Opinión

¡Necesitas ver el tiempo!

Necesito ver el tiempo en el toreo, para ver que el tiempo no se deshace, se trasforma. Necesito ver el tiempo, ese que continuamente siento que no tengo, que se derrite como pintaba Dalí. Necesito ver el tiempo en los vuelos de un capote, ese que a veces dudo que existe, aun sabiendo que está. Necesito ver el tiempo, contemplarlo, para saber que yo también lo tengo, que lo tenemos. Pues, querido lector, somos tiempo, «sólo tiempo», que dice el poeta.

Necesito ver el tiempo en la tarde que se detiene y la vida se hace. Necesito ver el tiempo en el reloj de arena de otro hombre que se revela con los tiempos. Necesito ver el tiempo suspendido en la suerte, en la muñeca que gira despacio, en el cuerpo que baila.

Necesito ver el tiempo en la plenitud de su ciencia, en la magnitud de su potencia, en el misterio de su esencia. Necesito ver el tiempo para comprender de qué materia están compuestos nuestros segundos, para comprender el ritmo de los parpadeos, para recomponer con armonía la naturaleza de mis latidos.

Necesito ver el tiempo en el todo o la nada de un pase. Necesito ver el tiempo en el suspense de un cite. Necesito verlo compuesto de instantes. Necesito ver ese instante para entender que el instante es lo más valioso del tiempo.

Por eso necesito ver el tiempo en las estelas doradas y platas de una arena ocre o gris. Necesito verlo en los surcos cavados por la vida que vence siempre a la muerte. Necesito mirarlo, observarlo, palparlo, necesito que me atraviese, que me contagie, que me hiera su aguijón de néctar y que su veneno me cure.

Necesito ver el tiempo mientras espero que sus ojos de pronto me miren, que se posen como una mariposa en mi nariz. Necesito ver el tiempo detenido y guardarme ese momento, ese pedacito de tiempo, para tenerlo, para darlo sin que me lo roben.

Necesito un verano de muchas tardes de toros. ¿A caso tú no, querido lector? Dime, si no, dónde podemos encontrarnos con el tiempo, dónde poderlo observar, dónde si no es ahí.

Se han tratado de dar muchas definiciones del toreo. Pero ante todo, es el arte del tiempo en plenitud. El toreo clásico –la máxima expresión de este arte– busca detener el tiempo a través del movimiento. Así como a través de la quietud dejar en evidencia el flujo de la vida. El toreo nos permite medir esta magnitud física. Medirla con precisión, cuantificarla, tasarla. ¡Que gran invención ha dado el pueblo español con la tauromaquia a la metafísica!

Durante el invierno, la primavera… ¿cuántos instantes de nuestro tiempo han sido despreciados? El estrés –la pandemia de este siglo– está compuesto de instantes sometidos a fuerzas opuestas a la vida. El estrés nace de decir no, cuando deberíamos haber dicho sí. Y decir sí, cuando la respuesta era no. ¿También vamos a tirar el tiempo en julio y agosto y perderlo sin remedio de aquí en adelante de seguir así?

El toreo puede ayudarnos a curarnos. A afinar las decisiones gracias a observar en el tiempo del toreo ese todo o nada. El torero puede ser nuestro ejemplo perfecto de cómo toma forma la oportunidad u ocasión. Y sobre todo en conocer qué es realmente lo valioso del tiempo: ¡la vida! ¡La vida misma! Pues el ole es en sí la ovación al tiempo ganado, al tiempo vivido y al que queda por vivir.

En vista, por tanto, de lo poco que se vive en esta vida moderna y acelerada, pese a estar todos llenos de tiempo –pues el tiempo es como el aire, que mucho o poco, ocupa todo el espacio que tiene– te urge, como me urge a mí. No me lo puedes negar. Y no te resistas a ir. ¡Necesitamos ver el tiempo a través del cristal carmesí y púrpura del reloj de arena en su hora verdadera, en la que cada grano deslizado con sabor a mar es instante que aletea con hechizo de sirena, fulgor de diamante y alas de ángel!