Navarra espejo de la España liberal y constitucionalista
Dicen que el copyright de la celebérrima e, indiscutiblemente, infalible frase “La unión hace la fuerza y la discordia debilita” pertenece al fabulista griego Esopo, que vivió hará cosa de dos mil y pico años. Lo cual quiere decir que esta incuestionable perogrullada ha funcionado toda la vida de Dios. Lo cual viene a demostrarnos cuasiempíricamente que el que no la aplica es un tonto a las tres o, simple y llanamente, un masoca patológico.
En mi tierra, Navarra, el centroderecha (UPN y PP) entendió mejor que bien de qué iba esta vaina en 1991 cuando optó por sumar fuerzas para hacer frente al corrupto socialismo local (Roldán, Urralburu, Otano, Aragón y un interminable etcétera) y el independentismo matonil que representaba Herri Batasuna y representa su última marca, Bildu. UPN, el partido entonces presidido por el inolvidable Jesús Aizpún, optó por diseñar y ejecutar una fórmula a la alemana para evitar tirar votos a la basura; en definitiva, para no regalar un solo escaño en el Parlamento Foral a los malos. En el país teutón el centroderecha se aseguró el futuro después de la Segunda Guerra Mundial con el partido democristiano de carácter nacional CDU y sus hermanos bávaros de la CSU. Cuando tocaban generales, la CSU desaparecía y se integraba en la CDU y viceversa cuando tocaban comicios en el länder de Baviera. Sobra decir que se han sentado en la poltrona más que nadie en la historia de la República Federal Alemana. Al punto, que en la riquísima región del sur sólo han gobernado ellos desde el fin del nazismo y la vuelta de la democracia.
El esquema en mi tierra fue tan sencillo como idéntico: el centroderecha concurría a las autonómicas y municipales bajo las siglas de UPN y a las nacionales con las del PP. Como diría la ministra Delgado en la cinta villarejiana, “éxito asegurado”. De ahí en adelante, la Navarra constitucionalista gestionó ininterrumpidamente la comunidad durante 24 años, hasta que en 2015 se conformó un gobierno abertzale en una tierra que fue Reino y que nunca formó parte de la fantasmagórica Euskalherria. Cualquiera diría que lo que ha venido después es un proceso similar al que desarrolló con macabro éxito la Alemania nazi en la Austria natal de Adolf Hitler…
La tontuna de UPN y PP dio al traste hace una década con esta fórmula magistral que ha evitado que los nacionalistas y los asesinos batasunos gestionasen en una tierra que históricamente estuvo escorada a la derecha. Fue el desastre. De las anteriores elecciones autonómicas salió una presidenta nacionalista, Uxue Barcos, miembro de una familia que se hizo rica con el franquismo, y un Ejecutivo Foral en el que había consejeros proetarras y embajadores de esa basura podemita que se apunta a un bombardeo si el que bombardea es el imperio del mal. UPN obtuvo 15 escaños, a 11 de la mayoría absoluta y se quedó con las ganas de mantener la moderación, el constitucionalismo y el Estado de Derecho en el Palacio situado a 20 metros escasos del punto exacto en el que cayó herido Ignacio de Loyola defendiendo Pamplona.
No quiero contarles lo que han sido estos cuatro años: señalización exclusiva en ese vascuence que llaman euskera en buena parte de la región, inmersión escolar a saco en una de las lenguas más enrevesadas del planeta tierra (que por cierto, habla el 7% de la población) y aceleración del proceso de absorción por parte de una comunidad que tiene que ver con Navarra tanto como Aragón. En resumidas cuentas, una demencia. José Javier Esparza, el presidente de UPN, dijo “¡basta ya!” hará cosa de medio año, se puso manos a la obra y cerró en tiempo récord un acuerdo para presentarse en la misma papeleta con PP y Ciudadanos bajo el elocuente nombre de “Navarra Suma”. Lógicamente, mandaba el partido foralista por razones obvias: es el que más escaños tenía de largo, 15, frente a los dos de los de la tan heroica como honrada líder popular, Ana Beltrán, y la nada de los de Albert Rivera.
