitiva, a ellos mismos. Vergonzante cobardía, vacía e incoherente doctrina de los que no se ubican en ningún lado. Nuevamente lo gris.

Es necesaria una renovación que comience por llamar a las cosas por su nombre, atreviéndose a manifestar qué quienes pregonan hoy en día la mentira, la opresión y la intolerancia, no son “fascistas”, sino la izquierda radical y por conveniencia irresponsable, con la menos radical. Mientras el fascismo real es hoy residual, la extrema izquierda experimenta un cierto auge letal para el progreso y la verdadera libertad, donde la izquierda socialdemócrata se muta por migajas e intereses y la derecha pusilánime se encoge de hombros y solo atisba adjetivar el peligro con un turbado y retraído grito de “fascistas”. Sin darse cuenta que semejante actitud terminará en una molesta convivencia de ambos en el “gulag”.
Como dijo Francisco de Quevedo: “Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen”.