El resultado ha sido un éxito sin precedentes, la vuelta del constitucionalismo a ese lugar preminente del que nunca debió de salir. Navarra Suma ha ganado las elecciones forales con 20 escaños, casi el doble que los 11 de un PSN capitaneado por la socialnacionalista María Chivite, los 9 de la marca blanca del PNV Geroa Bai, los 7 de los bilduetarras, los dos de Podemos (ojito al bofetón de Iglesias, que se queda en menos de la tercera parte) y el escañito del chiringuito local de Izquierda Unida. Salvo sorpresas, lo normal es que Esparza, un tipo decente y dialogante pero implacable en la defensa de la identidad local, sea el nuevo presidente. El problema se llama María Chivite, una personajilla que al más puro estilo Sánchez es capaz de pactar con los que asesinaron a 11 de sus correligionarios para hurtar la Presidencia a quienes ganaron de calle el pasado domingo. Las 4.546 papeletas de Vox fueron directamente a la basura porque la entrada en la Cámara Foral está topada: hay que conseguir el 3% de los sufragios y los de Abascal se quedaron en menos de la mitad, esto es, a años luz. Otro pequeño gran detalle a tener en cuenta.
Pero este último es otro cantar cuyo desenlace certificaremos los próximos días. Me temo que o se impone Ferraz o habrá pacto del mal. Lo intentó el socialista Puras en 2007 y repitió repugnante jugada en 2014 un amoral Roberto Jiménez que intentó sacar adelante una moción de censura con los proetarras para echar a Yolanda Barcina. Rubalcaba le frenó in extremis. El centroderecha navarro ha vuelto por sus fueros, y nunca mejor dicho, gracias a esa unidad que rentabiliza el voto con una Ley Electoral cuyo gran objetivo fue castigar la división y primar a los grandes partidos o a las coaliciones de partidos. Vuelve a situarse en las cifras de los mejores tiempos. Entre 1991 y 2007 estuvo siempre entre los 20 y los 23 escaños. En 2011 estuvieron más cerca que nunca en décadas de la mayoría absoluta pero el hecho de ir por separado les dejó a las puertas de la gloria: 19 UPN y 4 el PP, a tres de ese umbral que marca la hegemonía total.
Que tomen nota de una puñetera vez Pablo Casado y Albert Rivera. Una candidatura conjunta, a la que podríamos haber bautizado como España Suma, se habría asegurado cerca de 160 escaños y estaría en la mayoría absoluta si Vox se hubiera integrado o simplemente no hubiera existido. En Navarra el éxito del centroderecha ha sido posible por esas renuncias que son las que miden el nivel de grandeza de los seres humanos. Ni un solo gran proyecto histórico ha fructificado sin esas imprescindibles cesiones, sin anteponer el interés colectivo al egoísmo individual. El yo-mí-me-conmigo fue la tumba de Rajoy hace ahora un año. Si en lugar de llorar por las esquinas su lamentable letanía, “dimitir supondría aceptar que he hecho algo malo”, se hubiera sacrificado, Sánchez seguiría siendo el fracasado que históricamente fue, Soraya o Ana Pastor presidirían España y el guerracivilismo, el revanchismo y el inicio de una nueva crisis estarían a años luz. Que no pierdan un segundo. Que se pongan manos a la obra. Los epígrafes que los pongan ellos pero el título es innegociable: “La unión hace la fuerza”. Parafraseando al Machado del “Madrid rompeolas de todas las Españas”, hay que concluir que Navarra es y debe ser el espejo de esa mayoritaria España liberal-conservadora. O eso o aguantar a Sánchez y al paquete de El Coletas tres, cuatro, ocho o quién sabe si una docena de años más.
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- Eduardo Inda
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